“Por la distancia geográfica y la pandemia, nunca pudimos vernos presencialmente mientras hacíamos el libro”, cuenta el investigador John Crabtree sobre lo que supuso escribir (junto con sus colegas Francisco Durand y Jonas Wolff) Estado y poder empresarial en Bolivia, Ecuador y Perú (2024), editado y publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica. Se trata de un estudio comparativo con mirada histórica en el que los autores describen, con minuciosidad, la manera en que las élites económicas buscan —generalmente con éxito— influir en el Estado para defender sus intereses estratégicos. Crabtree ahonda en esta entrevista en algunos de los principales hallazgos de la investigación, que es de interés para quienes deseen profundizar acerca de cómo es en realidad el proceso de toma de decisiones públicas en nuestros países.
–El poder empresarial siempre buscará influir sobre el poder político para intentar que sus intereses sean tomados en cuenta. Eso es algo que ocurre en todos lados. ¿Cuál es la diferencia que puede haber con los países andinos, incluido el Perú?
Por cierto, es algo generalizado. En cualquier país capitalista hay formas en que la libre empresa buscará influir en la política. No es algo particular. Lo que planteamos en el libro es que esta influencia es relativa, porque el poder empresarial tiene que competir con otros que también tratan de influir sobre el Estado. En los países andinos la situación es variable. El Perú es un poco el caso extremo del poder empresarial, mientras que en Bolivia uno ve la fuerza de movimientos sociales que influyen en la toma de decisiones. Y Ecuador sería un poco el caso intermedio.
–¿Por qué el caso de Perú es distinto al de Ecuador y Bolivia?
– Lo que vemos es que en el Perú hay un desbalance en el poder del sector privado con relación a otros sectores en la sociedad.
–¿Hay una mayor influencia del sector privado que de otros sectores?
–Por supuesto. Y esto es algo común a partir de los noventa con todos los cambios neoliberales en el Gobierno de Fujimori, que modificó, drásticamente, el balance de poder entre el sector empresarial y los demás sectores, particularmente el sindical, que casi desapareció.
–¿El sector empresarial en el Perú es el más poderoso que existe?
–Yo creo que sí. Y es interesante porque compite con una lógica electoral, que produce resultados un poco distintos. Hemos visto, en el caso de las elecciones de 2011, que Ollanta Humala entró con una prédica de transformación, que duró como…
–Seis meses.
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–Seis meses, correcto. Y pasó algo parecido con Pedro Castillo. Antes de su derrocamiento había señales obvias de que en la toma de decisiones se había debilitado, mucho, la influencia de sus bases electorales, sobre todo en cuanto al manejo de los entes estatales que son claves para el sector privado, como el Ministerio de Economía y Finanzas, el Ministerio de Energía y Minas, las reguladoras, el Banco Central de Reserva. Y desde el principio ocurrió eso. La designación de Julio Velarde como presidente del BCR es un ejemplo.
–Antes incluso de asumir su mandato lo ratificó en el cargo.
–Claro, es un hombre de confianza del sector privado.
–Estas élites económicas, ¿diría que tienen convicciones realmente democráticas?
Lo que nosotros planteamos en el libro es que una democracia implica cierta igualdad en la capacidad de influencia, cierto pluralismo…
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–¿En la capacidad de poder influir sobre el poder político?
–Claro. Entonces, esta desigualdad en términos de acceso real al poder es algo que define hasta cierto punto la democracia peruana. En Bolivia lo que tienes, por ejemplo, es una historia mucho más accidental. En 1952 hubo un corte fuerte con la revolución de ese año que excluyó casi totalmente a la oligarquía tradicional latifundista y minera en la toma de decisiones. Y luego, el 2005, con la elección de Evo Morales, la élite empresarial perdió el acceso privilegiado que tenía con Sánchez de Lozada. Es una historia un poco diferente. En el Perú este poder se mantiene en el tiempo de una manera mucho más nítida.
–Aunque con algunos desniveles. Plantean que en el Perú, a raíz de las revelaciones de Lava Jato, el poder empresarial perdió cierto espacio, perdió incluso el discurso.
