El escritor nicaragüense Sergio Ramírez reflexionó sobre la situación en su país bajo el régimen dictatorial de Daniel Ortega y las distintas conductas de países de América Latina al respecto, en entrevista reciente con el programa ‘4D’, de LR+, el canal digital de La República.
—Mirko Lauer (ML): ¿Cuál es la situación en Nicaragua ahora?
—De constante deterioro progresivo, cierre de espacios de libertades públicas y democráticos, intolerancia, asfixia de la sociedad civil. Se han cerrado más de 3.000 organizaciones de la sociedad civil, declaradas ilegales. Toda dirigencia opositora del país está en el exilio, los sacados por fuerza en avión hacia Estados Unidos y los que ya estaban, los dirigentes democráticos, de derechos humanos, periodistas.
Todo periodismo de Nicaragua se hace en el exilio, el diario La Prensa está clausurado militarmente y las instalaciones confiscadas, el programa de Carlos Fernando Chamorro no existe. El país se informa por el periodismo en el exilio, en Costa Rica principalmente. Es un proceso de abolición de la democracia en Nicaragua y se está cerrando indefectiblemente.
—ML: ¿Cómo se llegó a eso?
—En Nicaragua se está repitiendo un modelo de dictadura personal y familiar, más allá del discurso retórico ideológico que pueda tener. Ortega habla en nombre de una izquierda trasnochada, un discurso de los años 60 del siglo pasado, pero no se diferencia a los ímpetus de represión de cualquier otro régimen de derecha. El color ideológico tiene poco que ver. Enfrentamos un gobierno dictatorial en contra de la aspiración democrática del pueblo.
—ML: Una suerte de repetición del somocismo, ¿no? Cuando usted dice dictadura familiar.
—Sí, porque en Nicaragua no ha existido un gobierno democrático que se recuerde como permanente, uno que sucede a otro. El siglo XX estuvo marcado por tres dictaduras: de Zelaya, liberal; de Somoza; y hoy de Daniel Ortega. Los periodos democráticos han sido muy poco frecuentes.
—ML: Y si miramos alrededor, la sensación es que, en Centroamérica, con honrosísima excepción de Costa Rica y quizá Panamá, la democracia no es un hábito o una corriente intensa…
—No, por la debilidad institucional que ha sufrido como mal crónico la región. Esto da oportunidad de que líderes mesiánicos con discurso demagógico puedan conquistar mayorías. Hoy en El Salvador, un gobierno muy autoritario vende a la población el mensaje de orden y seguridad en sacrificio de la democracia y la libertad, con enorme respaldo popular por la persistencia histórica de las pandillas juveniles y delincuenciales.
En Guatemala, la debilidad del poder judicial ha representado una rémora para la democracia y, donde varios años un fiscal nombrado por Naciones Unidas llevaba adelante los procesos judiciales contra la corrupción, esto ahora terminó y es un país muy desvalido en instituciones. Son modelos no homogéneos, pero tienen el rasgo común de la falta de institucionalidad.
Ortega. En su quinto gobierno, sin querer dejar el poder. Foto: difusión
—Maite Vizcarra (MV): Sobre por qué en Centroamérica hay problemas de institucionalidad, alguien decía que, a diferencia de América del Sur, no se dieron procesos libertarios con cierta violencia en que la sociedad se moviliza y aparecen ciudadanías muy contestatarias y eso habría marcado. ¿Qué opina?
—En Centroamérica hubo en el siglo XX tres procesos de cambio revolucionario diferentes. En Guatemala, en 1944, la dictadura de Jorge Ubico, de 30 años, fue sustituida por una junta civil y militar que abrió un proceso electoral democrático que duró 10 años hasta que el profesor Juan José Arévalo fue sustituido por el coronel Jacobo Árbenz, quien fue derrocado por una conspiración entre la United Fruit Company y la ultraderecha, y esto dio pie a la instalación de dictaduras militares sucesivas.
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En Costa Rica, en 1948, la revolución libertadora de José Figueres derroca un gobierno corrupto que había llegado al poder por fraude electoral y Figueres disuelve el Ejército en vez de reforzarlo, y eso abrió al país una oportunidad democrática como ninguna otra nación centroamericana ha conocido, de desarrollo económico, estabilidad ciudadana y democracia persistente. La última revolución fue la de Nicaragua en 1979, que acabó mal porque el sueño revolucionario fue pervertido y hoy es una dictadura familiar.
