Lima estalló con el regreso de Limp Bizkit
Crónica. El Festival Loserville tuvo en el cartel a la banda estadounidense liderada por Fred Durst. Se presentaron en el Costa 21 que lució un lleno total.
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¡Brutal! No hay otra palabra para describir el huracán de energía que barrió Lima con el regreso de Limp Bizkit. El local de Costa 21, ubicado en San Miguel, quedó no solo abarrotado, sino evidentemente pequeño ante la marea de fanáticos que, con justa razón, se preguntaban a gritos: “¿Por qué no fue esto en el Estadio Nacional?”.
El festival Loserville colgó el cartel de lleno total, sellando un sold out que demostró la sed incontenible por la banda de nu metal tras nueve años de ausencia. Tanta fue la locura, que el drama se vivió fuera de Costa 21: cientos de almas se quedaron sin poder adquirir una entrada, condenados a armar sus propios pogos en los exteriores, en medio de un cordón policial y alimentándose de cada canción de Limp Bizkit que se filtraba de los parlantes hacia el exterior.
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Dentro, la atmósfera era eléctrica gracias a la dosis de adrenalina que contagiaban las bandas teloneras. Desde los veteranos Bullet for My Valentine, que no volvían al Perú desde 2019 y vinieron celebrando los 20 años de su emblemático disco The Poison, hasta Ecca Vandal, 311, Riff Raff y Slay Squad. La combinación fue el calentamiento perfecto para que el público se preparara para el plato fuerte: Limp Bizkit.
Y entonces llegaron ellos. Con una descarga de adrenalina pura, con su mezcla de rock y hip hop se posicionó sobre el escenario para brindar un concierto que hoy ha sido catalogado como histórico.
Pogos que homenajearon a Sam Rivers
Su presentación empezó bastante emotiva. Con el reciente fallecimiento de su bajista Sam Rivers, los miembros de la banda le realizaron un homenaje con imágenes del músico, unas velas y de fondo la canción Drown. Con la frase “Perdóname”, concluyeron la canción y tras un silencio breve comenzaron la furia con su emblemática canción Break stuff, la cual fue tocada al inicio y al final, y en ambas oportunidades con la misma furia característica que identificó al público peruano y que fue reconocido por Matt Tuck, cantante de Bullet for My Valentine.
Durst, visiblemente impactado por el fervor y la energía de la gente, no pudo evitar la comparación histórica: esta brutalidad limeña le recordaba su legendario y caótico show en Woodstock ‘99.
El regreso de Limp Bizkit, en esta oportunidad con Richie Buxton, (Kid Not) en el bajo, fue un asalto frontal caracterizado por los pogos masivos que amenazaban con derrumbar la estructura y el resplandor rojo y furioso de las bengalas.
La llegada de Full Nelson marca el momento en que Fred Durst elige a un afortunado para compartir el micrófono y el caos del escenario.
Mientras la adrenalina fluía, las pancartas se alzaron por docenas, rogando ser el elegido para el momento épico. La sorpresa fue mayúscula cuando el elegido fue un joven de tan solo 12 años, con sangre peruana y dominicana, que miraba desde la multitud.
Subido al escenario, el niño, visiblemente emocionado, pero sin un ápice de miedo, no solo dio la talla, ¡sino que la superó! Demostrando un manejo del inglés casi perfecto, cantó los versos con una claridad asombrosa. Sin embargo, lo que realmente desató la locura del público fue su energía incontenible: este pequeño demostró ser un auténtico y feroz amante del rock y el metal, robándose el show y dejando claro que el futuro del pogo está asegurado.
“Durísimo, para mí el concierto terminó ahí”, nos declaró notablemente emocionado y mostrando que el relevo generacional está asegurado en medio de la tempestad sónica.
Y, ¿la productora dio la talla al igual que el público? En medio del sudor del pogo, hubo un gesto que brilló con luz propia y que debe ser aplaudido: el personal de seguridad cerca de las vallas estuvo repartiendo agua gratis a los asistentes. ¡Un detalle de oro que, lamentablemente, rara vez se ve en festivales de esta magnitud!
Sin embargo, no podemos ignorar una mancha: la elección del recinto. A todas luces, la magnitud de la asistencia desbordó por completo el Costa 21. El caos se tradujo en colas eternas para comprar, y hasta la visita a los servicios higiénicos se convirtió en una odisea. Moverse dentro del festival, ya sea en Campo A o Campo B, era una misión imposible; todos apiñados, en un espacio donde no había áreas de descanso.
A pesar de la aglomeración, hay que reconocer la ingeniería sónica: el sonido fue impecable. La mezcla reventó los tímpanos justo como se esperaba, sin fallas que criticar. La potencia era tal que, como ya mencionamos, se armó un mini-concierto paralelo con la gente que se quedó afuera.
La música de Limp Bizkit se escuchó fuerte y clara, demostrando que al menos en la calidad acústica, el show no tuvo fisuras.























