Política

Marco Avilés: “Pepe Luna no es un ‘cholo político’, es un tipo que hizo fortuna estafando a gente pobre”

El periodista y escritor Marco Avilés analiza el uso de la “choledad” como recurso electoral y responde a las afirmaciones de Raúl Noblecilla, quien presentó a José Luna Gálvez como “cholo y perseguido político”. En esta conversación, revisa también el tratamiento racial hacia Pedro Castillo y el “blanqueamiento” en el poder —y en la estética— de Dina Boluarte.


“Puede haber surgido desde abajo, pero es un personaje antipopular", aseguró Avilés. Créditos: Composición LR.
“Puede haber surgido desde abajo, pero es un personaje antipopular", aseguró Avilés. Créditos: Composición LR.

La comunidad campesina de Huayllarcocha, en Sacsayhuamán – Cusco, fue el escenario elegido para el lanzamiento de la fórmula presidencial de Podemos Perú de cara a las próximas elecciones. Allí, Raúl Noblecilla —candidato a la segunda vicepresidencia— presentó al congresista José Luna Gálvez como un “cholo perseguido político”, desestimando los cuestionamientos en su contra.

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Dichas afirmaciones, acompañadas de referencias a la época de las haciendas, devolvieron la identidad racial al centro de la campaña. Por ello, La República conversó con Marco Avilés, periodista y escritor especializado en racismo y representación.

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La escena —un dirigente de izquierda exaltando la “choledad” de un empresario con acusaciones por organización criminal— le parece a Avilés un adelanto de lo que se viene: “Pepe Luna no es un ‘cholo político’. Es un tipo que hizo fortuna a costa de gente pobre".

Para Avilés, cualquier lectura del discurso de Noblecilla exige revisar el recorrido completo del líder de Podemos Perú: un empresario cuya riqueza se edificó sobre modelos educativos orientados a sectores vulnerables. Telesup —dice— fue el núcleo de ese negocio: una universidad privada denegada por SUNEDU por incumplir estándares mínimos y que ofrecía una educación deficiente a familias que buscaban enviar por primera vez a un hijo a la universidad.

“Ha tenido una universidad cascarón que se llama Telesup. Ese tipo de universidades chatarra gana mucho dinero estafando a la gente, venden educación mala traficando con la ilusión de surgir. Es como César Acuña con la Universidad César Vallejo".

En ese marco, la apelación al “cholo político” no encaja con su trayectoria real. Por ello, Avilés prefiere ser directo: “Puede haber surgido desde abajo, pero es un personaje antipopular. No impopular: antipopular. Su empresa se dedica a engañar a la gente".

A este antecedente económico se suma su recorrido político. José Luna Gálvez, hoy congresista y candidato presidencial, surgió en el APRA y luego se convirtió en uno de los hombres de confianza de Luis Castañeda Lossio en Solidaridad Nacional, donde llegó a ser secretario general. Su nombre aparece en episodios complejos: presuntos vínculos con Vladimiro Montesinos, investigaciones por organización criminal y maniobras para asegurar la inscripción de Podemos Perú.

Ese historial vuelve absurdo, sostiene Avilés, que se intente presentarlo como un marginado del poder: “El líder del partido donde está Noblecilla tiene como alias ‘Gánster’. Ese es el alias de Pepe Luna".

La performance de Noblecilla también merece una lectura. Que un exfuncionario del gobierno de Pedro Castillo, autodenominado izquierdista, termine como vocero de la candidatura de un empresario con múltiples investigaciones le parece a Avilés algo más que un giro ideológico: una señal de oportunismo puro.

“Noblecilla no quiere transformar nada. Es un criollo que solo quiere estar en el poder. Está operando dentro del sistema, no para cambiarlo sino para beneficiarse".

Ese tránsito —de un discurso radical a una plancha empresarial— revela, según él, la degradación del mensaje electoral: “Es una comedia muy desagradable, una falta de respeto a la ciudadanía".

También cuestiona el uso estratégico de lo “cholo” como herramienta política. No es, aclara, una identidad homogénea ni moral: “Lo cholo no es una categoría moral. También hay cholos que triunfan dentro del sistema criollo y, muchas veces, ese éxito se construye a costa de la gente que está más abajo".

Finalmente, Avilés rechaza la idea de que estas narrativas puedan manipular fácilmente al electorado: “Apelan a una ciudadanía boba, pero la ciudadanía no es boba. La gente sabe quién es Pepe Luna y sabe qué ha hecho su partido".

La violencia de un país criollo: la caída de Castillo

La sentencia contra Pedro Castillo —11 años, 5 meses y 15 días por conspiración para la rebelión— volvió a poner en debate no solo sus decisiones políticas, sino también el trato que recibió desde su irrupción en el escenario nacional.

Para Avilés, la figura del expresidente no puede entenderse sin el componente racial que marcó su candidatura, su gestión y su caída: “Si tú eres una persona indígena y quieres hacer política, estás entrando a un territorio donde te van a llamar terrorista. Eso no le pasa a las personas blancas de Miraflores que entran a política, así sean de izquierda: a lo mucho son caviares".

Ese tratamiento antecedió por mucho al 7 de diciembre de 2022. Ya en campaña, Castillo fue convertido en una amenaza existencial. Avilés recuerda la propaganda financiada por empresarios en el Cusco, con carteles que advertían sobre un futuro “como Cuba” o que el pollo “costaría 50 soles”.

“A Castillo lo llamaron terrorista, senderista, poco más y Pol Pot en potencia".

Ese clima se trasladó a la transición, cuando aún no asumía la presidencia: “Apenas se supo que él iba a ser presidente, hubo una guerra que ni siquiera le permitió armar su gobierno de manera normal. Con las denuncias falsas de fraude electoral se perdió un tiempo que era clave para planificar un gobierno entrante".