—ML: ¿Cómo este movimiento heroico en todos sus aspectos, abnegado con centenares de muertos, llega al poder y se transforma en esta otra cosa diferente? ¿Había algo de la ideología? ¿Hay un descuido?
—La dictadura militar de Somoza fue sustituida por una revolución libertaria que buscaba la justicia social y podía sacrificar libertades democráticas. Hubo gran polarización y guerra civil de contras y sandinistas. Solo resultó una forzada transformación política y el frente sandinista dejó el poder por elecciones. Lo que no era la prioridad, la democracia, fue solución del conflicto de 10 años.
Ortega, que no aceptó los resultados ni el proceso democrático que se abrió con el gobierno de Violeta Chamorro, comenzó a conspirar y, apartándose de la tradición revolucionaria, llegó a hacer una dictadura familiar.
—Augusto Álvarez Rodrich (AAR): Usted integró la junta en el 79 con Ortega, ahora él le quitó la nacionalidad y le respondió: “Te pueden despellejar, pero tu país no te lo quitan ni aunque te dejen en carne viva”. ¿Qué pasó con Ortega? ¿Usted vio al inicio que algo así podía pasar?
—Muy difícil decirlo. La revolución triunfó hace más de 40 años y lo de hoy echa tierra a mucho del pasado. Era una revolución muy juvenil, empresa muy inmadura e improvisada, sin experiencia de poder. Mucho se puede explicar así. Lo que no se explica es que alguien que cerca a los 80 años como Ortega tenga esa persistencia en quedarse en el poder. Parece un vicio personal. Más no se puede atribuir a un viejo fenómeno político que quedó en historia. Si aceptamos que de la revolución lo que queda es Ortega, sería muy triste, decir que lo único que produjo es una dictadura peor que la que derrocamos.
—AAR: ¿Qué se puede hacer? ¿El contexto internacional, con López Obrador y Petro, contribuyen? ¿Qué hacer por una solución democrática?
—No debería ocurrir una revolución armada. Derrocar a Daniel Ortega por confrontación militar traería peores males. En una revolución armada, los caudillos se vuelven dictadores. Es una ley de la historia que hay que quebrar. Hay que buscar una salida democrática. No sé cómo se articulará, pero debe darse. Hay timidez de los llamados gobiernos de izquierda en América Latina de enfrentar a Ortega. Hay solidaridad pasiva: “No me meto porque Ortega representa revolución libertaria”. No la representa.
La conducta correcta es del presidente Boric de Chile cuando dice que los derechos humanos y la violencia contra libertad y la democracia no deben medirse por pesos ideológicos. Hay violación de derechos humanos de la izquierda o de la derecha y hay que condenarlos igual. Boric hizo que una joven madre que estuvo en las cárceles de Nicaragua hable ante la Organización de Estados Americanos.
En México, el gobierno nos ofreció nacionalidad a quienes la perdimos por lo arbitrario de Ortega. En Colombia, el canciller dijo que Ortega debe ser juzgado por el tribunal de La Haya y eso fija bien la posición del gobierno. Pero en Brasil hay un silencio absoluto del presidente Lula. O no considera que Brasil debe ocuparse de problemas de Centroamérica o pesa el criterio de que, por ser Ortega de izquierda, no se mete.
—ML: ¿Y qué pasa con Estados Unidos y la Unión Europea (UE)? ¿Hay sanciones...?
—Sí, hay leyes dictadas en Estados Unidos de sancionar a funcionarios, instituciones, lo mismo en la Unión Europea, hay listas de sancionados. El problema no se resolverá por sanciones. Claro que necesitamos posiciones firmes de aislar y denunciar, pero las soluciones debe darlas desde dentro el pueblo de Nicaragua.
Dictaduras. Nicaragua, Cuba y Venezuela son gobernados por gobiernos autoritarios. Foto: composición LR/AFP
Ninguna sanción quitará de por medio a Ortega. Eso sería aceptar un paternalismo absurdo, que desde fuera se den soluciones. No es fácil, con Nicaragua desprovista internamente de cualquier medio de resistencia u oposición, pero en medio de esa oscuridad se debe encontrar el camino.
