Historia de epidemias en el Perú
Ahora que se teme por el ingreso del mortal coronavirus procedente de China, es bueno recordar que las epidemias son parte fundamental de la historia del Perú. Las primeras registradas son la viruela, el sarampión y la gripe; que llegaron a nuestras costas diez años antes que Pizarro y sus conquistadores. Mientras, el cólera dejó más de 3 mil muertos.
Las epidemias llegaron al Perú antes que Francisco Pizarro y también mataron un inca, a su sucesor y a miles de pobladores del Tawantinsuyo. Lo dicen los quipus y su valiosa información descrita luego por cronistas de la talla de Juan de Betanzos, Polo de Ondegardo, Garcilaso de la Vega y Cieza de León.
Desde que las tres carabelas de Cristóbal Colón avistaron tierra en 1492, el Nuevo Mundo sufrió epidemias que arrasaron etnias completas en las islas caribeñas, México, Norte y Centroamérica. Los conquistadores y colonos las trajeron consigo y bastó un estornudo para propagar el mal. A esto debemos sumar el maltrato y la miseria que sumieron pueblos enteros tras la conquista europea.
Virus viajeros
Cuarenta años después del “descubrimiento” de América, Pizarro partió de Panamá rumbo al sur. Previo a la partida, una epidemia de viruela había arrasado con más de 40 mil nativos que habitaban en ambas costas del istmo panameño.
Se presume que esos virus se adelantaron a la expedición de los socios de la conquista y habrían llegado al Tawantinsuyo por vía marina y avanzado por los actuales territorios de Colombia y Ecuador.
Fue así como el inca Huayna Cápac enfermó durante su permanencia en Quito, donde ya se había desatado una epidemia de viruela procedente de las costas, años antes de la llegada de Pizarro. En su lecho de muerte, el último gran inca nombró sucesor a su primogénito, Ninan Cuyuchi, quien también contrajo el mal y murió días después, dejando al Tawantinsuyo sin un sucesor oficial.
El cronista Betanzos, radicado en Cusco, describió así la muerte del último gran inca cusqueño: “le dio una enfermedad que le quitó el entendimiento y diole una sarna y lepra que lo mató”. Esta versión se la contó su esposa, la ñusta Cuximiray Ocllo. Esa “sarna y lepra” sería la viruela. Cuando el cadáver de Huayna Cápac fue trasladado al Cusco, el mal se propagó y mató a miles de pobladores.
“La viruela, junto con la gripe y el sarampión, fueron los factores de mayor importancia que produjeron el colapso de dos imperios americanos: el inca y el azteca; porque el terror deletéreo provocado por la aparición súbita de estas mortales enfermedades poco antes, durante e inmediatamente después de la invasión, hicieron imposible la reacción nativa en contra de los extranjeros intrusos. Especialmente la viruela, con su horripilante brote cutáneo, causó una espantosa sensación de impotencia y desesperación”, sostiene el Dr. Uriel García en su ensayo La implantación de la viruela en los Andes, historia de un holocausto.
Su propagación en el entonces virreinato del Perú ya es historia conocida.
Los historiadores coinciden en que respondió a la falta de salubridad en las ciudades y a las pésimas condiciones de vida de los nativos, sus principales víctimas. Pero es con los grandes terremotos cuando la disentería, la viruela y otros males se democratizaban, afectando no solo a los indios sino también a los esclavos negros, mestizos, criollos y a los propios españoles. Otros factores “naturales” fueron los fenómenos del Niño: En 1720, por ejemplo, provocó epidemias que mataron a decenas de miles en todo el territorio peruano, afectando a la economía virreinal.
Llegan las vacunas
Así como los españoles trajeron las epidemias, así también la Corona española tomó la iniciativa de inmunizar a la población americana pocos años después de inventada la vacuna.
Fue durante el reinado de Carlos IV cuando una delegación de galenos encabezada por Dr. Francisco Javier Balmis y su discípulo, el joven José Salvani, partieron de España en 1803 con veinte niños infectados de viruela. De sus pústulas salía la vacuna. El método ahora merecía un juicio de lesa humanidad, pero en su época fue toda una odisea científica.
Salvani recorrió desde los actuales territorios de Venezuela hasta Bolivia. En el camino iban infectando niños para extraer de sus pústulas las vacunas. Salvani realizó un trabajo sobrehumano pero el agotamiento, los soroches y su tuberculosis lo terminaron de matar en Cochabamba, Bolivia, a los 36 años de edad. Dicen que murió en plena vacunación.
Salvani fue bien recibido en todas las ciudades −la viruela era el terror de la época−, pero en Lambayeque se cruzó con la campaña antivacuna de los curas locales, y en Lima tuvo problemas porque ya se estaba comercializando una vacuna similar que llegaba en láminas de vidrio. Fue el primer caso de tráfico de medicamentos. Y tuvo que intervenir el propio virrey Abascal para que Salvani cumpliera con su labor.
Lo cierto es que la epidemia pudo ser controlada, pero subsistió en nuestro continente hasta fines del siglo XX. En el interín es bueno recordar que este método de extraer vacunas de las pústulas de infectados perduró hasta comienzos del siglo XX. Hiram Bingham, durante su viaje a Machu Picchu en 1911, escribió: "los indios creen que la vacunación con pus de las lesiones de un paciente que ha muerto con viruela confiere inmunidad contra esta enfermedad...". Este es el mismo método usado cien años antes.
Cólera que mata
La última gran epidemia en el Perú fue la del cólera, registrada a partir de 1991 con un brote oficial en Chancay que se extendió por costa, sierra y selva y afectó a los países vecinos.
El mal provocó una histeria colectiva que coincidió con el primer año de Gobierno de Alberto Fujimori. Sin embargo, ahora se sabe que el mal había aparecido a finales de los años 80 en plena crisis del primer Gobierno de Alan García, que repercutió en la salubridad de las grandes ciudades peruanas. A esto se suma la enorme migración citadina provocada por el accionar de Sendero Luminoso.
El cólera dejó más de 3 mil muertos. Afectó el consumo de pescados crudos (ceviches) y otros productos naturales, pero dejó una gran lección para el tratamiento y control epidémico a nivel nacional.
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La viruela como arma biológica
La primera utilización de la viruela como arma biológica fue en las nacientes colonias inglesas en la costa este de América del Norte (hoy Estados Unidos).
En 1633, agobiados por la contraofensiva de los indios, el gobierno colonial inglés instruyó a sus tropas para esparcir frazadas contaminadas con viruela para que sean recogidas por los nativos, y así ayudar a su exterminación. Esto sucedió en Plymouth, en Nueva Inglaterra.
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El reverendo Richard Mather agradeció a Dios por el envío de la viruela a los indios con la oración de acción de gracias que tiene el elocuente título de ‘God sent smallpox’ (La viruela, envío de Dios).