Perú no llega a la cifra de vacunación recomendada por la OMS: brotes de enfermedades persisten debido a baja cobertura
El país enfrenta una alarmante crisis de inmunizaciones que pone en riesgo la salud infantil, con solo un 65 % de cobertura en niños menores de 3 años, lejos del 90 % recomendado por organismos internacionales.
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El Perú enfrenta una situación crítica en materia de vacunación. A pesar de contar con un esquema nacional amplio y gratuito, el país no alcanza las coberturas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), una brecha que hoy se traduce en brotes activos de enfermedades prevenibles y en la muerte de decenas de personas, principalmente niños de zonas rurales y amazónicas.
El estándar internacional establece que las coberturas deben ubicarse como mínimo en 90% para todas las vacunas del esquema regular y alcanzar 95% en aquellas dirigidas a enfermedades altamente contagiosas, como el sarampión, para garantizar la llamada inmunidad colectiva. En el caso peruano, esos umbrales no se cumplen en la actualidad: solo el 65% de los menores de 3 años tienen todas sus vacunas, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES), de 2025.
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Inmunidad colectiva: vidas que se pierden
La distancia entre las coberturas reales y las metas internacionales tiene implicancias directas en la salud pública. Desde el punto de vista epidemiológico, ubicarse por debajo del 90% implica que una proporción significativa de la población infantil permanece susceptible a enfermedades que cuentan con vacunas seguras y efectivas. En ese escenario, la aparición de un solo caso importado o no diagnosticado a tiempo puede desencadenar brotes, especialmente en zonas con alta concentración de niños no vacunados o con esquemas incompletos.
Para el infectólogo Juan Carlos Celis, la brecha en vacunación es parte de una tendencia global. “En los últimos diez años, y sobre todo pospandemia, han disminuido las tasas de vacunación en casi todos los países”, advierte, con una caída más marcada en América Latina y el Caribe, lo que eleva el riesgo de reaparición de enfermedades controladas.
Aunque el retroceso es generalizado, las respuestas han sido desiguales. Mientras algunos países reforzaron campañas y presupuesto, el Perú solo recuperó niveles ya insuficientes antes de la pandemia. “Hemos vuelto a tasas prepandemia, pero no al 90% ni al 95%”, señala.
Las coberturas más bajas suelen concentrarse en regiones con mayores barreras geográficas, menor capacidad operativa de los servicios de salud y poblaciones históricamente postergadas. En esos contextos, incluso pequeñas reducciones porcentuales pueden traducirse en miles de niños sin protección efectiva, aumentando la probabilidad de brotes localizados que luego pueden extenderse a otras zonas.
Desde la perspectiva técnica, Celis advierte que, por debajo de los niveles recomendados, las vacunas siguen siendo efectivas a nivel individual, pero pierden su capacidad de proteger colectivamente a la población. “Cuando no llegamos a esos porcentajes, el virus o la bacteria encuentra el espacio para circular”, resume el especialista.
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¿Qué vacunas falta administrar?
Según el Repositorio Único Nacional de Información en Salud (Reunis), vacunas fundamentales como la pentavalente —que protege contra difteria, tétanos, tos ferina, hepatitis B y Haemophilus influenzae tipo b—, así como la antipoliomielítica (poliomelitis) y la triple viral (sarampión, paperas y rubéola), registran niveles de cobertura insuficientes para cortar la transmisión comunitaria de estas enfermedades.
Estas inmunizaciones forman parte del esquema regular, sobre todo en niños, adolescentes y adultos mayores. Entre las que faltan completar con mayor urgencia destacan:
- Pentavalente (difteria, tétanos, tos ferina, hepatitis B y Haemophilus influenzae tipo b), clave en menores de 1 año.
- Polio (IPV), con coberturas por debajo del estándar recomendado.
- SRP (sarampión, rubéola y paperas), fundamental para evitar brotes.
- Neumococo, especialmente en niños pequeños y adultos mayores.
- Influenza, en población adulta mayor, gestantes y personas con comorbilidades.
- VPH, dirigida a niñas y niños adolescentes, con rezagos importantes tras la pandemia.