—ML: ¿Cómo es la esposa de Ortega, que le da un toque tropical o exótico a este tema de la dictadura? ¿Cuál es su papel?
—Es materia más del novelista. Escribí la novela que me costó que la prohibieran, el exilio y ahora la expatriación, Tongolele no sabía bailar, donde examino el carácter de este régimen. Es muy extraño: una especie de marxismo esotérico, con símbolos muy raros de árboles de la vida que cunden por Managua, árboles de fierro pintados de colores porque protegen contra el mal de ojo, la mano de Fátima presente en las reuniones del gabinete, un emblema: la mano con un ojo en medio, el gabinete se sienta alrededor de una estrella de cinco picos.
Es el realismo mágico en América Latina, pero aquí es doblemente mágico, de magia negra o blanca, lo que sea. Es un régimen muy sui generis.
—AAR: ¿Ortega es peor que Somoza? ¿Es más cruel? ¿Es un monstruo peor que Somoza?
—Los mayores excesos de Somoza se produjeron durante la guerra de liberación, cuando había miles de jóvenes armados que enfrentaban a su ejército. El ejército entraba en los barrios y hacía operaciones de limpieza en busca de guerrilleros, armas, combatientes. Había una crueldad excesiva en medio de la guerra. Las crueldades que vemos en Nicaragua hoy no se dan en medio de ninguna guerra.
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La insurrección del 2018 fue cívica, no hubo gente armada y, si la hubo, debe de haber sido con armas muy pocas, y la mayoría de los muertos fueron víctimas de francotiradores muy bien entrenados, con fusiles Dragunov de Venezuela. Además, las crueldades que ahora revelan los prisioneros que han estado en las cárceles son inauditas. La crueldad que vemos en Nicaragua ahora no tiene paralelo.
—AAR: ¿Qué quiere el pueblo en Nicaragua? ¿Está en actitud pasiva? ¿Quiere que se vaya Ortega? Si él muere y su esposa, ¿hay una descendencia tipo cubana que tomaría el poder? ¿Cómo son las salidas?
—Deben ser necesariamente democráticas. Nadie quiere la prolongación de un régimen familiar con esposa ni hijos. La gente quiere una democracia capaz de velar por sus problemas económicos y sociales, alejada de la corrupción, donde el voto cuente, los periódicos opinen libremente, los medios sean restablecidos. De lo contrario, seguirán votando con los pies: la gente sigue yéndose. Solo el año 22 y el 21, se fueron a Estados Unidos 300.000 personas.
Centenares de miles se han fugado a Costa Rica, el refugio más próximo. No es posible que un país de seis millones de habitantes haya sufrido en últimos tres años una sangría del 10 o 15% de población. Es muy demostrativo de lo que el país quiere: vivir en libertad, vivir en democracia.
—MV: Entraron a política pensando en cambiar la sociedad y toman la revolución como mecanismo. ¿Esa visión de la utopía a la que llegar por la revolución es una justificación que hace que algunos de izquierda en la región no vean con contundencia lo que pasa en Nicaragua?
—Esa visión de la izquierda es anticuada, de gente vieja. No creo que los jóvenes estén pensando así. Son esos viejos líderes carcamales que se asilan en sus propias ideas y tienen nostalgia por tiempos perdidos, como Ortega. Él busca en Nicaragua una sociedad como Cuba, pero la de los 60. Es un modelo en que ya nadie cree: cerrando los periódicos, cercenando las libertades, acabando con la sociedad civil, persiguiendo a la iglesia: hay un obispo preso y decenas de sacerdotes exiliados.
Ese modelo es absurdo, no es viable, pero responde a una visión ideológica del pasado que me parece que estos señores, ya ancianos, del grupo de Puebla o como se llame, comparten.
—MV: Y que la promueven, ¿no? Acá en el Perú, por ejemplo, hay mucha gente que tiene esa visión.
—Pero es idea de viejo. Los jóvenes piensan de otra manera en América Latina, rechazan esquemas. Ya saben cómo la fragmentación del pensamiento político hoy se da. Los credos en viejos partidos, gestas, formaciones que buscan soluciones totales de la sociedad, en los jóvenes eso hoy no tiene sentido.