
En pleno estancamiento en el frente, el Kremlin subió el tono y advirtió a Volodímir Zelenski que debe negociar "ahora" o arriesgarse a pérdidas en la guerra. "El margen de libertad de decisión se reduce para él a medida que pierde más territorios durante las acciones ofensivas del ejército ruso", destacó el portavoz Dmitri Peskov, luego de filtrarse un plan de alto al fuego de Estados Unidos.
El plan de paz de 28 puntos fue impulsado por la Administración Trump y preparado por su enviado Steve Witkoff, en coordinación con el emisario ruso Kirill Dmitriev. El borrador, presentado a Kiev y descrito por medios como Axios, ABC News, Reuters y otros, combina garantías de seguridad para Ucrania con importantes concesiones territoriales y militares a Rusia, lo que encendió las alarmas para los ucranianos y varios socios europeos.
El borrador de 28 puntos de Trump busca rediseñar el mapa de seguridad de Europa del Este: reconoce la soberanía de Ucrania, pero exige que ceda territorios, limite de forma permanente sus fuerzas armadas y renuncie a la OTAN, a cambio de garantías de seguridad de EE.UU. y la reintegración de Rusia en la economía global. Medios como Axios, Sky News y agencias como Reuters y Anadolu han publicado versiones coincidentes de estos elementos centrales.
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Con el plan de paz de la Administración de Donald Trump, Ucrania, Rusia, Estados Unidos y Europa resaltan como actores fundamentales y, de acuerdo a The Guardian, uno sería el perdedor.
Para Kiev, el principal "beneficio" sería el fin de la guerra y la llegada de un paquete masivo de reconstrucción financiado en buena parte con activos rusos congelados y recursos occidentales, además de unas garantías de seguridad estadounidenses que se acercan a una protección estilo "Artículo 5" de la OTAN, aunque sin ingreso formal a la alianza. Sin embargo, el precio es altísimo: ceder territorios que aún controla en Donbás y consolidar la pérdida de Crimea, aceptar una reducción duradera de su ejército y renunciar constitucionalmente a integrarse en la OTAN, puntos que chocan con la Constitución ucraniana, que exige referéndum para cambios territoriales.
Moscú obtendría buena parte de lo que lleva pidiendo desde 2022: reconocimiento práctico de sus anexiones en Crimea, Donetsk y Lugansk, y líneas congeladas favorables en Jersón y Zaporiyia, junto con la garantía de que Ucrania nunca entrará en la OTAN y verá su ejército limitado. Además, el plan abre la puerta al levantamiento gradual de sanciones, la reintegración de Rusia en la economía global e incluso su regreso al G8, lo que aliviaría la presión económica y política sobre el Kremlin. Aunque tendría que aceptar el uso de parte de sus activos congelados para reconstruir Ucrania, muchos observadores lo interpretan como un “castigo leve” a cambio de consolidar ganancias territoriales y de seguridad.
Para Washington, el plan refuerza su papel como árbitro central del conflicto y arquitecto del nuevo orden de seguridad europeo. EE.UU. se situaría como garante principal de la seguridad de Ucrania, administraría buena parte de los fondos de reconstrucción y presidiría el Consejo de Paz que supervisa el acuerdo, consolidando su liderazgo frente a Europa.
En el plano interno, la Casa Blanca podría presentar el acuerdo como una gran victoria diplomática de Donald Trump: fin del mayor conflicto europeo desde la Segunda Guerra Mundial, debilitamiento relativo de Rusia (obligada a pagar la reconstrucción y sometida a condiciones de no agresión) y un triunfo más visible que el papel de Europa. Esa narrativa ya aparece en análisis de medios estadounidenses y europeos, que subrayan el interés de Trump en capitalizar el plan, incluso de cara a un posible Nobel de la Paz.
La Unión Europea emerge como la gran perdedora política del esquema actual. A pesar de haber financiado buena parte del esfuerzo bélico y de la reconstrucción de emergencia, el plan fue negociado principalmente entre Washington y Moscú, con Ucrania y los europeos consultados en fases posteriores, lo que alimenta la sensación de haber sido marginados.
Gobiernos y diplomáticos europeos han insistido en el principio de "nada sobre Ucrania sin Ucrania" y advierten que cualquier arreglo que consolide las anexiones rusas y limite la soberanía ucraniana sin un papel central de la UE minaría la seguridad europea a largo plazo. Varios líderes temen, además, que el Consejo de Paz presidido por Trump actúe más como herramienta de poder estadounidense que como foro equilibrado, algo que ya se refleja en las críticas públicas de figuras como Kaja Kallas y en las dudas expresadas en París y Berlín.
En su forma actual, muchos analistas consideran que el plan se parece demasiado a la lista de exigencias maximalistas del Kremlin: consolidación de las anexiones, recorte drástico del ejército ucraniano, neutralidad forzada y renuncia a la OTAN. Medios como Sky News, The Guardian, la BBC y Al Jazeera subrayan que estas condiciones ya fueron rechazadas por Kiev en otras etapas de la guerra y que, para buena parte de la sociedad ucraniana, equivalen a aceptar la derrota a cambio de una paz frágil.
A la vez, existe una presión real para detener la guerra: fatiga bélica en Ucrania, divisiones en Europa sobre nuevos paquetes de ayuda y un contexto político en EE.UU. donde la Casa Blanca quiere mostrar resultados. Eso podría empujar a negociar sobre esta base, pero los obstáculos son enormes: la Constitución ucraniana exige referéndum para ceder territorio, no hay confianza en que Rusia respete un pacto a largo plazo y la figura de Trump polariza tanto en Europa como en EE.UU. Además, la UE insiste en un proceso inclusivo y en que no haya paz “sobre” Ucrania sin que Kiev y los europeos estén en el centro de la mesa. Por ahora, el plan parece más un punto de partida controvertido que un esquema listo para ser firmado.
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La Unión Europea ha reaccionado al borrador del plan de paz de 28 puntos impulsado por Donald Trump y aclaró que no aceptará ningún acuerdo negociado solo entre Washington y Moscú. La alta representante de la UE para la Política Exterior, Kaja Kallas, advirtió desde Bruselas que "para que cualquier plan funcione necesita la participación de los ucranios y los europeos, eso está claro", y remarcó que Europa reclama un asiento en la mesa "para Kiev y para ella misma". Diversos medios resumen la posición comunitaria como un rechazo a “cualquier plan de paz sin Ucrania y sin Europa”, ante el temor de una “paz” que se parezca a una claudicación de Kiev más que a una paz justa.
Varios ministros de Exteriores reforzaron ese mensaje. El español José Manuel Albares advirtió que "nada se puede hacer a espaldas de Ucrania, nada se puede hacer a espaldas de la Unión Europea", y subrayó que cualquier iniciativa deberá respetar "la integridad territorial y la soberanía de Ucrania" y situar a Kiev y a la UE "en el centro de cualquier negociación y de cualquier decisión".
Por su parte, el polaco Radoslaw Sikorski, uno de los más duros frente a Rusia, dijo: "elogiamos los esfuerzos de paz, pero es la seguridad de Europa la que está en juego. Esperamos que se nos consulte", aclarando que Bruselas no está dispuesta a avalar un arreglo bilateral entre Estados Unidos y Rusia que se construya sin la UE ni Ucrania.

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