
A los 13 años Jeiser Suarez Maynas pasó una hora y media mirando el sol arrodillado en el patio de su escuela en Pucallpa (Ucayali). No lo hizo por diversión ni por voluntad propia. Su profesora de religión lo había castigado por no persignarse durante la clase. Fue antes o después de eso, no recuerda, que otro docente lo obligó a comer ceviche para que se “civilice”, pese a que él, un niño del pueblo indígena Shipibo-Konibo, se había negado a probarlo porque lo consideraba como “pescado podrido”.
Ninguno de esos dos casos fueron aislados, sino que formaron parte de una cadena de ataques durante toda su etapa escolar, principalmente en primaria. Lo molestaban por ser indígena, por tener padres que usaban otra vestimenta, por tener otras costumbres.
El mismo año que fue obligado a arrodillarse a mirar el sol y resultar excluido del curso de religión acusado de “no tener un Dios”, Jeiser terminó siendo policía escolar. Los años siguientes fue brigadier, sub brigadier general y miembro del Estado Mayor, en quinto de secundaria. Había descubierto algo.
“Mi mejor arma fue estudiar y ser mejor que mis compañeros que hablaban castellano. Ese fue mi escudo a la discriminación que pasé”, recuerda hoy a sus 42 años en diálogo con La República.
Actualmente, Suarez Maynas es presidente de la Asociación Raíces Indígenas Amazónicas Peruanas (ARIAP), espacio donde promueve la educación intercultural bilingüe y realiza diversos proyectos a favor de los pueblos originarios de la Amazonía Peruana. Ha representado al país en instancias internacionales como el Organismo Internacional de Juventud para Iberoamérica, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la Unión Europea y demás.
Esta trayectoria y el daño visual ocasionado por haber mirado horas directamente el sol lo lleva a estar seguro de que “ser indígena en el Perú no es fácil”.
“Relacionan nuestra imagen a aspectos negativos: el mal hablado, el negrito, el feo, el pobre y una serie de cosas. Nos ven siempre como parte del folclorismo, como objeto de estudio, pero para analizar, hablar, ser parte y dar alternativas de solución, simplemente no existimos”, indica.
Lo dice sabiendo que su caso no fue el mismo que sus compañeros y que, en la década de los noventa, “ir todos los días a la escuela fue un trauma”. Recuerda, por ejemplo, que algunos padres al ver que sus hijos regresaban golpeados a casa preferían retirarlos de la escuela. Otros, les decían que traten de ocultar su origen para no ser hostigados.
“Por protección de nosotros en una sociedad tan racista y tan excluyente, los padres nos decían ‘no hables (en tu lengua materna)’, ‘si nos ves por la calle no nos saludes’. No por vergüenza, sino por miedo”, comenta.
El miedo a ser agredidos verbal, física y psicológicamente ocasionó que muchas personas descendientes de miembros de pueblos originarios perdieran su código lingüístico. “Los indígenas siempre estuvimos y estamos muy orgullosos de serlo. Lo que pasó es que por miedo un padre le dijo a su hijo ‘no hables de tal forma’ y ese hijo cuando tuvo sus propios hijos, simplemente les habló en castellano, no les llevó a la comunidad, les matriculó en una escuela donde estudian los mestizos, su entorno es mestizo o castellano, sus amigos son hispanos, su vida es hispano”, dice.
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Las educadoras Kate Saavedra y Flore García-Bour han notado esa situación en los grupos de niños con los cuales trabajan. Ellas son parte del proyecto comunitario Jakon Nete, fundado en el 2018, que desarrolla estrategias para la protección y cuidado de los niños, niñas y adolescentes (NNA) del sector 10 de septiembre del barrio La Hoyada, en el distrito Callería (Ucayali).
Esta zona está ubicada a solo tres minutos en mototaxi desde Pucallpa, capital del departamento de Ucayali, sin embargo, desde sus inicios ha sido estigmatizada y considerada como marginal. Inicialmente, era el puerto de la ciudad hasta que el cauce del río Ucayali cambió y empezaron a surgir asentamientos humanos (AA.HH). Actualmente, son un estimado de 20 sectores y la comunidad shipiba Santa Martha los que conforman La Hoyada.
Casa del proyecto Jakon Nete ubicada en el sector 10 de septiembre en el barrio La Hoyada. Foto: Alfonso Silva-Santisteban
Sector 10 de septiembre del barrio La Hoyada, ubicado a tres minutos en mototaxi desde Pucallpa, capital del departamento de Ucayali. Foto: Kate Saavedra/Jakon Nete
Algunas de las familias que se asentaron tenían ascendencia en pueblos originarios como los Shipibos, Ashaninkas, Yines o Cocamas, sin embargo, las nuevas generaciones ya no son tan conscientes de ello, explica a este medio la psicóloga y educadora Kate Saavedra. Por ello, el programa que desarrolla Jakon Nete en el último cuatrimestre del 2025 busca reforzar la identidad cultural en la primera infancia, aplicando una metodología lúdico-artística.
