"Ser médico en Gaza es vivir desde hace dos años bajo las bombas", asegura representante de Médicos Sin Fronteras
Joan Tubau, coordinador regional de Médicos Sin Fronteras en Palestina (MSF), ha visto de cerca el horror de la guerra en Gaza, donde ser profesional de la salud no solo significa luchar contra el tiempo y la precariedad para salvar vidas ajenas, sino también luchar por la propia supervivencia diaria.
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En Gaza, ser profesional de la salud significa luchar contra el tiempo y la precariedad para salvar vidas, mientras se pelea por la propia supervivencia. Joan Antón Tubau García, coordinador regional de Médicos Sin Fronteras (MSF) de Palestina, ha visto de cerca el horror de la guerra. El personal médico y sanitario a su cargo atraviesa el calvario diario de no saber si regresarán con vida a sus hogares. Deben, a la vez, resistir el agotamiento emocional de la violencia y mantener la claridad mental necesaria para salvar vidas.
Las condiciones de trabajo son de gran precariedad, según relata. Operan en estructuras dañadas —muchas veces en hospitales de campaña— sin acceso pleno a material médico ni al combustible para los generadores. La Agencia de las Naciones Unidas para refugiados palestinos (UNRWA) actualizó recientemente un informe en el que confirma más de 790 ataques a personal sanitario, pacientes e infraestructuras sanitarias en Gaza. Además, sobre ellos se cierne la sombra de la hambruna. El bloqueo israelí a la entrada de alimentos ha generado una situación de malnutrición grave.
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A inicios de año, se reportó que más de 1.000 médicos profesionales perdieron la vida a raíz de bombardeos por el conflicto entre Israel y Hamás. El genocidio ha obligado, en más de 20 ocasiones en los últimos dos años, a que los galenos sean desplazados debido al daño en las infraestructuras. A pesar de todo, su compromiso por salvar vidas los mantiene en pie, en batalla constante contra la muerte.
—¿Cómo es la vida de un médico en Gaza tras dos años de guerra?
—Un médico, una enfermera, un higienista, un trabajador de la salud hoy en la Franja de Gaza es, básicamente, alguien que vive desde hace dos años bajo las bombas, como cualquier otro habitante de Gaza. Durante ese tiempo, probablemente se ha desplazado al menos media docena de veces. Algunos de nuestros compañeros sanitarios —médicos, enfermeros— se han visto obligados a hacerlo hasta en 20 ocasiones en los últimos dos años.
Por lo tanto, hablamos de personas que trasladan a su familia y sus pocos enseres de un lugar a otro de la Franja de Gaza, en una tienda de campaña, huyendo de las distintas ofensivas del ejército israelí o de las zonas donde los combates son más críticos, como ocurre hoy, por ejemplo, en la ciudad de Gaza, en el norte de la franja.
La vida de un compañero sanitario en Gaza es la vida de alguien que va cada día al hospital a trabajar, después de haber pasado toda la noche sin dormir por el ruido de las bombas, los helicópteros y los aviones. Es alguien que tiene miedo por él y por su familia, que probablemente no ha podido alimentarla como hubiera querido durante muchos meses, y que, aun así, sigue yendo al hospital todos los días para cuidar de los pacientes o de los heridos.
Hoy, a las 8 de la mañana, Omar Hayek —un compañero nuestro, ceramista terapéutico— estaba esperando el autobús para ir a trabajar, cuando un dron israelí lo alcanzó, junto con tres o cuatro personas más, en una parada de autobús. Ese era Omar Hayek: tenía 42 años y trabajaba con nosotros desde 2018.
Ese es, desgraciadamente, el mejor ejemplo que puedo darle de lo que significa ser sanitario en Gaza.
—¿Cómo viven las dificultades en los hospitales ante la falta de suministros y material esencial como medicamentos?
—Todos los que trabajamos en salud en Gaza lo hacemos bajo condiciones de precariedad, si me lo permites. Trabajamos en estructuras que, en muchos casos, han sido dañadas por bombardeos o por consecuencias directas de la guerra. Muchos de estos lugares son hospitales de campaña, es decir, hospitales que funcionan en tiendas de campaña.
Están bien adecuadas y preparadas para esa función, pero no dejan de ser eso: hospitales de campaña. Y, como digo, sin acceso pleno al abastecimiento de material médico, material sanitario, medicinas, combustible para los generadores o la alimentación adecuada para los pacientes, que sería necesaria para brindar un tratamiento óptimo.
