Espectáculos

Flor Castillo es la eterna flor del Ande: "En la televisión te encasillan"

Nació en Piura, pero en los escenarios nacionales ha sido —como en “El último bastión”— una mujer andina de fuerza y diálogos sobrecogedores.

La actriz Flor Castillo interpretó a Justina en "El último bastión", una serie que reúne las luchas de un Perú hambriento de independencia. Foto: Facebook / Netflix / composición de Álvaro Lozano / La República
La actriz Flor Castillo interpretó a Justina en "El último bastión", una serie que reúne las luchas de un Perú hambriento de independencia. Foto: Facebook / Netflix / composición de Álvaro Lozano / La República

Cuando Flor Castillo agita las manos, sus pulseras —sospecha— adquieren una misión protectora: “Me regalo una joya por cada estreno. Es un maraqueo. En términos chamánicos, se armoniza la vida”. La productora y actriz peruana que ha sido madre de muchos en la televisión, teatro y cine es también una hija de Piura, la ciudad donde pisó tablas desde los 14 y de la que huyó a los 19. Tiene ahora 66 años, practica tai chi, monta bicicleta, nutre su tablón de la visión con estampas turísticas —Francia está pendiente— y ejecuta roles artísticos con una certeza: “He decidido no jubilarme”.

Si bien abraza puestas como “Dárdano” y “Transitando”, ha resuelto también hacer una línea de carrera bajo las pieles de mujeres andinas con temple contestatario. Hoy es Paulina, ayacuchana, —lo será hasta el 30 de abril en el Nuevo Teatro Julieta— en “Cómo crecen los árboles”, obra escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Rodrigo Falla. Antes fue Gregoria de Condori en “Qué buena raza”, Hilaria Yupanqui en “De vuelta al barrio” y Justina en “El último bastión”. 

—¿Considera que la han encasillado en sus funciones?

—Sí, yo creo que sí. En la televisión, en general, te encasillan. O sea, ya hay un patrón y ya te tienen en un formato. Lo que pasa es que yo he tratado de sacarle la vuelta al formato. Si un actor peruano no tiene posibilidades, entonces hay que, en la dificultad, encontrar el aprendizaje. No estoy en Miami: yo acá tengo un territorio y estoy tomando mi posición desde los desposeídos, desde las mujeres (...). Para cada una de ellas tengo elementos, tejo su historia. Me faltaría vida para representar a la cantidad de mujeres que nos hacen el puente, invisibilizadas absolutamente.

—¿Le gustaría hacer un papel alejado de la temática recurrente?

—Los papeles que más han quedado son mi identificación, los que han pegado más porque las novelas fueron más exitosas, pero he hecho otros. (...) El teatro es como una tarea, yo siempre digo que ocurren cosas mágicas. Pero, sí: la cabra tira pa’l monte; o sea, yo abrazo con mayor fervor el personaje que, siento, está dentro de mi visión. Soy una artista que ama el pueblo. Del mundo andino habla mucho José María Arguedas, de quien soy una gran estudiosa. Todas mis giras a Brasil y Estados Unidos las he hecho gracias a la obra “Los ríos profundos”. ¿Cómo voy a ponerle un chullo diferente a las obras que me han estructurado? Tengo una inmensa gratitud. 

 Flor Castillo en "Cómo crecen los árboles", obra vigente hasta el 30 de abril. Foto: difusión

Flor Castillo en "Cómo crecen los árboles", obra vigente hasta el 30 de abril. Foto: difusión

—¿Suele hacer un trabajo de investigación profundo para asumir sus roles?

—Sí y, gracias a Dios, he tenido oportunidades de hacer estas experiencias. Por ejemplo, una obra que hicimos con Aníbal, “Ángeles y Caínes”, era un trabajo de investigación con un laboratorio, el “Manicomio azul”, en donde el elemento físico era el trapecio y el psicofísico era el ayahuasca. Ahí hacía de una diosa, Kali.

