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Quién es Martina de los Andes, la folclórica que huyó de Huancavelica para ayudar a su madre

Martina de los Andes es una cantante santiaguera que tuvo una infancia difícil, pero que con mucho trabajo y sacrificios pudo dar una buena calidad de vida a su madre y hermanos.

Martina de los Andes celebrará sus 26 años de carrera artística. Foto: Sandy Carrión Cruz/La República
Martina de los Andes celebrará sus 26 años de carrera artística. Foto: Sandy Carrión Cruz/La República

Martina de los Andes es una cantante folclórica que nació en Huancavelica, pero tiene el corazón huancaíno y eso se refleja en su música y en sus vestuarios. En vísperas del Día de la Madre, la artista santiaguera se quebró al recordar a su fallecida progenitora y dio detalles de cómo fue como hija. También contó acerca de su origen humilde y del show que ofrecerá este domingo 14 de mayo para celebrar sus 26 años de trayectoria artística en Los Alamos de Santa Clara.

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Los orígenes de Martina de los Andes

—¿Cómo el santiago llega a tu vida?

—El santiago llega a mi corazón desde que he nacido, porque mis padres hacían su santiago con su cachito, su tinya y con su yungor (corneta). Desde pequeñita, una sangre huancavelicana sabe vivir sus ricos santiagos, de los cuales Martina de los Andes sale de Huancavelica rumbo a Lima en busca de nuevos progresos. Allí más se dedica a escuchar a orquestas y también la radio.

—¿También conocías el televisor en tu infancia?

—No. Recién conocí el televisor cuando vine a Lima. Cuando trabajaba como empleada del hogar, ahí lo conocí, porque en la cocina había uno grande. Yo quedé admirada. Fue asombroso para mí.

—Es decir, ¿creciste en una familia muy humilde?

—Muy humilde, mi madre no tenía nada. He sobresalido yo sola.

Martina de los Andes tuvo una infancia difícil. Foto: Sandy Carrión Cruz / La República

Martina de los Andes tuvo una infancia difícil. Foto: Sandy Carrión Cruz / La República

—¿Qué recuerdas de ella?

—Era una madre soltera. Vivíamos solo de la chacra, de la agricultura, y la cosecha la guardábamos ‘para mayo’. También vendíamos nuestros huevitos, nuestros quesitos y otras cositas que sembrábamos como las alverjas y las habas.

—¿Qué es lo más lindo que has logrado gracias a tu carrera?

—Lo que he logrado, gracias a Dios, es que me he vuelto famosa como Martina de los Andes, pero lo más hermoso fue ver llorar a mi madre con una alegría inmensa al ver a su hija triunfar. Ella se arrodillaba en el suelo y agradecía a Dios. Ver las lágrimas de mi madre era emocionante y a la vez triste por ver cómo lloraba por sus hijos, tanto por sus alegrías como por sus desgracias. Madre es madre, y eso es lo que más recuerdo de ella y me llega al corazón.

Martina de los Andes recuerda a su fallecida madre

—¿Cómo sueles pasar el Día de la Madre?

—El Día de la Madre me la paso triste pero también feliz. La tristeza es por no tener a mi madre a mi lado. Hay mucha gente que viene (a mis conciertos) con su mamá bien abrazados, y yo no tengo a quien abrazar. Yo me la paso trabajando, haciendo la comida, inspeccionando todo. Pero cuando subo al escenario, soy feliz, porque la gente vibra, canta, llora, y eso es mi felicidad.

Martina de los Andes rendirá homenaje a las madres peruanas por su día. Foto: Sandy Carrión Cruz/La República

Martina de los Andes rendirá homenaje a las madres peruanas por su día. Foto: Sandy Carrión Cruz/La República

—¿Qué tan presente está tu madre en tu vida?

—Con tantas preocupaciones, a veces uno la olvida, pero no dejas de quererla, no dejas de pensarla. Antes de subir al escenario, primero pienso en mi madre. Siempre digo: "Madre mía, ayúdame en este concierto para que salga bonito". Siempre me encomiendo a ella porque está en el cielo. Mi madre es un ángel que me está cuidando. Me está guiando en el camino. Siempre está conmigo. Hasta de muerta está velando mis sueños y me habla. Cuando estoy triste, en mi sueño me dice: "No te preocupes, todo va a salir bien". 

—¿Crees que has sido una buena hija?

—Yo sí. Nunca voy a decir que no, porque desde mis 13 años vine a Lima pensando en mi madre, porque sufría mucho, solo comía papa, cebada y mashua. Vendía huevos y quesos para comprar fideos, frutas o verduras. Cuando vi a mi madre sufrir, dije: "Voy a irme a trabajar a Lima por mi madre y algún día seré grande". Desde los 13 años me escapé con una tía que vino de Lima hacia mi pueblo. Me vine a escondidas porque yo quería el progreso de mi persona y ayudar a mi madre para que no sufra, porque no tenía ni un zapato. Andaba con zapatos de jebe parchado. No tenía un buen mandil ni un buen sombrero. Andaba con todo roto, viejo. Era desgracia de la vida.

—¿Qué hiciste con tu primer sueldo?

—Me acuerdo de que le compré su falda, su mandil, su sombrero. Le mandé en encomienda sus víveres. No me importó cuánto iba a gastar, pero todo mi sueldito lo mandé en medio del azúcar que había comprado. Envolví con papel higiénico su plata. Yo sé que mi mamá al abrir el azúcar lo iba a ver. Esa ha sido mi vida. No creo que haya sido mala hija. He sido muy buena, buenísima. Yo tengo mi carácter, pero creo que soy más buena que todos. Tengo sentimientos, vivo y presiento.

—¿Cómo fueron sus últimos años a su lado?

—Le he dado a mi madre lo mejor. No le hice faltar su comida, su ropa. Pero cuando el mal llega, la plata no puede comprar la vida. Por eso hay que valorar a una madre en vida. Después de muerta y por más que le lleves coronas y flores, cantes, ya no hay amor de mamá. Nunca vas a encontrar un amor así. Madre es una y no hay comparación con ninguna.