El momento clave de Hitler: se salvó de ser ejecutado antes de llegar al poder
El historiador David King detalla cómo el líder nazi salió librado de un juicio manipulado, lo que le permitió convertirse más adelante en el monstruo genocida de la historia.
El 1 de abril de 1924 marcó una fecha clave para el curso de la historia contemporánea: Adolf Hitler fue declarado culpable de alta traición por una revuelta que acabó con cuatro policías muertos. Según el Código Penal alemán, el crimen cometido significaba desde la cadena perpetua hasta la pena de muerte. Pero, ¿cómo salió librado de ese momento crítico y terminó convirtiéndose el infame ‘Führer’ que inició la Segunda Guerra Mundial?
El hecho que puso en problemas al que sería el líder nazi se remonta al 8 de noviembre de 1923, cuando Hitler y sus cómplices entraron en la cervecería Bürgerbräukeller, al sur de Munich. En aquella ocasión, entre los disparos, las muertes y los destrozos, el grupo declaró el estallido de “la revolución nacional” del Partido Nazi.
Tras el incidente conocido como el putsch, correspondía al tribunal federal de Leipzig juzgar a Hitler y los demás cabecillas. Solo por la muerte de los policías, a los delincuentes le correspondía la pena de muerte en la gillotina o por fusilamiento. Sin embargo, el caso fue tomado por el tribunal de Múnich, presidido por el simpatizante nazi George Neithardt.
Nazis que participaron en el putsch de 1923. Foto: Bundesarchiv.
Con respecto a Hitler, el juez Neithardt apenas le acusó de una parte de los delitos cometidos durante el asalto. Las acusaciones eran tan leves como la detención ilegal de miembros del Gobierno, intimidación a las personas detenidas en la cervecería y hurtos y destrozos de la sede del periódico rival.
Por tanto, se le dictó la pena mínima de cinco años porque, según el juez, los acusados habían actuado “con un ánimo puramente patriótico (...) y por los motivos más nobles y desinteresados”, recoge David King en su libro El juicio de Adolf Hitler.
Los detalles del incidente, el juicio y la posterior sentencia son descritos minuciosamente por el historiador, quien sobre la suave condena dictada por Neithardt, dice: “Daba la sensación, después de todo, de que las leyes contra la traición le parecían demasiado abusivas. Sin embargo, esa opinión no le había impedido, no a él ni a otros jueces, dictar sentencias mucho más duras contra algunos conspiradores de izquierdas".
Durante el juicio: Hitler y otros acusados por el 'putsch' de Múnich. Foto: Universal History.
La prensa alemana e internacional calificó la decisión judicial de “una farsa y una burla” o “una parodia judicial”. Pero aún no terminaban las artimañas de los magistrados muniqueses.
De a cuerdo a las leyes alemanas de aquella época, un extranjero acusado de traición debía ser deportado tras cumplir la condena. En ese sentido, Adolf Hitler, que era austriaco, debía resignarse a solo quedar libre e irse del país. No obstante, Neithardt alegó que Hitler era “austriaco de origen alemán” y “piensa y siente como un alemán”. Asimismo, destacó la participación del líder nazi en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial.
“Hitler podría haber sido borrado del mapa y condenado al olvido en aquel juzgado de Múnich. En cambio, esa inquietante perversión de la justicia allanó el camino para el surgimiento del Tercer Reich y permitió que Hitler sometiera a la humanidad a su sufrimiento más imaginable”, lamenta King.
La farsa se acentuaría aún más cuando, al final de ese año, Adolf Hitler salió libre, con su libro Mi lucha bajo el brazo, y con una figura de mártir bajo sus hombros; listo para ascender al poder y convertirse en uno de los villanos más condenables de la historia.