Cada vez que surge la oportunidad, Flor Castillo aborda el teatro clásico. Foto: José Bernabé Vargas Machuca / archivo de Flor Castillo

Cada vez que surge la oportunidad, Flor Castillo aborda el teatro clásico. Foto: José Bernabé Vargas Machuca / archivo de Flor Castillo

Tenía 40 años cuando se trepó al trapecio —"De niña siempre quise ser cirquera”— y lamenta no haber construido en su jardín alguna réplica que le permita practicar después. “Pero en algún rato lo haré, porque todavía mi cuerpo no se agota (...). Desde los 40 empecé a mejorar: me paro de cabeza, trabajo la respiración, he incorporado la meditación”, enumera. 

Cuida de sus hábitos como cuidó de su proyecto de vida desde su adolescencia, cuando afrontó un primer reto sobre un proscenio: actuar en la cárcel de Castilla (Piura).

—Cuénteme ese episodio.

—Era un personaje de “Medea” que, a mi edad (15), ¡imagínate! Eran unos textos fortísimos: “¿Por qué me hiciste mujer, por qué estos senos, esta debilidad?”. Creo que ahí podía sacar todo lo que había guardado desde que había nacido. Y en la cárcel todo fluyó hasta que salí y, me acuerdo, había un capitán que estaba a cargo de la campaña de moralización, él se ofreció a llevarnos a nuestras casas. Y ahí prácticamente me tuve que escapar… Me quiso meter el diente, pero yo era agilita. Meses después, yo estaba almorzando con el director y nos mandaron unas cervecitas, así como un regalo. Resulta que eran dos presos que estaban libres y que nos mandaban eso en agradecimiento por lo maravilloso que había sido para ellos vernos en la cárcel. 

—¿Por qué se mudó a Lima cuatro años después?

—En realidad no decidí Lima, yo decidí Trujillo. Porque en Trujillo tenía contactos. Ya son historias para mi documental, ya me lo propusieron (risas). Llegué embarazada a un monasterio, pero en ese momento no empató con mi sensibilidad: todo era eficiente, pero frío. Mi propósito de vida era trabajar como teatrista en guarderías. En fin, me escapé y mis pobres padres sufrieron.

 Flor en sus primeros cumpleaños (Piura); escenas capturadas por su padre. Foto: Cesar Castillo Añasco / archivo de Flor Castillo

Flor en sus primeros cumpleaños (Piura); escenas capturadas por su padre. Foto: Cesar Castillo Añasco / archivo de Flor Castillo

Flor Castillo se trasladó a la capital para ingresar al ENAD (Escuela Nacional de Arte Dramático): tenía una hija en marcha y un apoyo familiar reducido. “Yo he pagado un pisazo. Vivía en el kilómetro 22. ¡Imagínate! Nosotros estudiábamos de 3.00 p. m. a 10.00 p. m. y, al día siguiente, como yo era artesana, tenía que salir a las 06.00 a. m. para estar a las 8.00 a. m. en Lima”. No hay amargura, lo dice con satisfacción. 

—¿Cuál fue su primera sorpresa como migrante?

—Yo estaba embarazada y tenía ya una conciencia de madre que me ayudó mucho: ya no estaba para simplonadas. O sea, todo me costaba más… Tenía que hacerme cargo de mi familia, mi papá me podía ayudar pero para los pasajes. Tenía mi trabajo de zapatera artesana y debía ir de taller en taller, a veces me dormía (...). Pero yo pienso que esa es la Lima que me tocó, como dice mi personaje en el 74: “Muy empobrecida”.

 Las primeras intervenciones de Flor Castillo en el teatro limeño. Derecha: captura de Guillermo Fowks. Foto: archivo de Flor Castillo 

Las primeras intervenciones de Flor Castillo en el teatro limeño. Derecha: captura de Guillermo Fowks. Foto: archivo de Flor Castillo 

En una Piura que empezaba a cobijar espacios culturales de tinte próspero, una pequeña Flor deseó ser bailarina, pianista, titiritera, cantante. ¿Su referente? Lily. “Mi madre era una cantante nata, tenía una voz preciosa, y mi papá era su admirador (...). Me hice artista por esa valla altísima que me puso mi madre”. Hoy es ella quien, en la historia del arte peruano, ha batido, con laboratorios y vocación perpetua, un marcador difícil de aventajar. “No me gusta decir que sobrevivo: sobrevivir es estar por lo bajo. ¡Yo vivo!”.