Abilia Ramos, la mujer que confrontó a López Aliaga por el abandono que sufren la ollas comunes: "No soy ladrona ni mentirosa"
En un distrito golpeado por el hambre y la indiferencia, Abilia Ramos se convirtió en el rostro incómodo de las ollas comunes para la gestión del alcalde Rafael López Aliaga.
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En una pequeña casa de material noble, techo de calamina, entre ollas grandes, tablas de picar y bolsas de escasos víveres como verduras y legumbres, se encuentra Abilia Ramos, dirigente de la Olla Común Nueva Esperanza en San Juan de Lurigancho (SJL). Ella es una mujer de mirada serena, pero decidida, con una voz que no tiembla ni al recordar los momentos más duros de su vida en una ciudad que castiga la pobreza. Su historia no solo es la de una dirigente social, es la de una mujer y madre que ha convertido el dolor y la indignación en fuerza colectiva para ayudar a sus vecinos.
Abilia llegó a este distrito en 2003, cuando aún no había escaleras, ni áreas verdes, ni agua. Esta travesía lo hizo como muchos compatriotas; escapando de la pobreza de su natal Quiparaca, un pueblo alto y frío en la provincia de Cerro de Pasco, con la esperanza de construir algo nuevo en Lima. Pese a sus carencias, ella tenía claro un sueño: estudiar, trabajar y abrirse camino para que sus hermanos puedan hacerlo también.
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"Pasé muchas penurias", recuerda con la claridad. Antes de ser madre, ya era parte activa de su comunidad y junto a un grupo de jóvenes, decidió plantar árboles en terrenos baldíos. Esto fue el inicio de una vocación que con el tiempo la llevaría a enfrentar, y resistir, liderazgos autoritarios en su barrio.
En 2016, a los 35 años, tuvo a su hijo Santiago, su compañero inseparable. Para entonces ya había culminado estudios de enfermería técnica, pero su verdadera universidad sería la vida misma: criar sola, trabajar, ser dirigente y levantarse cada día con el mismo empeño. “Santiago me dio fuerza para empezar de cero”, dice, tras contar que hace un par de años se separó de su pareja. “Mi hijo me dice: 'Mamá, puedes hacer muchas cosas'. Él me acompaña a todas partes. Tiene solo ocho años, pero es muy mayorcito”.

Ollas comunes exigen rectificación a López Aliaga por calificativos ofensivos. Foto: Marco Cotrina/La República
Una madre agredida por la autoridad que debería protegerla
La historia de esta olla común inicia en épocas de pandemia. En medio de la crisis sanitaria y económica, mientras los comedores populares cerraban, las ollas comunes se convirtieron en refugios de solidaridad. Fue allí donde Abilia se integró no solo como cocinera sino como líder. Con el pasar del tiempo fue elegida vicepresidenta de esta red en Lima Metropolitana, luego presidenta de su red en SJL, desde entonces ha venido trabajando y batallando para exigir lo que el Estado ha olvidado garantizar: alimentación digna y variada.
Pero una de las batallas más fuertes no se la dio algún otro dirigente o algún tercero que trabajaba para la MML, sino que se la dio quien es hoy en día la cara de la capital, Rafael López Aliaga.