- Fiebre amarilla, en zonas amazónicas y de riesgo.

Cifras de vacunación de la tercera dosis de la pentavalente. Foto: Reunis.
Los niños en áreas rurales y amazónicas son los más afectados
Las cifras promedio en el país esconden una realidad más compleja. El infectólogo Celis advierte que cuando se analiza la situación a nivel subnacional aparecen las principales alertas. “Cuando uno baja al nivel subnacional es donde vienen los problemas”, sostiene. En regiones alejadas de la Amazonía, comunidades nativas y zonas campesinas, las coberturas son considerablemente menores.
Esta desigualdad territorial no es nueva, pero se ha profundizado en los últimos años. Celis recuerda que hay zonas donde “nunca se han llegado a niveles siquiera del 85%”, como ocurre en algunas cuencas amazónicas. Algo similar, añade, sucede en zonas altoandinas de difícil acceso, donde la vacunación infantil continúa siendo irregular.
Las consecuencias de esta brecha ya son visibles. El brote de tos ferina que afecta a Loreto desde hace más de un año es uno de los ejemplos más graves. “El riesgo es que tengamos brotes de enfermedades prevenibles por vacunas que ya no veíamos hace mucho tiempo”, advierte Celis. Sobre la situación en la región amazónica, detalla que el brote no ha sido controlado y continúa desplazándose entre provincias.
“Es un brote que no termina desde hace un año y dos meses, siguen habiendo casos, se está desplazando a otras áreas”, afirma. La enfermedad, que comenzó con fuerza en el Datem del Marañón, se ha extendido a otras provincias de Loreto y ha provocado la muerte de cerca de 50 niños, la mayoría menores de cinco años. “Ya ha matado 10 niños urarinas, más los otros 30 que había en el Datem, y seguimos sumando”, señala.

Brechas en la cobertura de vacunas en el país. Foto: Reunis.
Para Celis, este escenario ilustra con crudeza lo que la OPS y la OMS han advertido durante años: los países pueden cumplir metas nacionales a costa de una profunda inequidad. “Los países muchas veces alcanzan sus objetivos nacionales, pero con un tremendo sacrificio de inequidad”, explica. Es decir, se concentran altas coberturas en ciudades y zonas de fácil acceso, mientras se descuida sistemáticamente a poblaciones vulnerables.
En el Perú, esta desigualdad se traduce en brotes recurrentes en las mismas regiones. “Loreto tiene brotes de tos ferina desde el registro del año 2000”, recuerda Celis. En contraste, en ciudades como Lima los casos suelen ser esporádicos y no evolucionan hacia brotes letales. “No ves grandes brotes matando niños como sucede en estas zonas”, enfatiza.
El infectólogo es claro en señalar que el problema no es la falta de vacunas. “No es un problema de disponibilidad de vacunas”, subraya. El Ministerio de Salud cuenta con las dosis necesarias, pero el desafío está en hacerlas llegar de manera sostenida y adecuada a las comunidades más alejadas. “No es un problema de que falten vacunas, sino de cómo llegan”, insiste.
Un problema estructural
Uno de los principales obstáculos es la forma en que se implementan las campañas. Celis cuestiona la estrategia basada en el envío de brigadas temporales. “Las brigadas son paracetamoles de la salud pública”, afirma. Según explica, estas intervenciones de corto plazo pueden servir para atenuar una crisis puntual, pero no permiten recuperar años de vacunación insuficiente.
“No podemos recuperar tasas de vacunación de cuatro o cinco años así”, recalca. Para alcanzar coberturas aceptables en zonas amazónicas y rurales se requiere un trabajo sostenido, con planificación de largo plazo, inversión en logística, fortalecimiento de la cadena de frío y estrategias adaptadas a cada contexto local. “Es un proyecto de por lo menos tres años”, señala.
El exministro de Salud Víctor Zamora coincide en que la caída de las coberturas tiene causas tanto globales como internas. A nivel internacional, atribuye parte del problema al impacto de la desinformación. “Antes de la pandemia ya existía una feroz campaña antivacuna, pero la pandemia fue el escenario perfecto para difundir mentiras”, afirma. Según Zamora, estas narrativas se propagaron con rapidez a través de las redes sociales y sembraron dudas sobre la seguridad y utilidad de las vacunas.