Kate, quien trabaja con niños de 0 a 5 años, comenta que la primera actividad será reconocer el árbol genealógico de cada niño por medio de visitas a las casas de cada uno. “Primero abordaremos la identidad personal. Empezaremos por conocer el significado de su nombre y de dónde proviene. Después, conversando con sus familias, identificaremos el origen de sus padres, abuelos y bisabuelos. Saber de dónde son, cómo llegaron a La Hoyada. Todo esto se plasmará en un libro viajero con mapas y dibujos”, dice.
Por su parte, Flore García-Bour trabaja con niños de 6 a 8 años, a quienes en el proyecto conocen como ‘ashishitxs’, palabra castellano amazónica que quiere decir “pequeñitos”. Actualmente, se reúne dos veces por semana en las tardes con un grupo de 10 ashishitxs, quienes van a la casa comunitaria de Jakon Nete después de la escuela.
“Exploraremos el origen de cada niño para identificar si tienen raíces en pueblos originarios. Quizás algunos sí, quizás no. No lo sabemos aún. Será algo que descubriremos durante el desarrollo del programa, pero el objetivo es conocerlo y abrazarlo con cariño. Es una tarea fundamental para la identidad”, indica Flore.
Para lograrlo, ha planeado distintas actividades que incluyen dibujo, bailes, elaboración de cushmas (vestimenta tradicional de los pueblos indígenas) y gastronomía. “Vamos a preparar platos típicos como la mazamorra de plátano. Esta dinámica es una de las que más les gusta, por ejemplo”, dice.
Lia y Mark, de 8 y 9 años respectivamente, comentan sobre sus actividades preferidas y qué les gustaría mejorar en su barrio.
Lia menciona que lo que más le gusta de Jakon Nete es leer y jugar con los rompecabezas. Respecto a La Hoyada, destaca que le gusta el parque, un espacio diseñado por los adolescentes del proyecto.
En tanto, Mark dice que prefiere “escribir y dibujar”, pero sobre todo “jugar fútbol”.
Ambos coinciden en que mejorarían la limpieza del sector donde viven. “Si yo fuera presidente del lugar, limpiaría y pondría juegos”, indica Mark para este medio.
Respecto a la problemática, ambas educadoras coinciden en que la educación básica regular e, incluso, las escuelas interculturales bilingües no son suficientes para el desarrollo integral en la primera infancia. “Solo se limitan a lo académico y demás temas alejados a su realidad”, precisa Saavedra.
De igual forma, Jeiser Suárez advierte sobre fallas en dicho sistema de educación, pues sostiene que solo se les pide a los maestros que sepan una lengua originaria, sin embargo, su formación y pruebas son realizadas en castellano.
“Muchos de los espacios donde se pierde el código lingüístico indígena son las escuelas porque el profesor ya no enseña en lengua nativa. El profesor ahora enseña en castellano. “Todo este contexto social es la causa de que ahora los niños digan ‘mi papá es el indígena’, ‘mi mamá habla (la lengua nativa)’, ‘yo no sé’”, dice.
La deficiencia en la educación intercultural bilingüe advertida por Kate, Flore y Jeiser se transforma en un grave problema al tener en cuenta que de acuerdo con la Convención de los Derechos del Niño (1989), todos los niños tienen derecho a la identidad cultural. Es decir, a conservar su propia cultura, religión o idioma.
Esto resulta fundamental en el caso de los niños pertenecientes a grupos minoritarios o indígenas, que pueden ser víctimas de discriminación al momento de preservar las expresiones de su cultura.
De hecho, en el Perú, uno de los problemas más grandes relacionados a la cultura e identidad es la discriminación o racismo persistente en la sociedad, indica el antropólogo Juan Carlos Callirgos, hecho preocupante debido a que la autoidentificación étnica y la autopercepción sienta las bases para el desarrollo emocional, social y cognitivo del niño, afectando su confianza, su motivación para aprender, su capacidad para manejar emociones y para establecer relaciones saludables.
Al respecto, Gustavo Oré Aguilar, director de la Dirección de Diversidad Cultural y Eliminación de la Discriminación Racial del Ministerio de Cultura (Mincul) precisa, en diálogo con este medio que en el Perú, nuestra diversidad cultural se ve reflejada en los 7 millones de ciudadanos que se autoidentifican como parte de alguno de los 55 pueblos indígenas (51 amazónicos y 4 andinos) que hablan 48 lenguas indígenas u originarias, junto al pueblo afroperuano, considerado el segundo grupo étnico más grande del país, según el Censo Nacional 2017.
