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El resurgimiento de la derecha en América Latina: la ola conservadora que crece ante crisis y descontento

Javier Milei en Argetnina, Rodrigo Paz en Bolivia y José Anotnio Kast en la segunda vuelta en Chile, reflejan un avance de la derecha en América Latina, impulsada por la influencia de Nayib Bukele y Donald Trump.

Presidentes en América Latina.
Presidentes en América Latina.

La historia política de América Latina refleja un péndulo constante entre la izquierda y la derecha, pero en esta década el giro conservador ha sido moldeado también por la influencia indirecta de modelos estadounidenses. Tras un largo ciclo de gobiernos progresistas, la región muestra un avance de la derecha, impulsado por la crisis económica, la inseguridad y el desgaste de administraciones de izquierda, así como por la inspiración en discursos y estrategias del gobierno de Donald Trump en Estados Unidos.

En los últimos diez años, Argentina se ha convertido en un termómetro político de la región: cuando su electorado opta por un gobierno de izquierda o de derecha, la mayoría de los países vecinos suele inclinarse hacia esa misma ideología. Al inicio del gobierno de Alberto Fernández, por ejemplo, la región vivía una ola progresista: Bolivia, Perú, Chile, Colombia y Brasil estaban gobernados por fuerzas de izquierda, mientras que solo Paraguay, Ecuador y Uruguay mantenían administraciones conservadoras.

Ese panorama cambió con la llegada de Javier Milei, el péndulo se ha movido en sentido contrario: Bolivia ha desplazado a la izquierda, Kast y su política conservadora toma protagonismo en las elecciones presidenciales en Chile, Perú transita bajo el liderazgo conservador de José Jerí y Ecuador y Paraguay consolidan el avance de la derecha en la región.

Javier Milei, la referencia de política conservadora en toda América Latina

Milei se ha convertido en una referencia de la derecha conservadora latinoamericana gracias a una estrategia de ruptura total del sistema, similar a la empleada por Donald Trump en Estados Unidos. Su metáfora de la “motosierra”, destinada a desmontar estructuras estatales y económicas tradicionales, sintetiza su proyecto de transformación radical. Su triunfo en las elecciones legislativas de medio término del 26 de octubre, que amplió su influencia en el Congreso, replica un patrón observado en Trump: líderes que movilizan emociones y frustraciones populares para fortalecer su base.

Ambos mandatarios han sorteado escándalos y tensiones internas sin desactivar su narrativa central. En Argentina, la “criptoestafa” que dejó pérdidas de US$ 250 millones a inversores y los roces con la vicepresidenta Victoria Villarruel y figuras de la centroderecha como Mauricio Macri no alteraron el relato de Milei sobre libertad, lucha anticorrupción y reforma del Estado. Trump enfrentó investigaciones judiciales y disputas dentro del Partido Republicano, incluido el reciente episodio vinculado a los archivos de Epstein.

Ese sostenido control del relato explica parte del éxito de ambos líderes. Como señala el periodista Juan Elman, “Milei, a pesar de haber puesto en riesgo algunas de sus banderas, ha logrado mantener un relato sobre los problemas del país y la dirección de su proyecto”, un mecanismo similar al que sostuvo Trump tanto en 2016 como en 2020.

Milei y Trump reflejan un mismo patrón de populismo de derecha conservadora. Líderes carismáticos que canalizan frustraciones ciudadanas, atacan las estructuras tradicionales del poder y construyen un relato consistente que fortalece su base electoral, incluso frente a crisis internas y escándalos. Su ascenso combina carisma, narrativa polarizante y la habilidad de explotar los errores o debilidades de gobiernos anteriores, un modelo que ha demostrado eficacia en muchos casos.

En esa línea, Juan Luis González, en su biografía “El loco”, apunta que “la antipolítica crece muchísimo por la fiesta de Olivos de Alberto Fernández. Milei gana potencia cuando nombra ese sentimiento de antipolítica y construye sobre esa bandera gran parte de su victoria”, un fenómeno que recuerda la manera en que Trump capitalizó la indignación popular frente a las élites políticas, el Congreso y el “establishment”, presentándose como un outsider que “lucha contra el sistema”.

Referentes de la izquierda y derecha en América Latina.

