El tren que unía el Rímac con Ancón, pero fue completamente destruido pese a ser una importante ruta: ¿qué sucedió?
Desde el siglo XIX, el tren que unía el Rímac con Ancón era considerado una obra emblemática de modernidad y progreso en el Perú.
El tren que conectaba el Rímac con Ancón fue una emblemática línea ferroviaria inaugurada en 1870, que buscó facilitar el transporte de pasajeros y mercancías entre Lima, el puerto de Ancón y las localidades intermedias. Este ferrocarril desempeñó un papel importante en el desarrollo económico y social de la región, especialmente durante los años en que Ancón fue un destino turístico y balneario muy popular.
La ruta que conectaba el Rímac con Ancón comenzó a operar en 1870. Foto: Turismo de Ancón
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Historia y auge del tren Rímac-Ancón
En sus inicios, el Perú experimentó un auge ferroviario que lo posicionó como pionero en América Latina. Impulsado por la necesidad de integrar regiones, fomentar el comercio y conectar áreas clave, el ferrocarril Rímac-Ancón se destacó como un símbolo de progreso. Este ferrocarril consolidó un sistema de transporte eficiente que promovió el desarrollo económico y social.
La línea ferroviaria comenzaba en el Rímac y recorría distritos del norte de Lima como Carabayllo y Puente Piedra antes de llegar a Ancón. Transportaba tanto pasajeros como productos agrícolas y pesqueros. Este tren no solo fortaleció el comercio al facilitar el traslado de mercancías, sino que también impulsó el turismo hacia Ancón, famoso por sus playas y su atractivo como lugar de recreo para las clases acomodadas de Lima.
Inicialmente, el destino final era llegar hasta el valle y puerto de Huacho; sin embargo, debido a algunas deficiencias en el tramo, como la zona de Pasamayo, resultó muy desagradable por el peligro y el temor que generaba. Por lo tanto, se tuvo que llegar hasta el km 66, en el valle de Chancay.
Los pasajeros del ferrocarril Rímac-Ancón disfrutaban de un servicio que les permitía viajar cómodamente entre Lima y el puerto de Ancón. Foto: Lima una historia
La situación durante y posguerra del Pacífico
El ferrocarril, inicialmente financiado por una constructora privada, enfrentó constantes retrasos debido a problemas económicos. Esto llevó al Estado a intervenir financieramente, otorgando bonos a la compañía ferroviaria a cambio de acciones en la empresa. Por este motivo, el gobierno decidió asumir el control total del proyecto y, mediante el Decreto Supremo del 29 de marzo de 1872, adquirió el dominio exclusivo y absoluto del ferrocarril.
Sin embargo, durante la Guerra del Pacífico, parte del tramo del ferrocarril fue destruido, lo que afectó gravemente su operatividad. Como consecuencia, en mayo de 1880, la administración del ferrocarril se transfirió a la Compañía del Ferrocarril de la Oroya, en un intento por garantizar su funcionamiento y mantenimiento bajo una nueva gestión.
Se dice que los soldados chilenos, al arribar a la capital, activaron explosivos en el tramo entre Ancón y Chancay. Esto, junto con el abandono y la falta de mantenimiento, generó que la línea quedara cubierta por la arena de Pasamayo.
Tras la Guerra del Pacífico, el ferrocarril quedó muy dañado. En 1890, con el contrato Grace, el Estado transfirió los ferrocarriles a la empresa inglesa Peruvian Corporation, que representaba a los acreedores de la deuda externa. Sin embargo, la empresa mostró reticencia a reparar la línea hacia Chancay, ya que resultaba costosa y poco rentable, debido al bajo número de pasajeros y al escaso transporte de mercancías, a pesar de algunos repuntes en verano.
Con la firma del contrato, los ingleses se comprometieron a gestionar únicamente el tramo entre Lima y Ancón, vinculado al ferrocarril de La Oroya, mientras que el deteriorado segmento entre Ancón y Chancay quedó bajo la administración del Estado. Este evento marcó la fragmentación y el inicio del declive de uno de los ferrocarriles más destacados del país.
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Su declive y la inminente destrucción
Durante el siglo XX, el ferrocarril quedó relegado por el auge de los automóviles y los ómnibus, así como por la construcción de carreteras, que empezó a desplazar a los ferrocarriles como medio de transporte principal. Además, en las décadas de 1950 y 1960, los ferrocarriles en el Perú sufrieron desinterés estatal y falta de inversión.
En los años posteriores, muchas de las áreas ocupadas por la vía férrea también se reutilizaron para la urbanización. Esto significó un desenlace previsto, ya que no se realizó ningún esfuerzo significativo para preservar o rehabilitar el sistema ferroviario.
Su deterioro y posterior desaparición en 1967 de la ruta marcaron el fin de una etapa de avances ferroviarios en el Perú. Hoy en día, su historia se recuerda como un ejemplo de lo que pudo haber sido un sistema de transporte sostenible y eficiente si se hubiera adaptado a los cambios sociales y tecnológicos.