Desgraciadamente, esas son las condiciones que impone, por un lado, la guerra, pero también, de forma muy explícita e intencional, el bloqueo que el Estado de Israel mantiene sobre la Franja de Gaza. Ese bloqueo impide el ingreso de los insumos necesarios para que las estructuras de salud funcionen. Del mismo modo, limita el acceso al agua y a los alimentos en los mercados.
Pero si hablamos específicamente de las estructuras de salud, trabajamos siempre al límite, con compañeras y compañeros —como decía antes— agotados. Agotados por la guerra y por el trabajo heroico de cada día.
—¿Cuál es la situación actual respecto a la hambruna y desnutrición en los habitantes de Gaza?
—En Gaza no hay suficiente comida, y eso se debe a que el ejército israelí impide la entrada del abastecimiento necesario para toda la población. Eso, obviamente, tiene un impacto directo en las condiciones de salud, especialmente en los sectores más vulnerables: los niños y las mujeres.
La semana pasada atendimos en una maternidad de la ciudad de Gaza, llamada Al Hilu, donde en ese momento había 15 o 16 recién nacidos. En esa zona del norte de la ciudad atendimos a 1.400 personas en situación de malnutrición aguda, severa y grave.
Se trata de personas en una situación que, en muchos sentidos, es muy particular para Oriente Medio. No es común encontrarse con algo así en esta región, y solo puede explicarse por el bloqueo que impone Israel sobre la Franja de Gaza.
Esa malnutrición, además, es muy específica: afecta a los niños, a los más jóvenes, a las mujeres embarazadas y a las mujeres lactantes. Es decir, a los más vulnerables.
—¿Puede describir cómo es un ataque directo o cercano a un hospital?
—Yo, en Gaza, no lo he vivido. Lo he vivido en otros lugares y, bueno, sencillamente ocurre sin previo aviso en la mayoría de ocasiones.
La semana pasada, en nuestro hospital de Al-Hilal —lo hicimos público a través de cuatro tuits—, ocurrió exactamente eso. Sin previo aviso, como decía, una maternidad donde había mujeres embarazadas a punto de dar a luz y 15 o 16 niños en incubadoras fue afectada por dos impactos de artillería, provenientes de un tanque israelí, que alcanzaron el edificio contiguo. Fue lo suficientemente cerca como para provocar destrozos en la estructura: abrir una brecha en las paredes del hospital.
El equipo ya había evacuado previamente. Al sentir la presencia de los tanques y, desgraciadamente, con la experiencia acumulada durante estos dos años, evacuaron a todas las personas: las madres, los niños, los pacientes. Los trasladaron al sótano. Si no lo hubieran hecho, sin duda estaríamos hablando de una tragedia.
No fue un ataque directo, pero fue lo bastante cercano como para tener un impacto tremendo sobre las zonas del hospital donde hay camas, pacientes e incubadoras. Solo se evitó una desgracia porque el personal, lamentablemente, ya tiene mucha experiencia, y evacuó a tiempo a las madres y a los recién nacidos.
Eso es lo que ocurre: se siembra el caos, la desesperación y, en muchos casos, la muerte en una estructura que está diseñada para traer vida, no para traer muerte.
—¿Cómo gestiona el agotamiento emocional al ser testigo de la violencia de la guerra y a la vez tener que mantener la claridad médica para salvar vidas?
—Esta es una pregunta que nos hacen a menudo, y que no tiene una única respuesta. Tiene tantas respuestas como personas somos aquí. Cada uno de nuestros compañeros lo vive de una manera distinta.
Yo creo que, al final, la mayoría de nosotros separa —quizás de una forma que no es muy sana, pero que es necesaria— las emociones del motivo por el cual estamos aquí.
Estamos aquí, tanto nosotros como nuestros compañeros palestinos, para intentar salvar el mayor número de vidas en medio de esta brutalidad constante. Y, por lo tanto, nos toca, si no poner las emociones completamente de lado, al menos procurar que no interfieran con lo que hay que hacer en cada momento. Lo que hay que hacer cuando nuestros compañeros médicos reciben una llegada masiva de víctimas y heridos tras un bombardeo cercano.
Hay que actuar con rapidez, tomar decisiones difíciles y procurar salvar tantas vidas como sea posible.
Esa es, probablemente, nuestra razón de ser. Y es también lo que nos lleva a gestionar nuestras emociones y nuestra humanidad de maneras distintas. Cada uno lo hace a su forma. Lo que sí hacemos, como equipo, es reaccionar como se debe reaccionar cuando la gente más nos necesita.
























