Ayacucho: la muerte de tu hijo, la llamada que nunca nadie quisiera recibir
Desde el rincón de los muertos. Los familiares de Christopher Ramos Aime (15), Josué Sañudo Quispe (31) y Edgar Prado Arango (51) niegan que participaron en las manifestaciones, excepto Raúl García Gallo (35). Sus historias son similares, de emprendimiento, nobleza y duro trabajo cotidiano.
A los 15 años de edad, lo que más preocupaba a Christopher Ramos Aime, era ayudar a su madre, Hilaria Aime Gutiérrez, a completar los 363 soles mensuales que debía pagar de un préstamo que le hizo la Caja Huancayo. Era lo que le quitaba el sueño y lo que explica por qué trabajaba en el cementerio de Huamanga para reunir la endemoniada suma que se le escapaba a su madre, soltera, con cuatro hijos, el último de dos años y siete meses.
Por las calles aledañas del cementerio fue que Christopher Ramos recibió el impacto de un balazo en la espalda.
Hilaria Ayme llora al comprender que de no haber sido por la deuda, su hijo Christopher Ramos no tendría que haber ido a trabajar ayudando a los deudos a llevar flores, globos y otros presentes a sus difuntos o limpiando nichos. Pero los eventuales 30 soles que conseguía por jornada eran necesarios para completar la mensualidad.
A veces lo contrataban por 45 soles al día para cumplir extenuantes labores agrarias. Pero estaba vez le tocaba ir al cementerio. No había participado en las manifestaciones.
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Relató su madre:
“Mi hijo era un apoyo. Del cementerio a veces conseguía 30 soles. De esa cantidad, me daba 20 soles y los otros 10 me pedía que se los guardara porque soñaba con comprarse una moto para trabajar. Pensaba que lo lograría a los 18 años. Llegó a juntar hasta 700 soles cuando lo mataron”.
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Hilaria Aime Gutiérrez habla como si su hijo estuviera vivo. Todavía sigue en estado de shock, desde el momento en que recibió la llamada de un médico para que identificara un cuerpo. Pensó que era un error. Christopher Ramos no era un manifestante. Además, tenía 15 años. Solo estaba preocupado en pagar la deuda, saldarla y así su madre requerir otro préstamo.
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Así recordó el día que mataron a su hijo:
“A él le dispararon a las seis de la tarde en la esquina del cementerio, estaba detrás de un poste. El doctor que le hizo la autopsia me dijo que el disparo vino de arriba. Ese día al anochecer no llegó como habituaba hacerlo. No pude llamarlo porque se había ido la energía eléctrica y el teléfono se quedó sin batería. Pensé que había ido a la casa de su padre. Nunca pensé que estaba muerto para entonces. La bala le entró por la espalda y salió por un costado. Su amigo de trece años intentó jalarlo, pero no pudo porque seguían disparando. Hasta que a las ocho de la mañana del día siguiente me llamó un médico para que fuera a reconocer a mi hijo”.
Una llamada para avisar que han matado a tu hijo, es algo que nunca nadie quisiera recibir.
Te sigo esperando
En cambio, Janet Román Pareja, esposa del maestro albañil Raúl García Gallo, 35 años, fue asaltada por el temor cuando este le dijo que se sumaría a las manifestaciones de protesta. Había escuchado que los militares habían salido y que estaban disparando. Era el 15 de diciembre.
Janet Román lo rememoró así:
“Era muy amoroso, amable y atento con sus hijos. Desde que me embaracé, me dijo: ‘Janet, ya no vas a trabajar. Dedícate a tiempo completo a tus hijos, yo me voy a hacer cargo”. Tenemos cuatro hijos, de 18, 14, 11 y 9 años. El de 9 años es el que más sufre. Me dice: ‘Mamá, quiero que mi papá vuelva. Vamos a la tumba de mi papá y hay que sacarlo de esa cajota’. Yo le digo: ‘No, hijito, tu papá ahora es un ángel que nos está cuidando desde arriba’. ‘No, mi papito está durmiendo’, me dice. Estuvimos juntos 14 años y 8 de casados. Yo lo conocí cuando trabajaba en un restaurante. Él venía a comer y yo era la cocinera. Así como era muy amoroso, también se sumaba a las causas justas. Ese día salió a las 5 y 30 de la mañana y a las 5 de la tarde me llamó mi hijo mayor y me dijo: ‘¡Mamá, a mi papá le han disparado! ¡Vamos al hospital!’. Fui al hospital nuevo y no lo encontré. Llamaba al celular de Raúl y me contestan los policías que tenían su celular y me dice que lo tienen en el Seguro Social”.