La derecha en Chile encuentra en Kast a su líder más contundente

En Chile, José Antonio Kast ha consolidado su perfil político a partir de una agenda marcada por el control migratorio y la seguridad, un enfoque que recuerda las políticas de Donald Trump en Estados Unidos. Desde el inicio de su campaña para las elecciones chilenas y ahora en segunda vuelta, Kast busca limitar la entrada de migrantes irregulares. Su discurso se centra en políticas de seguridad estrictas, control migratorio y valores conservadores.

Durante un mitin en Viña del Mar, declaró: “Vamos a cerrar las fronteras, le vamos a exigir a esas 300.000 personas que entraron de manera irregular que dejen nuestra patria”. Además, propuso excavar fosas de 3 por 3 metros en la frontera norte para frenar la inmigración irregular y colocar un “centro de refugiados” para migrantes irregulares. Estas medidas, al criminalizar la entrada irregular de migrantes y promover expulsiones masivas, podrían generar tensiones sociales y afectar derechos fundamentales de los grupos más vulnerables.

Su retórica alcanzó su punto más punitivo durante un mensaje a los inmigrantes irregulares desde el complejo fronterizo de Chacalluta, con un tono muy similar al que popularizó Trump. “Les quedan 111 días para dejar Chile voluntariamente. Si ustedes lo hacen voluntariamente, pueden llevarse todos sus recursos, si no lo hacen vamos a aplicar la ley. Lo vamos a detener, lo vamos a retener, lo vamos a expulsar y se va a ir con poco”, afirmó en un video publicado en su cuenta de X. El mensaje, directo y punitivo, replica la lógica de “ley y orden” que ha definido la política migratoria trumpista: presión sobre la salida voluntaria, amenaza de expulsiones masivas y un discurso que asocia control fronterizo con seguridad nacional.

Las propuestas migratorias de Kast preocupan por el impacto que tendrían en miles de personas que ya viven en alta vulnerabilidad. Expulsiones masivas y “centros de refugio” abrirán escenarios de ruptura, separación familiar y riesgos para niños y niñas que buscan protección. Esa mirada la comparte Ximena Póo, coordinadora académica de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la Universidad de Chile, quien sostiene que estas expulsiones son “imposibles” y que tales centros “no son refugios”, sino lugares que podrían vulnerar derechos básicos. Para ella, este enfoque revela “un populismo muy complejo” que desconoce la dignidad y las necesidades humanitarias de quienes migran.

Bolivia elige ruptura y consigue la derecha tras 20 años de gobierno progresista

El giro conservador también alcanzó a Bolivia, que eligió a Rodrigo Paz como presidente después de dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS). La peor crisis económica en 40 años y el desgaste político del proyecto de Evo Morales impulsaron un voto por la ruptura. Paz, de perfil centrista, relegó al MAS y evidenció el fin de un ciclo.

Ese desgaste no solo respondía a la situación económica, sino también al aislamiento diplomático acumulado durante años. Desde 2008, de Evo Morales expulsó al embajador estadounidense y dejó rota la relación bilateral durante 17 años, Bolivia quedó al margen de espacios decisivos de cooperación y apoyo internacional. La salida de la DEA redujo la capacidad estatal para combatir el narcotráfico para Bolivia así como la pérdida de las preferencias arancelarias que golpeó directamente al sector textil.

Ante ello, la llegada de Paz no solo significó un cambio un duro golpe frente a la izquierda, sino también la oportunidad de retomar las relaciones entre Bolivia y el gobienro de Trump. “Esa relación se va a retomar”, afirmó Paz en su primera conferencia tras la victoria, subrayó su intención de “abrir Bolivia al mundo”. El giro generó críticas desde el MAS, con Evo Morales calificando como advertencia que una alianza demasiado estrecha podría poner en riesgo la soberanía nacional.

Con la llegada del nuevo mandatario, no solo se produjo un golpe simbólico a la izquierda, sino que se implementaron medidas de ruptura concretas, como el cierre del Ministerio de Justicia, que, según el presidente, busca garantizar la independencia judicial y evitar que el ministerio fuera usado para persecuciones políticas.

