Fernando Tuesta: “El Congreso es ahora uno de los espacios de menor calidad de debate público”
Fernando Tuesta, docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú, comenta sobre el actual gobierno y su estabilidad. “Si bien el Gobierno respira, mañana puede ser ahogado nuevamente por sus limitaciones, con el recrudecimiento del estallido social”.
Fernando Tuesta Soldevilla acaba de publicar el libro La reforma política: ideas y debates para un mejor gobierno (Debate), que es una recopilación de sus escritos sobre diversos temas centrales, como el sistema de gobierno, el sistema electoral o los mecanismos de democracia directa. En esta entrevista profundiza sus ideas.
— Menciona en su libro que el Perú es uno de los países con mayor actividad reformista. Sin embargo, no ha habido mayores resultados. ¿Por qué?
El hecho de que Perú sea un país con una de las mayores actividades reformistas tiene que ver con que las que se desarrollaron fueron insuficientes, mal elaboradas o fueron producto de coyunturas en donde una mayoría impone una modificatoria que resulta siendo luego reemplazada. Así, entramos en una suerte de reformismo activo. En los países de estabilidad económica y democrática, las reformas son mínimas. Al ser más activos, es una evidencia…
— ¿De nuestra inestabilidad?
De que somos volátiles, un país con déficits institucionales.
— ¿Qué defectos tuvieron las iniciativas reformistas para que se plasmaran en resultados?
Tomando el marco temporal de este siglo, ha habido momentos reformistas. Uno primero, la transición democrática a la caída del fujimorismo. Otro fue en el 2016, alentado por los organismos electorales, circunscrito al código electoral. Posteriormente, vino la comisión de alto nivel para la reforma política…
— Que usted integró.
Así es. Entonces, mirando todo eso, lo que se tiene es algo que en el informe de la comisión de alto nivel se señaló: que no se llega a comprender que un país que requiere modificaciones importantes, debe concebirlas de manera integral. Se repite mucho, pero no se pone en práctica. Cuando presentamos el informe, entendíamos que la propuesta debía ser eso, integral. Los críticos sostienen –y yo lo comparto– que las reformas no modifican en el corto plazo la política, para ponerlo en términos globales. Se necesita, para empezar, voluntad política.
— O no se implementa nada.
Y tiene que haber cambios en la cultura política y en el Estado. Hablar de “la” reforma, así en singular, parece limitado. Y quizás la mejor manera de entender a la reforma política es como un proceso inacabado.
— ¿Se ha empezado?
Es que los hacedores de las reformas en todos los países han sido los políticos. En otros países han tenido la capacidad para pensar, debatirlas e implementarlas. En el Perú, el Congreso es ahora uno de los espacios de menor calidad de debate público que se recuerde. Eso es un problema. El otro es que los más resistentes a la reforma política son los políticos.
— ¿Pero quién más podría implementar reformas? Tiene sentido que sean los políticos.
Tiene sentido, pero me refiero a dos cosas. Muchas veces en otros países las reformas nacen del Congreso, del debate público asentado sobre una mejor calidad de la representación. No discuto que sean los políticos los responsables de debatir e implementar las reformas. Lo que puede ser frustrante es que en el Perú no lo entienden. Los políticos tienen un serio problema porque como muchos son amateurs no conocen la materia de discusión. Por otro lado, tampoco están interesados.
— El último momento reformista en el Perú fue la comisión que dirigió. ¿Qué le faltó para ser implementada?
}Si el Congreso nos hubiera pedido un informe, hubiera salido exactamente igual. El gobierno de Vizcarra no tenía una propuesta de reforma política. El informe se hizo en medio de un conflicto entre poderes, y muchos sectores del Congreso pensaban que era para atacarlos, confrontarlos. El debate no tuvo un contexto favorable, pese a que la primera medida que tomamos fue visitar a todas las bancadas, que nos recibieron. Lamentablemente, el enfrentamiento político nos puso un poco a nosotros en medio. Luego, algunas propuestas se aprobaron, pero la mayoría ni se discutieron o se dejaron de lado y otras se desnaturalizaron. Las propuestas se podían hacer en dos años, porque se partía de un diagnóstico. Los doce proyectos de ley podían ser aprobados, no era una propuesta idílica que tenía la pretensión ilusa de transformar todo. Se proponía una ruta. Pero los obstáculos fueron…
— El conflicto de poderes.
Y también el Congreso que nació de la disolución del anterior. Todos los candidatos hablaban de reforma, pero lo que hicieron fue incluso peor. El tercer obstáculo fue la pandemia, porque se cerró la discusión.
— ¿Siente el proceso que lideró que como un fracaso?
Mire, no. No totalmente un fracaso. Se lograron cosas importantes: se modificó la inmunidad parlamentaria, se colocaron algunas limitaciones para las candidaturas, se modificaron partes importantes del financiamiento de campañas, se incorporó la paridad y alternancia en las listas, se aprobaron las elecciones internas abiertas. Claro, yo hubiera apostado por la bicameralidad, acompañada por un armazón institucional distinto.
— ¿El concepto de reforma se vació de contenido?
Como suele ocurrir con muchos temas, cuando todos hablan, cada quien usa el término incluso de manera contradictoria.
— ¿Hay un espacio para la reforma? ¿O ya pasó el tren?
Los momentos difíciles que transitan los países son los momentos de las reformas.
— El adelanto de elecciones era, precisamente, una reforma constitucional. Claro, de emergencia, para tratar de salir de la crisis. Hasta hace unos meses, parecía inminente. Hoy el panorama ha cambiado. ¿Ya debe dejarse de lado esa opción?
Parece tan distante lo que ocurrió en diciembre y enero, cuando, como dice, parecía inminente un adelanto electoral. Pero eso estaba asociado, también, con el estallido social. No nacía de una voluntad política, sino de una presión social hoy disminuida a niveles casi nulos. Igual, cuesta pensar que este Gobierno, con su fragilidad de nacimiento, pueda durar hasta 2026. Son más de tres años.
Además, su estabilidad reposa por un lado en las Fuerzas Armadas y en un Congreso profundamente rechazado por los peruanos. Es difícil que un Gobierno en esa situación, que necesita mantenerse en el poder, no transite por los cauces autoritarios, incluso por corrupción. Si bien en este momento el Gobierno respira, mañana puede ser ahogado nuevamente por sus propias limitaciones, con el recrudecimiento del estallido social que ponga de nuevo sobre la mesa la discusión del adelanto de elecciones.