Entonces llegó el momento inaceptable, la hora a la que nadie quisiera asistir. El encuentro con la muerte. El solo relato de Janet Román lo dice todo:
“Llegué y le consulté al guachimán por mi esposo y me dice: ‘Señora, tiene que ser fuerte’. Y yo le digo: ¿Por qué?, si me han dicho que mi esposo está estable. Es lo que me dijeron. Y me dice: ‘Sígame’. Yo estaba con mi hermano. Lo seguimos y abre la puerta de la morgue y le pregunto: ‘¿Por qué me traes aquí? ¡Llévame donde mi esposo, quiero verlo! Se acerca a un cuerpo y le quita la sábana blanca y veo a mi esposo ahí tirado. No era justo. Para mí, mi esposo está durmiendo y sé que en cualquier momento se va a levantar. Lo sacudí y le dije: ‘¡Levántate, dime algo, abre tus ojos!’. El guachimán me dice: “No, señora, tu esposo está fallecido’. ‘No, está durmiendo mi esposo y en cualquier momento se va a levantar y me va hablar’”.
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En cambio, los padres de Josué Sañudo Quispe, de 31 años, Germán Sañudo y Julia Quispe, aseguraban que su hijo no se sumó a las protestas. Lo niegan rotundamente. Y se mortifican cuando hay quienes, para justificar la fuerza del Ejército, afirman que los fallecidos eran extremistas, vándalos, violentistas.
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Recuerda su padre Germán Sañudo:
“Había completado sus estudios de Administración de Empresas en la Universidad Nacional San Cristóbal, y aparte estudió topografía en Sencico. Era multifacético. Se metía en diferentes giros: podía vender juguetes, golosinas, ropa. Vivía solo desde hace siete años”.
Según sus progenitores, Josué Sañudo vivía en la zona de Chontaca, donde justamente se produjeron los enfrentamientos. Ese día, 15 de diciembre, lo invitaron a almorzar en la casa familiar, en Carmen Alto. Al terminar, casi a las tres de la tarde, ya había estallado el conflicto en las calles. Le dijeron que se quedara. No quiso. Esto es lo que recordó su madre, Julia Quispe:
“‘¿Tienes mujer o hijos acaso para volver? ¡Quédate!’, le dije. Pero prefirió regresar a su cuarto. Cuando retornaba, le impactó una bala en la zona derecha del pecho y le salió por la espalda. Los vecinos salieron a auxiliarlo, todavía estaba con signos de vida. Los bomberos lo llevaron al hospital, donde los médicos llegaron a intubarlo. Pero a las 3 y 50 de la tarde falleció. Me parece un sueño, me parece que va a volver en cualquier momento. Y estoy esperando. Han pasado 15 días y no vuelve ni me llama mi hijo”.
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Muerte ante cámaras
El mecánico automotriz y transportista Edgar Prado Arango, de 51 años, tampoco estuvo relacionado en lo absoluto a las manifestaciones. Recibió un proyectil cuando intentaba socorrer a un herido. El video circula en las redes sociales y es una poderosa evidencia de que el Ejército disparó indiscriminadamente, violando el Reglamento del Uso de la Fuerza (RUF), que se encuentra vigente desde 2020.
Prado trabajó para la Defensoría del Pueblo, de donde salió para dedicarse a su propio negocio. Tenía dos camionetas Hilux que alquilaba a instituciones. Estos vehículos eran su vida.
Todo ocurrió a cuatro casas de la suya. Dijo su hermana Edith Prado:
“Me asomé a la ventana y vi que mi hermano Edgar estaba saliendo. Vio que había varios heridos afuera. Entonces, le dije desde el segundo piso, donde yo estaba: ‘Edgar, ¿adónde estás yendo? ¡Hermano, no vayas por favor!’, le gritaba. Me contestó: ‘¡Hermana, no seas mala! ¡Hay que ayudar a los heridos! ¡Pobrecitos, están sangrando!’. Y se fue corriendo. Vi que estaba atendiendo a los heridos y de pronto se cayó. Y yo, que lo estaba viendo desde la venta del segundo piso, me dije ‘¡pobre mi hermano, se habrá desvanecido viendo a los heridos’. De pronto, los manifestantes salieron de un pasaje diciendo: ‘¡También está herido! ¡Está muerto!’. Bajé rápido gritando auxilio. Dos de los manifestantes lo llevaron a la puerta de la casa. Mi hermano me dice: ‘Tranquila, voy a estar bien’. Se notaba que de arriba le habían disparado al estómago. La sangre salía como caño. Un vecino estaba con otro herido. Y me pidió sacar el carro. Estando Edgar herido me dijo: ‘Ayuden al chico’. Saqué las llaves de su bolsillo y llevé al hospital a los dos”.
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A las 7 de la mañana del 17 de diciembre perdió la vida Edgar Prado Arango. Todo fue filmado: no estaba en la protesta. Está acreditado que no portaba armas. Quedó documentado que lo asesinaron.