Robert Joseph White fue un neurocirujano estadounidense muy reconocido por sus más de 10.000 operaciones quirúrgicas y sus más de 900 publicaciones sobre neurocirugía clínica que escribió en la época de los 60 y 70. Pero, al mismo tiempo, fue un profesional muy criticado debido a sus trasplantes de cabeza en monos vivos. Sus detractores lo llamaban el ‘Doctor Frankenstein’.
En una entrevista del año 2009, un año antes de su fallecimiento, White explicó que su interés en el cerebro humano comenzó en la escuela secundaria cuando su profesor de biología admiró su disección del cráneo de una rana y le dijo que debería convertirse en neurocirujano.
White utilizó sus creencias católicas a su favor para argumentar la práctica con los animales. Foto: Twitter @Paracelsus1092
White comenzó sus estudios universitarios en la Universidad de St. Thomas antes de ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Minnesota, en 1949. Más tarde, se transfirió a la Escuela de Medicina de Harvard en 1951, donde obtuvo su título de médico cum laude en 1953.
A lo largo de su carrera, White recibió doctorados honorarios de la Universidad John Carroll (Doctor en Ciencias, 1979), la Universidad Estatal de Cleveland (Doctor en Ciencias, 1980), la Universidad de Walsh (Doctor en Humanidades, 1996) y la Universidad de St. Thomas (Doctor en Ciencias, 1998).
El doctor también se convirtió en asesor del Papa Juan Pablo II sobre ética médica y era invitado en todo el mundo para dar conferencias y compartir su experiencia médica. Su carrera fue todo un éxito, pero había algo que le faltaba lograr: trasplantar la cabeza de un humano a otro.
A lo largo de toda su investigación sobre el cerebro, el doctor también experimentó en ratones y perros. De hecho, una de las leyendas urbanas más difundidas sobre su trabajo es su experimento para tener un perro con 2 cerebros.
Sin embargo, solo adhirió un cerebro aislado a los vasos sanguíneos del cuello de un can con el objetivo de constatar si ese segundo cerebro podía activarse y, con ello, analizar si el cuerpo lo rechazaría. Fue ahí que dio inicio a los trasplantes de cabeza en cientos de monos.
Científico logró cambiar de cuerpo la cabeza de un mono. Foto: El Tiempo
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White logró enfriar el cerebro de un mono y realizó cirugías experimentales para extraer el cerebro de un animal de su cuerpo y, luego, conectarlo al sistema circulatorio de otro, una intervención a la que él llamó “Operación Blanca”.
Como parte de ese experimento exitoso, el neurocirujano logró comprobar que el mono podía oír, oler, saborear, comer e inclusive seguir objetos con los ojos, ya que los nervios craneales seguían intactos. Más aún, estos lograban ser alimentados por el sistema circulatorio del nuevo cuerpo.
Pero, hubo una barrera que no pudo superar. Como la cirugía implicaba cortar la columna en el cuello, los animales sometidos a la operación quedaban paralizados desde el cuello hacia abajo. Además, el rechazo inmunológico provocó que el mono muriese 9 días después de la operación.
Robert Joseph White realizó más de 10.000 operaciones quirúrgicas y al menos de 900 publicaciones sobre neurocirugía clínica. Foto: Composición LR/XLSemanal/VICE
Pese a esto, White denominó a su trabajo como un “trasplante de cuerpo entero”, debido a su creencia de que el cerebro era el depósito de la conciencia humana y, por ende, de su alma. Él estaba seguro de que la esencia de una persona se podría mantener en el nuevo cuerpo.
Robert White solo alcanzó a practicar con cuerpos de personas en la morgue, por lo que nunca llevó a cabo su operación en humanos. Sin embargo, en algún momento esperó llevarlo a cabo en pacientes tetrapléjicos cuyos órganos comienzan a fallar.
Pero los riesgos eran demasiado grandes. Gran parte de los monos en los que experimentó murieron en el proceso. En el libro biográfico llamado “Mr. Humble & Dr. Butcher” (Sr. Humilde y Dr. Carnicero) narra sobre el ‘paciente perfecto’ que alguna vez tuvo White.
El paciente perfecto se llamaba Craig Vetovitz, un hombre tetrapléjico de 45 años. “Craig tuvo una vida muy plena. Él dice: ‘No, mi vida es buena. Viajo, tengo hijos, estoy casado. Soy dueño de mi propio negocio. Tengo una vida plena y vale la pena conservar esa vida’”, contó la escritora del libro, Brandy Schillace.
"Estaba interesado en participar porque sus órganos —esto es cierto en muchos pacientes tetrapléjicos— comienzan a cerrarse eventualmente (sic)", explicó la autora.
Robert White con uno de sus tantos experimentos en monos. Foto: Mad Scientist Blog
"Entonces, él sintió que no tenía mucho que perder: 'Está bien, todavía seré tetrapléjico, pero viviré porque tendré un cuerpo mejor'. Y esta es, en parte, la razón por la que White llamó a su operación ‘trasplante de cuerpo’; dejó de llamarlo ‘trasplante de cabeza’. Solo le están dando un trasplante de órganos, pero todos los órganos a la vez. Suena mejor cuando lo piensas de esa manera", agregó.
Sin embargo, la operación sobre Vetovitz nunca se llevó a cabo y los principales detractores del doctor White los llamaban “Doctor Frankenstein y su monstruo”. El paciente siempre lo defendió.
"No es el tipo de persona que solo va a cambiar una cabeza, lo hará si existe una posibilidad muy alta de recuperación total. Sabe lo que es estar detrás de los ojos, porque lo ve todo el tiempo, ve la miseria", explicó Vetovitz al periódico alternativo Scene de Cleveland en 1999.
Los experimentos que realizó el doctor White en animales fue blanco de protestas por parte de PETA (Personas por el Trato Ético de los Animales), que lo denominaron el ‘Dr. Carnicero’. Asimismo, una carta al New York Times en agosto de 1995 aseguró que el neurocirujano “personificaba a la cruda y cruel industria de la vivisección”.
"Sus más de 100 trasplantes de cabeza de mono indescriptiblemente crueles fueron inútiles", recalcaba la misiva.
En 1999, el propio White respondió así a las innumerables críticas. “Aquí pasé todos mis años en cirugía cerebral: capacitando a las personas, inventando nuevos procedimientos y cuidando a los pacientes. Y lo peor que hice por mí mismo fue que se me ocurrió esta idea de trasplante de cabeza. Si me deshiciera de eso, sería feliz”, dijo el neurocirujano.