Los "safaris humanos" en Sarajevo, el asedio más largo que expuso la crueldad humana con fines recreativos
Tras la declaración de independencia de Bosnia respecto de Yugoslavia, Sarajevo fue sometida a un asedio militar que causó la muerte de más de 10.000 personas. Se denunció que algunos turistas extranjeros pagaban para disparar contra la población civil por diversión.
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Entre 80.000 y 100.000 euros: ese era el precio que un grupo de millonarios pagaba por matar civiles en Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina, durante el asedio militar más prolongado de la historia moderna de Europa (1992-1996). Según informó la Fiscalía de Milán, estos ciudadanos —provenientes de Italia, España, Francia, Reino Unido y Estados Unidos— convirtieron las calles de la ciudad sitiada en un “safari humano”, una práctica que consistía en disparar a transeúntes como si se tratara de un siniestro juego.
Con el respaldo de integrantes del ejército serbobosnio, los visitantes eran trasladados a Sarajevo, donde recibían instrucciones sobre qué colinas debían ocupar para actuar como francotiradores. Las víctimas incluían incluso a niños, por cuyos asesinatos se ofrecían precios más altos, según las pesquisas.
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Una maquinaria de terror
El asedio comenzó en abril de 1992, tras la declaración de independencia de Bosnia y Herzegovina. Las fuerzas serbobosnias, que buscaban crear una entidad serbia unificada, rodearon con facilidad la ciudad ubicada en un valle y la mantuvieron bajo fuego constante.
En ese contexto, la logística de los “safaris” siguió un patrón definido. Según el periodista italiano Ezio Gavazzeni, los interesados se reunían en la ciudad italiana de Trieste, viajaban a Belgrado y desde allí llegaban a Sarajevo en autobús o helicóptero hasta Pale, una localidad a 15 kilómetros de la capital bosnia. Luego, el ejército serbobosnio los conducía hasta las colinas que rodean Sarajevo, donde se les entregaban armas de precisión y se les ofrecía un entrenamiento básico.
En Pale, fuerzas especiales los esperaban con jeeps para guiarlos hasta las líneas del frente. Edin Subasic, exoficial del Servicio de Inteligencia Militar de Bosnia-Herzegovina, asegura que los francotiradores extranjeros aprovechaban los vuelos humanitarios y que el transporte en helicóptero hasta Bosnia lo realizaban aparatos militares serbios, en clara violación de la prohibición de vuelo decretada durante la guerra. "El modo de operar —desde el transporte hasta la infiltración en las líneas de combate— exigía tal nivel de coordinación y confidencialidad que solo un servicio poderoso podía estar detrás", afirma el exmilitar.
Una vez llegaban, los francotiradores serbios guiaban a los turistas hasta posiciones elevadas desde las que podían disparar sin ser vistos. Muchos de ellos no tenían experiencia militar, pero eran integrados en una maquinaria diseñada para cazar personas en una ciudad sitiada.
Un reporte de DW News documentó entre 300 y 350 víctimas civiles asesinadas en estas masacres. Aunque no se conoce el número exacto de turistas francotiradores, la participación de extranjeros está ampliamente registrada. La inteligencia militar italiana (SISMI) detectó estos movimientos a inicios de 1994 y los interrumpió meses después.
Historias que simbolizan el horror
Uno de los casos más conocidos es el de Boško Brkić y Admira Ismić, una pareja que murió al intentar cruzar un puente en 1993 y cuyo decesos fueron inmortalizados en el documental Romeo y Julieta en Sarajevo. Ambos fueron alcanzados por disparos de un francotirador y sus cuerpos permanecieron durante días en tierra, incapaces de ser recuperados por ninguno de los bandos.
En esa misma lógica de terror, el bulevar Meša Selimović —conocido como «Callejón de los Francotiradores»— se transformó en un corredor mortal donde autobuses, tranvías y peatones quedaban al alcance de disparos constantes, mientras advertencias improvisadas intentaban alertar a quienes aún necesitaban transitar por la ciudad sitiada.
En 2022, el documental Sarajevo Safari incluyó el testimonio de un oficial de inteligencia esloveno, quien relató haber visto a un participante apuntar a un niño que caminaba con su madre. “Podía sentir su entusiasmo. La adrenalina era palpable”, declaró. Otros testigos señalaron que los disparos contra civiles ocurrieron en zonas donde el armamento no coincidía con el utilizado por los tiradores habituales, lo que alimentó la sospecha sobre la presencia de extranjeros. “Había nuevas armas y nuevas manos detrás del visor”, recordó un militar bosnio.
Perfil de los participantes
“Eran personas adineradas que fueron allí por diversión y satisfacción personal”, explicó Ezio Gavazzeni. El abogado Nicola Brigida añadió que se trataba de sujetos “despiadados, sádicos, con el gusto de matar gratuitamente”. En el documental, el exoficial de inteligencia bosnio Edin Subošić coincidió en que eran individuos acostumbrados al lujo que buscaban emociones extremas. “Solo con dinero podrían haber asumido este reto”, afirmó.
Las investigaciones buscan determinar la escala real del crimen e identificar a todas las personas involucradas.
El impulso para reabrir el caso
Benjamina Karic, alcaldesa de Sarajevo, fue una de las primeras autoridades en exigir una investigación internacional tras el estreno del documental. “Durante años escuchamos rumores, pero ahora hay nombres y fechas”, dijo.
El giro decisivo llegó desde Italia: la Fiscalía de Milán, encabezada por Ezio Gavazzeni, abrió una pesquisa preliminar basada en testimonios y material reunido por periodistas italianos sobre el rol de sus connacionales en el conflicto. Su objetivo es “determinar si ciudadanos italianos participaron en actividades que puedan constituir crímenes de guerra”.
Organismos bosnios aportaron informes de inteligencia elaborados durante el asedio, algunos de los cuales mencionaban la presencia de “tiradores de fin de semana”. El interés internacional creció cuando archivos sobre operaciones serbias posteriores a la masacre de Srebrenica incluyeron referencias indirectas a extranjeros en posiciones de tiro.
Un silencio que duró décadas
Aunque las acusaciones se conocían de forma fragmentaria, los organismos internacionales no actuaron en su momento. Observadores de la ONU documentaban violaciones masivas, pero no contaban con recursos para investigar hechos que no respondían a una estrategia militar clara.
Las autoridades bosnias enviaron reportes al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), pero no existía una categoría jurídica que contemplara la participación de civiles extranjeros sin vínculo formal con fuerzas armadas. La ausencia de nombres y de testigos dispuestos a declarar dejó el caso en un limbo legal.
“Tenía información, pero no sabía si alguien me creería”, admitió Jordan, uno de los testigos que impulsó la reapertura del proceso. Sus declaraciones, junto con la difusión de documentos desclasificados, permitieron reconstruir parte del mecanismo que operó en Sarajevo y expuso la dimensión más extrema del asedio.






















