Javier Echevarría rompe la cuarta pared e inicia la obra Amor y dolor como un juego que termina siendo una terapia grupal. “Nadie puede ser el mismo después de la pandemia. El principal duelo es con el ser prepandémico, pero nadie quiere hablar eso”.
En el Teatro Julieta, de jueves a domingo, el actor y psicólogo habla del aislamiento, del duelo tras la ruptura de una relación larga y del vínculo con la madre. Él mismo ha recopilado fotos y videos que proyecta en el escenario. “Es difícil en el Perú distinguir qué cosa es producto de la pandemia, y qué cosa es producto de la crisis política porque todo ha sido un combo enorme (sonríe)”.
En medio de la crisis, el teatro peruano ha sobrevivido, dice Echevarría. “Es un milagro porque la gente que va no llega al 1%. Estuve en México por trabajo y dije: ‘La cartelera en Lima es más grande teniendo menos público’. Entonces, somos unos locos”.
—En la obra hablas del “renacer”, pero también de reconocer que hay secuelas, ¿no?
—Sí, una cosa son las heridas históricas de un país —se dice que se curan en la tercera generación— pero otra cosa son las individuales. ¿Vamos a morir dejando que las siguientes generaciones lo curen? Eso no tiene sentido. Es mejor evaluar nuestra vida.
—Vuelves al teatro para homenajear a tu mamá y dices que a los 40 años reconociste que había un vínculo que no habías sanado.
—Es que no me había dado cuenta. Mi relación era buena, pero no tenía la calidad que tiene ahora, estamos en amores locos desde hace muchos años, me encanta pasar tiempo con ella. Ya no hay eso de “tengo que ir porque es mi mamá y tengo que cumplir”. Es maravilloso sentir que hay un vínculo donde no hay nada pendiente. El día que mi mamá se vaya yo la voy a extrañar muchísimo, pero no queda nada de: “Me hubiera gustado hacer, decir”. Todo está resuelto.
—¿Es verdad que los hombres se resisten más a recuperar estos vínculos?
—Sí. En esta pandemia, los hombres se han partido psicológicamente más que las mujeres. Las mujeres lo lloraron todo y luego se levantaron. Los hombres no han podido y hay mucha más resistencia de ir a terapia. Al final va a ser una olla a presión.
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—En la obra también cuentas cómo enfrentaste el aislamiento, el cierre de salas y el Zoom. ¿En qué momento dejas de ‘remar’?
—Estaba en un estado de hiperproductividad y tratando de ayudar en lo que podía, que yo también estaba bloqueado. Vizcarra dio el anuncio y al minuto ya estaba reunido con mi equipo para ver qué íbamos a hacer. A mí me tumbó más la crisis política que la pandemia. A finales del 2020 colapsé emocional y físicamente, la voz se me apagó el 30 de julio del 2021, al día siguiente del nombramiento de Bellido. Agosto fue el peor mes a nivel profesional en toda mi historia desde que tengo la empresa.
—¿Cuál sería la gran terapia que necesita el Perú?
—Bueno, si tenemos que resumir, es el problema de la empatía. Al otro a veces lo vemos como nuestro enemigo y dividimos al país más y más. Y los líderes políticos, que deberían ser ejemplo para la reconciliación, polarizan aún más. Un país que se pelea con su memoria, es un país que sufre de falta de empatía. Tendríamos que hacer esta terapia para mirar nuestro pasado sin ánimo confrontativo, sino de aprendizaje.