Pese a esto, resaltó que existe una facilidad en los peruanos para realizar actos racistas en su cotidianidad. “En Perú vivimos orgullosos de nuestra diversidad, sin embargo, en una discusión lo primero que apela la persona para insultar a otra es justamente esa diversidad. Pretenden denigrar al otro usando como insulto su origen: ‘cholo’, ‘serrano’, ‘indio’”, manifiesta.
Pese a ello, explica, pocas personas se reconocen a sí mismas como racistas o aceptan haber discriminado a alguien en algún momento. Ejemplo de ello son los resultados de la primera Encuesta Nacional de Percepciones y Actitudes sobre Diversidad Cultural y Discriminación Étnico-Racial del Ministerio de Cultura del Perú (2017-2018), la cual reveló que el 53% de los peruanos considera que los peruanos son racistas, pero solo el 8% se reconoce a sí mismo como tal.
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Al tratarse de un problema público, Oré enfatiza que no solamente el Poder Ejecutivo tiene que enfrentarlo sino también la sociedad en conjunto.
Desde el Mincul, en un trabajo articulado con el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (Mimp), se desarrolla la estrategia multisectorial Perú sin Racismo, que incluye acciones complementarias para trabajar por la prevención de discriminación en colegios, con campañas, con talleres a niñas, niños y adolescentes.
“La presencia de niñas, niños y adolescentes es importante para narrar aspectos vinculados a la valoración de la diversidad cultural en diferentes puntos del país. Con los colegios hemos trabajado la Videoteca de las Cultura y también tenemos el curso MOCC Hablemos de Racismo”, precisa Oré.
Además, hace especial énfasis en los resultados de la pregunta sobre autoidentificación étnica en el Censo 2025 que busca determinar cómo las personas se reconocen a sí mismas en función de sus antepasados, costumbres y tradiciones, permitiendo visibilizar la diversidad cultural del país para diseñar políticas públicas.
En tanto, Jeiser Suarez propone que el Gobierno no presente a los pueblos originarios únicamente como “la parte folclórica de un país”, sino que también son una “alternativa de solución a los problemas”.
En ese sentido, considera que la interculturalidad debe ser inculcada y promovida en toda la sociedad y no solo en pueblos indígenas. “A nosotros nos hablan de racismo y discriminación, pero cómo vamos a abordar ello si nosotros somos las víctimas. Los que nos discriminan, golpean y matan no saben de eso. Yo conozco mis derechos, quien no conoce mis derechos es quien me agrede”, expresa.
Por ello, plantea una política pública de inclusión social e interculturalidad a nivel nacional para todos los niveles educativos. “Cuando se habla de interculturalidad se habla de todos, no solo de las personas de la sierra o selva”, dice.
Jeiser lo menciona recordando que una vez que los miembros de pueblos indígenas hicieron valer sus derechos, esa discriminación de la que él y sus padres fueron víctimas empezó a disminuir hasta casi ya no estar presente en las aulas.
“Tengo un hijo de 17 años y él nunca me ha dicho que lo han molestado en la escuela. Sus amigos vienen a la casa y yo le hablo en shipibo y nadie se burla o lo fastidia. Lo ven como algo normal, pero imagínese que yo en mi época hubiera ido a la casa de un compañero y él hubiera dicho que soy shipibo, qué me hubieran hecho”, dice.
Seguidamente, por medio de imágenes, se podrá conocer el trabajo realizado por los niños y niñas del proyecto comunitario Jakon Nete. En muchos dibujos y manualidades, ellos han planteado cómo fueron los primeros habitantes de la región que habitan y, también, qué mejoras les gustaría para su barrio de La Hoyada.
Representación de una familia del pueblo indígena Bora durante el módulo sobre la Fiebre del Caucho, periodo de explotación del caucho en Perú marcado por la esclavitud de indígenas, abusos y violencia. Foto: Flore Garcia-Bour/Jakon Nete
Los primeros habitantes de La Hoyada: peces amazónicos. Fueron estampados durante el módulo Identidad barrial. Foto: Flore Garcia-Bour/Jakon Nete
Autorretratos de Valentino, Giana, Dani y Emerson, participantes del proyecto. Foto: Flore Garcia-Bour/Jakon Nete
Trabajo realizado en el módulo de diversidad en Ashishines, en el cual se trabajó el reconocimiento de la diversidad familiar. Foto: Kate Saavedra/Jakon Nete
Trabajo "Pintando nuestras emociones" del módulo Habilidades socioemocionales. Foto: Flore Garcia-Bour/Jakon Nete
Obra "Nuestra zona de juegos soñada" del módulo Identidad barrial. Escultura de plastilina para proyectar el área lúdica que les gustaría tener en su sector. Foto: Flore Garcia-Bour/Jakon Nete

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