Crónica | Alexandra Ampuero, enviada especial
El 16 de diciembre del 2022, el distrito selvático de Pichanaqui, de la provincia de Chanchamayo, Junín, contó tres muertos en la jornada de protesta antigubernamental. Mientras las familias los siguen llorando, los vecinos de la zona aún no comprenden cómo una marcha pacífica se convirtió en una nube de gas lacrimógeno, pólvora y balas.
“Era un paro calmado, pacífico. Vendíamos con normalidad, estábamos trabajando tranquilos. Ya llevábamos cuatro días así”, relató Susan Galindo, comerciante y hermana de una de los fallecidos en las manifestaciones. El puesto de abarrotes de Susan Galindo se ubica al costado del puente de Pichanaqui, bloqueado durante la protesta.
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Nadie imaginó que perderían la vida Jhonatan Tello Claudio, de 17 años; Diego Galindo Vizcarra, de 40 años; y Ronaldo Barra Leiva, de 22 años.
La noche anterior a su muerte, Jhonatan Tello Claudio estuvo en la casa de uno de sus amigos. A la 1 y 30 de la mañana lo despertó el ruido intenso de las protestas y los alaridos de los afectados por las bombas lacrimógenas. “Jhonatan salió y vio a personas pidiendo auxilio. Entonces, las ayudó alcanzándoles agua”, dijo su padre, Óscar Gonzales.
Una bala ingresó por la espalda de Jhonatan Tello y atravesó el tórax, a las 2 y 30 de la mañana, mientras llevaba agua para uno de los manifestantes.
El protocolo de necropsia es claro. El motivo de muerte: herida por proyectil de arma de fuego que ingresó con dirección de arriba hacia abajo, de atrás hacia adelante, produciéndole una fractura en la costilla y lacerando el bazo y el hígado. El cuadro de shock lo condujo rápidamente a la muerte.
“Tu hijo está botado allá, parece que está muerto”, le dijo un vecino. “Salí embalado, corriendo, sin sandalias. Yo no quería creer que hablaban de mi hijo”, recordó el padre de la víctima mortal.
Cuando Óscar Gonzales salió a buscar a su hijo, a Jhonatan ya lo habían cargado en una mototaxi con rumbo a la posta médica del distrito aledaño de Satélite. “Yo llegué a la posta y vi a mi hijo botado en la vereda. Golpeé la puerta, grité, pero no había nadie”, dijo el padre.
Óscar Gonzales logró detener un vehículo y convenció al conductor de que lo llevara al hospital de Pichanaqui. Lo terrible era que en ese momento tenía que cruzar el puente, justo cuando era el epicentro del choque entre policías y manifestantes. Por el lado de los efectivos, hubo tres heridos graves: uno por arma de fuego y otros dos por golpes con objetos contundentes. Tuvieron que ser trasladados a Lima.
“La balacera seguía, pero salimos con un trapo blanco para que nos dejaran pasar. Por la ventana observé cómo los policías disparaban desde el puente”, dijo Óscar Gonzales.
"Conseguí pasar por el puente, pero en el hospital no nos quisieron atender. Me dijeron que ya estaba muerto, que me lo llevara”, rememoró. El hospital de Pichanaqui estaba colapsado por la cantidad de heridos en la protesta.
Óscar Gonzales colocó el cadáver de su hijo en una camilla, en un rincón. A las 7 de la mañana, se lo llevaron para la necropsia de ley.
Jhonatan Tello Claudio proyectaba convertirse en cocinero. Trabajó desde los 15 años: en la chacra de sus tíos, manejando una mototaxi y vendiendo caldo de gallina en el puesto de su familia. Así ahorraba para iniciar sus estudios en un instituto de la zona.
La familia de Jhonatan Tello es evangélica. Siempre asistía a la iglesia con su papá y practicaba la religión, pero no se había bautizado porque no tenía decidida su conversión. Sin embargo, días antes de morir, le dijo a su familia que quería recibir el sacramento. Sus planes quedaron truncos por un balazo de la policía por la espalda.
Diego Galindo Vizcarra fue la segunda víctima de Pichanaqui. Su hermana, Susan Galindo, dijo que el 16 de diciembre la protesta se tornó tan violenta durante la madrugada, que su mamá y ella tuvieron que salir de su domicilio a asilarse con familiares, en casas diferentes.
La suya se había vuelto altamente peligrosa porque está ubicada en una esquina que da directo al puente de Pichanaqui. Diego Galindo se quedó durmiendo. “Era una matanza total. Los policías disparaban por todos lados”, manifestó.