Para Avilés, ese comportamiento sintetiza la reacción del “país criollo”: una estructura de poder que históricamente ha administrado el Estado contra las mayorías indígenas y populares.

“El criollo vive el castigo de no haber nacido en Europa. Están en este mundo de indios donde tienen que abrirse paso. Cree que tiene derecho a gobernar, que su esencia es estar cerca del poder. Así administran el país en contra de las personas: pasa con la Amazonía, donde pretenden hacer cosas sin importar la gente que allá vive".

Ese marco explica, según él, la hostilidad hacia un maestro rural sin padrinos políticos: “Castillo encarna ese mundo indígena y cholo que, para muchos, debió desaparecer… y que encima quiere gobernar. ¡Qué atrevidos!”

Avilés introduce una referencia que —dice— ayuda a comprender el miedo visceral que despertó Castillo en parte de la élite: El sueño del pongo, de José María Arguedas. No porque Castillo encarne ese personaje, sino porque su presencia activa un temor profundo dentro de la gramática racial peruana.

“Castillo es un poco la posibilidad de que se cumpla El sueño del pongo. Para ciertos grupos, era ese símbolo que venía a recordarte el origen de tu fortuna. No era miedo a lo comunista: era miedo a esa inversión del orden".

La violencia simbólica —advierte— no se dirigió únicamente al presidente, sino a quienes representaba: “No fue solo contra Castillo o los que lo eligieron: fue contra toda la ciudadanía del Perú".

Avilés reconoce que el expresidente tomó decisiones que precipitaron su caída, pero insiste en que esos hechos coexistieron con un sistema político y mediático que nunca lo trató como a un mandatario legítimo: “Lo trataron como un intruso desde el día uno. Nunca fue aceptado".

Por ello, sostiene, la sentencia —más allá de la discusión jurídica— deja un impacto que excede el caso individual: “Castillo será recordado no solo por su caída, sino por lo que reveló del Perú: quién puede gobernar y quién no".

Dina Boluarte: el autodesprecio y la estética del poder

Para Avilés, la presidencia de Dina Boluarte revela una dimensión menos visible del racismo peruano: no solo el castigo a quien llega desde abajo, como ocurrió con Castillo, sino también la forma en que el sistema moldea, disciplina y “blanquea” a quienes acceden al poder si desean mantenerse en él.

Aunque Boluarte fue presentada en campaña como una figura cercana al mundo andino —con polleras, símbolos rurales y un discurso de origen popular—, todo ese repertorio desapareció en Palacio:

“Cuando escucho a Dina Boluarte, para mí es como una gamonal. O la descendiente de un capataz. Esa es la Dina Boluarte que gobierna".

Ese tránsito —del símbolo andino al rol de guardiana del orden criollo— no fue solo estético, sino profundamente político. Avilés recuerda especialmente sus declaraciones durante las protestas con decenas de muertos: “Cuando la gente estaba siendo asesinada, ella decía: ‘No se les entiende. Vuelvan a sus casas. Puno no es el Perú’. Si hubiese tenido un látigo, el cuadro era perfecto".

Lo que se observa detrás no es una simple contradicción, sino un fenómeno profundamente arraigado en la vida social peruana: el autodesprecio aprendido desde la infancia.

“El caso de Dina Boluarte es paradigmático del blanqueamiento. Muestra ese autodesprecio que aprendemos en la escuela, en la familia, en la publicidad: te dicen cuál es tu lugar según tu color, tu acento, tu origen".

Ese autodesprecio —explica— opera sobre el cuerpo y sobre la estética cotidiana: “Muchas personas crecen despreciando su piel, su nariz, sus pómulos. Para avanzar, hay que operarse, blanquearse el pelo, modificarse. Es dramático, pero es real".

Por eso, sostiene, el cambio de Boluarte fue tan evidente y tan simbólico: en su caso, la transformación corporal se volvió casi un programa de gobierno. “Verlo en la presidenta fue trágico: convirtió su propia cara en la obra más importante de su gobierno".

El contraste entre la Boluarte de campaña y la Boluarte del poder —cirugías, blanqueamiento, vestidos de lujo, joyas, viajes protocolares— encarna, para Avilés, un mensaje claro sobre cómo opera el sistema de jerarquías raciales en el país:

“Pasó de las polleras a los Rolex. Parecía más interesada en ocupar el lugar, no en gobernar. Por eso perseguía a Biden o acosaba al Papa”

La lectura final de Avilés es dura: “Ella mostró cómo el autodesprecio puede guiarte incluso siendo la presidenta. Ese es el problema: es algo más profundo que Dina Boluarte".

Un país que aún no se nombra a sí mismo

Para Avilés, todo lo discutido —el uso electoral de lo “cholo”, la hostilidad contra Castillo y el blanqueamiento en el poder— revela un país que todavía no se reconoce. “Lima es una ciudad andina, aunque se la venda como ciudad costera con vista al mar. Su geografía es andina y su población también".

Ese contraste —dice— ya está siendo desbordado por expresiones culturales que nacen lejos del centro político: la poesía de Gloria Alvitres, Lourdes Aparicio, Velcy Rojas y otras autoras que escriben desde los márgenes de Lima y procesan la historia de la migración de los años 80 y 90.

“Están mostrando formas orgullosas de ser limeño y andino a la vez. Están proponiendo que Lima acepte sus identidades andinas".

Para Avilés, allí hay una potencia política que el debate público no quiere ver: la posibilidad de narrar el país desde otro lugar.

“La poesía es poderosa porque se lee en la escuela. Podemos estar leyendo hoy escrituras que abren formas más vitales de ser peruanas y peruanos".

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