–Sí, porque hablamos de negocios muy dudosos que implican a la propia Confiep, que, dicho sea de paso, es uno de los entes centrales que distinguen al Perú porque es una confederación que centraliza, con ciertas exclusiones, al empresariado. En Bolivia y Ecuador, este es sectorial y geográficamente más dividido.
–¿Cómo se lee la victoria electoral de alguien como Pedro Castillo? ¿Como la respuesta de un sector del electorado contra el sector empresarial?
–Sí, diría que sí. Se ve incluso en el voto a Humala, 10 años atrás. Las encuestas demuestran que el apoyo electoral del sector empresarial es minoritario. En el Perú el empresariado no logra convencer —es lo que llamamos el poder discursivo— a la opinión pública.
–Aunque ese poder empresarial termina acomodándose al poder de turno.
–El problema ahí es que también hay una fragmentación casi total de lo que podría llamarse el movimiento popular en el Perú. Está completamente dividido. Hay protestas, sí. Está por ejemplo la explosión luego de la caída de Castillo, pero no hay liderazgos. Eso contrasta, fuertemente, con Bolivia.
–El libro tiene una mirada histórica que viene desde la primera mitad del siglo XX. ¿Cuánto ha cambiado nuestra élite empresarial?
–Ha cambiado mucho. La oligarquía tradicional fue hasta cierto punto disminuida en su poder por el régimen de Velasco Alvarado. Es también un proceso muy dinámico, en el que salen nuevos grupos, nuevas cabezas, no es algo estático, pero también prevalecen los mismos nombres, las mismas familias influyentes en diferentes momentos. En ese sentido, hay una continuidad muy marcada en el Perú porque nunca ha habido el tipo de ruptura que hubo en Bolivia.
–¿Lo de Velasco no fue una ruptura?
–Lo que pasa es que Velasco no duró tantos años y no logró consolidar su proyecto y fue revertido, primero con el segundo gobierno de Belaunde y luego con Fujimori. Desde luego que hay sectores que emergen, como el minero. No es una figura estática; sin embargo, la élite, sobre todo la limeña, mantiene una influencia a través del tiempo.
–¿Diría que hay como una especie de revisión de la época de Velasco? ¿Se le ha empezado a mirar con mayor indulgencia?
–Hasta cierto punto. En su momento, el régimen militar —el docenio completo desde 1968 hasta 1980— tuvo muy mala fama, tanto entre la gente de izquierda como entre la gente de derecha. Nadie quería a los militares en los ochenta. Con el transcurso del tiempo eso ya se ha empezado a ver como historia pasada y por eso la gente ha empezado a reexaminar ese periodo; sin embargo, es todavía algo muy incipiente. Es destacable la ausencia de trabajos serios sobre esa época que, a mi juicio al menos, es muy interesante en la historia reciente peruana.
–Hacen hincapié en la “puerta giratoria”, es decir, la capacidad de moverse entre lo público y lo privado. Esa es también una manifestación de poder, ¿cierto?
–Es lo que nosotros llamamos el poder instrumental, que es un poder político. Eso involucra no solamente al sector privado nacional, también a personas que están ubicadas en organismos multilaterales y que, básicamente, tienen el mismo discurso, que es consonante con el sector privado y la idea de que este debe prevalecer sobre una opción más estatista.
–Claro, desde el discurso se insiste mucho en que lo privado es siempre mejor que lo público.
–Bueno, no olvidemos que el legado de la época más estatista ha sido bastante malo. Recordemos los gobiernos militares y hasta cierto punto al primer Alan García. El resultado de eso es lo que finalmente dio luz a la revolución de Alberto Fujimori: él no fue un accidente.
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–Fue una consecuencia.
–De una crisis tremenda, política y económica.
–¿Hacia dónde cree que se dirigen nuestras élites empresariales-económicas?
–Las veo en defensa de un régimen económico orientado hacia el modelo de exportaciones. Casi las dos terceras partes de las exportaciones del Perú son de minerales.
John Crabtree es investigador asociado del Centro Latinoamericano de la Universidad de Oxford.
Es coautor de los libros Perú: Elite power and political capture (2017) y Bolivia: Processes of change (2013).