Abilia lleva adelante la olla común Nueva Esperanza en uno de los distritos más pobres de Lima. Foto: Marco Cotrina/La República
Pues su vida dio un gran vuelco cuando denunció públicamente, mediante un video, que la sangrecita entregada por la municipalidad llegó en estado de descomposición, lo que provocó una reacción furiosa del burgomaestre, quien la acusó de mentir, de manipular políticamente la situación y, sin prueba alguna, de ser parte de una facción de la izquierda.
"Yo no he militado en ningún partido", responde la madre. "Nunca he mentido, lo único que hice fue denunciar. Me indignó su respuesta porque lo dijo sin conocerme. Una vez lo invité a venir a cocinar si decía que todo estaba bien, pero prefirió insultarme desde su cargo".
Por eso, cuando desde la municipalidad la acusan de "ociosa", cuando desde Palacio se le promete una cita que nunca llega. Ella sabe que no se trata solo de su caso, sino de miles de mujeres que sostienen comunidades enteras sin que el Estado las vea. Y eso le indigna, no solo por el insulto personal, sino por lo que revela el poder: "A las autoridades le damos pachamanca cuando vienen, aunque nosotras no comamos. Luego desaparecen, cambian de teléfono y ya nadie nos atiende".
La crítica que Abilia hace al Estado es precisa. “Siempre dicen que solo queremos más presupuesto. Pero no es solo comida. Es salud, es educación, es seguridad alimentaria. El Estado no está preparado para asumir responsabilidades. Cuando una mujer denuncia violencia, le dicen: ‘Denuncie’, pero nadie la acompaña. ¿Dónde duerme? ¿Qué hace con sus hijos? ¿Quién le da trabajo?”.
Al momento de preguntarle qué le diría a López Aliaga, su respuesta es clara: "Señor alcalde, respete. No me conoce y nosotros no estamos en contra de recibir alimentos. Estamos en contra de recibir basura". Abilia no necesita gritar para hacerse escuchar, pues su firmeza es la de quien ha caminado mucho, que ha cargado baldes, alimentos y responsabilidades. Que ha llorado, pero también ha luchado.
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Sueños de madres luchadoras
Pese a las dificultades que ha enfrentado, Abilia no quiere limosnas. Quiere que cada una de las señoras que la apoya en la olla común progrese con el pasar de los años. “Quisiera espacios donde las señoras vendan su comida, sus productos. Donde puedan mantener a sus hijos sin depender de la caridad. Eso no lo ven los alcaldes, no lo ve el Gobierno. Pero está ahí, al alcance. Solo falta voluntad”.
Y es un anhelo que con el tiempo aumenta. "Quise estudiar enfermería en la universidad. No lo logré aún. Pero también sueño con que las señoras aprendan a leer. Con que conozcan Lima, ya que muchas de ellas no han salido nunca del distrito". Sus vidas parecen haberse quedado estancadas por las labores caseras, de mercado y escolares, y saber eso es una de las cosas que más le duele a Abilia.
El futuro, dice, no puede construirse sin pensar en los niños, que en su gran mayoría y en un país como el Perú sufren de anemia. "Hablan de futuro, pero a qué futuro se refieren si no hay un presente con buena alimentación".

Red Metropolitana de Ollas Comunes exigen mejor calidad de los alimentos. Foto: Marco Cotrina/La República
Nueva Esperanza: un espacio de mujeres fuertes y trabajadoras
"La olla común no es solo un espacio de comida, es un lugar donde nos escuchamos, donde muchas mujeres encontraron su voz por primera vez", dice. "Muchas de ellas han sido violentadas, engañadas, olvidadas. Algunas no saben leer ni escribir, pero todas tienen aspiraciones". En ese espacio de confianza, de comunidad, florecen sueños colectivos: que las mujeres terminen su primaria, que inicien negocios, que salgan del círculo de la violencia machista.
Ella no espera que las ollas comunes sean eternas. Espera que sean reconocidas por lo que son: formas comunitarias de organización que han sostenido lo que el Estado dejó caer. “Nosotras no queremos consolidar la pobreza. Queremos que las ollas desaparezcan", ya que de esta forma se notará menos la presencia de la pobreza y de la hambruna.
Y es así el día a día de estas madres que integran Nueva Esperanza en SJL. Empiezan temprano, muchas veces antes del amanecer. Algunas bajan desde lo alto del cerro, otras traen verduras o arroz en pequeñas bolsas. Se reparten tareas y las cumplen mientras cargan a sus hijos. El mediodía se acerca y la cocina hierve de actividad. Ellas se mueven entre ollas humeantes y tablas de picar: hoy toca carapulcra. Desde un rincón, Abilia coordina cada paso con la mirada atenta y con la prudencia necesaria. Mientras prepara una olla más para las personas de su comunidad, lo hace con la certeza de que no solo sirve almuerzos y desayunos ordinarios, sino dignidad y nuevas esperanzas.
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