Cuando su mirada se posa en las fotos de sus padres y sus hermanas asesinados por los nazis, Szmul Icek siente un escalofrío. Su cuerpo tiembla, sus ojos se humedecen, 75 años después de haber escapado del infierno de Auschwitz, en Polonia.
Durante las últimas semanas, la AFP entrevistó a una decena de supervivientes del más conocido de los campos nazis de exterminio donde fueron asesinados más de un millón de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
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Tres cuartos de siglo después de la liberación de Auschwitz, un campo situado en Polonia entonces bajo ocupación alemana, los últimos supervivientes viven, pese a su avanzada edad, con la marca física y mental de su número de prisionero tatuado en el antebrazo izquierdo.
Con los años, la tinta ha ido perdiendo color, la piel está arrugada, los tatuajes se camuflan entre los pliegues del tiempo, al igual que la memoria colectiva del Holocausto del que son los últimos testigos, los últimos supervivientes, las últimas voces de un infierno que pone en duda alguna retórica antisemita.
Algunos supervivientes han aprendido su historia de memoria para convertirse en la memoria viva, multiplicando las conferencias y los viajes a los lugares del genocidio. Presione el “play” y le recitarán sin inmutarse la historia del Holocausto con todo detalle, su propia historia.
Otros están tan deteriorados que ya no tienen fuerzas para hablar; a algunos el Alzheimer les ha borrado la memoria; y otros todavía recuerdan pero nunca quisieron estar bajo la luz de los proyectores, y vivieron incluso con “vergüenza” el haber sido víctimas de Hitler.