A las tres de la tarde, Susan Galindo recibió la llamada de su madre: “Hija, tu hermano está herido”, le dijo. “Yo pensé que se trataba de un roce en la pierna. Hasta que llegué a donde estaba mi hermano y vi cómo lo estaban subiendo en una mototaxi para llevarlo al hospital. Lo encontré ensangrentado, pálido”, narró.
Pero el puente estaba bloqueado y ningún transporte podía pasar. Cuando llegaron al hospital, Diego Galindo ya estaba muerto. La necropsia señala que la causa de muerte fue el shock por laceraciones en pulmones e hígado, producto de las lesiones graves por proyectil de arma de fuego.
El certificado de levantamiento de cadáver anota que Diego Galindo tenía dos orificios de bala: uno en el brazo derecho y otro en el tórax posterior derecho. Ingresó por la espalda y salió debajo del pectoral.
Una vecina relató a Susan Galindo que vio a su hermano momentos antes de morir: “Me dijo que mi hermano salió de la casa cuando paró la balacera, y que a diez pasos del puente lo impactaron las balas”. Diego Galindo intervino en las protestas pacíficas, pero el día de su muerte no participó.
Diego Galindo se hacía cargo de su madre, económica y emocionalmente. Desde que su papá falleció, el año pasado, era su mayor apoyo. Trabajaba como mototaxista en la ciudad y tenía una chacra donde cultivaba plátano. “Cuando fuimos a quemar su ropa, nos dimos con la sorpresa de que los plátanos ya estaban grandes. Él tenía muchas ganas de vivir, por algo trabajaba tanto”, dijo su hermana Susan Galindo.
“La Fiscalía nos pregunta qué hacía él ahí cuando le dispararon. ¿Cómo que qué hacía aquí? ¡Aquí está su casa! Piensan que porque tenía vinagre ya estaba metido en las protestas, pero hasta yo tenía vinagre, todos teníamos vinagre, sino moríamos asfixiados”, dijo Susan Galindo, entre lágrimas, indignada con las autoridades.
Ronaldo Barra Leiva salió a trabajar como de costumbre porque la represión policial se había calmado. Pero a las 10 de la mañana la policía volvió a arremeter contra los manifestantes y tuvo que cerrar la ferretería que atendía.
Luego de almorzar en su casa, fue a ver a su hija de ocho meses. “Salió a ver la situación de la protesta, preocupado por las bombas lacrimógenas porque su hija vive muy cerca del puente”, dijo Jashmin Barra, hermana del difunto.
Media hora después, el esposo de Jashmin Barra la llamó para preguntarle: "¿Con qué ropa salió Ronaldo? ¡Me han llamado a decirme que parece que le ha cayó una bala y lo están llevando al hospital de Pichanaqui!”.
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Jashmin Barra llegó al nosocomio y una enfermera le entregó la ropa de su hermano. Un médico de cirugía le preguntó por las características físicas de Ronaldo Barra, y al ver que coincidían, le dio el diagnóstico: Era de extremo riesgo. “¡Salve a mi hermano!”, le alcanzó a decir. A las 7 y 30 el médico salió y sentenció: “Señito, no pudimos hacer nada más por su hermano. Acaba de fallecer”.
Al día siguiente, cuando Jashmin Barra fue a buscar el cuerpo de su hermano a la morgue, se dio con la sorpresa de que se lo habían llevado. “Un familiar en una camioneta blanca se lo llevó”, le dijeron. Sin embargo, nadie le daba razón del nombre del supuesto familiar. "Lo primero que pensé fue que querían desaparecer el cuerpo de mi hermano”, comentó. Nunca supo quién lo hizo.
El protocolo de necropsia de Ronaldo Barra arrojó que tuvo lesiones graves en el diafragma, el estómago, colon, hígado y riñón, producto de un proyectil de arma de fuego que ingresó por la región media del dorso y salió por el esternón. Para mantener a su bebé, la víctima trabajaba en una ferretería y como cargador de sacos de habas en el campo. Paradójicamente, su sueño era ser policía. No cayó porque estaba en las protestas, pero igual que las otras dos víctimas, fue impactado por un balazo por la espalda.
Ronaldo Barra deja huérfana una bebé de ocho meses. Aspiraba a ser policía. Nunca imaginó morir a manos de uno.
Jhonatan Tello salió a auxiliar a los heridos de la protesta. Un balazo le quitó el sueño de ser cocinero y bautizado como evangélico.
Diego Galindo no salió a protestar el día que lo mataron. Pero sí estaba de acuerdo en que el Gobierno no representaba a su comunidad y debía cambiar.