En el caso peruano, Zamora identifica factores adicionales relacionados con la gestión del Estado. Señala que uno de los principales problemas ha sido la falta de prioridad política otorgada a la vacunación. “Esa prioridad política se mide a través del presupuesto”, afirma, y sostiene que durante los últimos años la estrategia de inmunizaciones ha sufrido recortes y una pérdida de respaldo institucional.
A ello se suma, según el exministro, una descapitalización técnica del programa de vacunación. “El Perú se caracterizó durante muchos años por tener altas coberturas vacunales”, recuerda, gracias a la gestión de equipos especializados con amplia experiencia. Sin embargo, advierte que decisiones recientes han debilitado esa capacidad técnica. “Se ha descapitalizado el programa de vacunación”, sostiene.
Zamora menciona como ejemplo concreto la última campaña contra la influenza. “Se distribuyeron las vacunas en todo el país y no se pudieron poner porque el Ministerio de Salud no compró las agujas”, afirma. Para el exministro, este tipo de fallas operativas no son menores y tienen consecuencias directas en la mortalidad, especialmente entre adultos mayores. “Hemos tenido la mayor cantidad de muertes por neumonía este año después del COVID”, señala.
Ambos especialistas coinciden en que las vacunas son una de las intervenciones más costo-efectivas en salud pública. Zamora lo resume de forma contundente: “Las dos estrategias que han salvado más vidas en el mundo son el agua segura y las vacunas”. Aunque reconoce que la logística para llegar a regiones extensas como Loreto es costosa, considera que ese argumento no puede justificar la pérdida de vidas. “Un niño no puede morir en el siglo XXI por una enfermedad que se previene con una vacuna que cuesta menos de diez centavos de dólar”, enfatiza.
Desinformación sobre inmunizaciones
Otro punto crítico es la ausencia de investigación para comprender por qué las personas no acuden a vacunarse. Zamora sostiene que el Minsa no ha impulsado estudios para identificar las barreras reales. “¿Será por los horarios, por la distancia, porque no encuentran la vacuna, porque no creen en ella?”, plantea. Sin esa información, advierte, es imposible diseñar estrategias eficaces.
Celis coincide en que el componente sociocultural es clave, especialmente en comunidades indígenas. Explica que muchas veces no se trata de una oposición ideológica, sino de la forma en que el Estado se aproxima a estas poblaciones. “Ni siquiera es un rechazo, sino que simplemente te estás apareciendo sin una comunicación previa”, señala. En comunidades con antecedentes de intervenciones externas mal comunicadas, esta falta de diálogo genera desconfianza.
El infectólogo también reconoce que existe influencia de discursos antivacunas en algunas zonas, especialmente desde la pandemia. Sin embargo, advierte que no se puede generalizar ni asumir que este sea el principal factor. “Eso hay que investigarlo y no suponerlo”, afirma.
Pese a la gravedad del escenario, ambos especialistas coinciden en que la situación puede revertirse. Para Celis, el problema actual responde a un “acúmulo de susceptibles”: niños que no fueron vacunados durante varios años y hoy están expuestos. “Se puede recuperar, por supuesto”, afirma, pero insiste en que no será con medidas improvisadas ni de corto plazo.
Zamora plantea que la recuperación requiere liderazgo político al más alto nivel. “El líder es el presidente de la República secundado por su ministro de Salud”, señala. A ello suma la necesidad de fortalecer técnicamente el programa de inmunizaciones, asignar recursos suficientes, declarar la emergencia sanitaria para agilizar la respuesta y desarrollar una estrategia de comunicación basada en evidencia.
Mientras esas decisiones no se tomen, advierten ambos, el país seguirá enfrentando brotes evitables y muertes que pudieron prevenirse. “Esto no es un problema de vacunas, es un problema logístico, sociocultural y de decisión política”, resume Celis. Y el costo de no actuar, coinciden, seguirá pagándose en vidas.
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