Perú y la proyección de la derecha para las elecciones de 2026

La derecha peruana llega a 2026 con terreno favorable, aunque todavía fragmentada. Según CPI, el 22,9% de los peruanos cree que el próximo presidente debería ser de derecha moderada, mientras un estudio de N60 indica que el 28% expresa afinidad con posiciones derechistas. Ese crecimiento ocurre en un contexto de desgaste institucional e inestabilidad prolongada, que abre espacio a propuestas conservadoras, aunque sin un liderazgo dominante.

En este escenario, la derecha de López Aliaga se sostiene en un neoliberalismo heredado del fujimorismo y en un moralismo religioso extremo que convierte su vida privada, incluida la autoflagelación, en un intento de legitimar un proyecto conservador. Su agenda “profamilia” y “proemprendimiento” moviliza a católicos y neopentecostales conservadores que reaccionan contra el feminismo y el movimiento LGTBI+.

En paralelo, la derecha de Keiko Fujimori aparece como un proyecto desgastado, fracturado y dependiente del legado autoritario de los noventa. Su maquinaria perdió hegemonía incluso dentro del electorado conservador, que migró hacia figuras más radicales como López Aliaga. Este hecho deja en claro que el fujimorismo ya no es el paraguas de toda la derecha, sino una marca corroída por escándalos, obstruccionismo parlamentario y el descrédito de su lideresa.

Lejos de renovarse, Keiko optó por reivindicar el autogolpe, el autoritarismo y la “mano dura” de su padre, además reforzó un modelo de derecha anclado en la nostalgia del orden y el miedo. Su campaña explota el discurso punitivo y la dicotomía anticomunista, mientras busca blindarse con el apoyo empresarial y la defensa del modelo económico.

Ecuador le da la espalda a la derecha de Noboa, mientras Paraguay pone firme su postura

En Ecuador, la reelección de Daniel Noboa consolidó un gobierno de derecha, pero el reciente referéndum mostró que su respaldo no es absoluto. La población le dio la espalda en esta consulta clave y reflejó los límites de la derecha conservadora frente al descontento social junto con la movilización de sectores indígenas y populares. Este resultado evidencia que, aunque la derecha mantiene el control presidencial, el populismo con liderazgo indígena y social crece como fuerza de presión, cuestionó políticas consideradas neoliberales o excluyentes. La derrota en el referéndum indica que Noboa deberá negociar con estos movimientos para avanzar en su agenda y mostró que el panorama político ecuatoriano sigue siendo fragmentado y competitivo.

En Paraguay, Santiago Peña consolidó la derecha tras la gestión de Mario Abdo Benítez, también líder de derecha. Su gobierno ha generado tensiones internacionales, especialmente con Venezuela, que le dio la espalda por su apoyo explícito a líderes opositores del régimen, como Edmundo González. Además, Paraguay mantiene una postura alineada con los despliegues militares de Estados Unidos en el Caribe y reforzó su rol estratégico dentro de la agenda de seguridad regional. Esta combinación de política exterior activa y consolidación interna refleja cómo la derecha paraguaya proyecta poder y estabilidad, pese a los desafíos sociales y la creciente presión regional por derechos y participación ciudadana.

Bukele, marca el modelo de seguridad en la derecha de América Latina

El presidente salvadoreño Nayib Bukele se ha convertido en un referente simbólico para sectores cosnervadores en América Latina gracias a su política de seguridad de “mano dura”. Según The Guardian, su estrategia contra las pandillas, criticada por organismos de derechos humanos, ha despertado admiración en grupos conservadores que ven en su modelo una demostración de eficacia frente al crimen. En Perú, el presidente interino José Jerí inició su mandato con una puesta en escena que replica casi al milímetro el estilo de Nayib Bukele: operativos masivos, presos exhibidos en posiciones de sometimiento y una narrativa de “guerra total” contra el crimen organizado.

Mientras el apodo “Nayib Jerí” se viraliza, el “método Bukele” se perfila para aparecer como referencia en las promesas preliminares de precandidatos peruanos, quienes consideran la seguridad como el eje del próximo ciclo electoral de 2026. La idea de cárceles altamente controladas, castigos ejemplares y despliegues policiales ampliados se perfila como un punto común en campañas futuras. Su atractivo radica en que ofrece una narrativa de resultados rápidos frente a la crisis de delincuencia, aunque su aplicación real enfrenta límites institucionales y legales.

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