Doble chamba, media vida: el precio oculto de sobrevivir en el Perú
Según la Cámara de Comercio de Lima, el 21,3 % de la Población Económicamente Activa tiene un segundo empleo por necesidad económica, afectando su salud mental y relaciones personales.
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Desde que empezó a ganarse la vida vendiendo productos del hogar en su barrio de La Libertad y a dictar clases particulares por las noches, Maridel aprendió que el tiempo ya no le pertenece. Cada día inicia antes del amanecer, cuando la ciudad aún bosteza, a las 5 a. m., despliega su pequeño puesto como quien abre una escena de teatro cotidiano. Y cuando el sol comienza a rendirse, deja atrás el mercado y se transforma: ya no es comerciante, sino maestra.
Sus alumnos, niños de cinco años con ojos curiosos y manos inquietas, la esperan con la ilusión intacta, como si cada clase fuese una aventura recién inventada. “Es agotador, pero no me alcanza con uno solo. Con suerte, me queda algo para pagar la luz y el internet de mi hija y mi esposo”, dice con una sonrisa resignada.
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Esta realidad no es una excepción. Según la Cámara de Comercio de Lima (CCL), alrededor de 3.8 millones de peruanos (el 21.3 % de la Población Económicamente Activa (PEA)) tienen una segunda ocupación. Ya no se trata de una estrategia para “emprender” o “aumentar ingresos” voluntariamente, sino de una fuerte necesidad.
El alza del costo de vida, la informalidad laboral y los bajos sueldos hacen que un solo trabajo no baste para cubrir lo básico. En este contexto, miles de personas se han lanzado a una carrera extenuante de doble o incluso triple jornada, sacrificando tiempo, salud y relaciones personales.
“Es obligación pura y dura”, sostiene Alfonso Adrianzén, exministro de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE). "Un policía que de madrugada es guachimán en una fábrica, un maestro de escuela que luego hace taxi o una enfermera que vende desayunos como ambulante. La respuesta no es académica, sino económica: con su sueldo que no les alcanza”.

Comerciante y profesora, la señora Jesica trabaja en el mercado para poder cubrir sus gastos. Foto: La República
No es que quieras, es que no te alcanza
Antonio tiene 28 años y una vida partida en dos jornadas, es asistente de cátedra en una universidad privada en la capital. Pero esa es solo una fracción de su día. Por las tardes y noches trabaja creando contenido audiovisual para una empresa de marketing. “No me alcanza con solo enseñar. Con las justas cubro las deudas. Si dejo uno, no llego”, comenta mientras revisa guiones desde su celular.
Su situación, al igual que la de Maridel, es respaldada por los datos. El mismo informe de la CCL detalla que más del 21 % de quienes tienen un segundo empleo lo hacen por necesidad económica, y no por otras razones. Además, un aproximado de 114 mil trabaja más de 10 horas adicionales a la semana. Siendo para muchos una realidad frustrante y que afecta su salud mental y física. “Lo más penoso es que casi 1 de cada 4 de los ‘doble chamba’ sigue sin resolver su pobreza”, añade Adrianzén.
Jesica, profesora de inglés en una escuela primaria de Lima, pasa sus fines de semana vendiendo verduras en un mercado del cono norte. “Mis alumnos no tienen idea. Me da vergüenza, pero qué voy a hacer. La escuela me paga solo por horas dictadas, y eso no cubre ni el alquiler”, explica.
La ausencia de protección laboral empuja a muchos a buscar un segundo sustento en la informalidad, ese terreno incierto donde no existen beneficios, seguros ni promesas de estabilidad o incluso en el negocio propio. Pilar lo sabe bien. En San Miguel, dirige un pequeño restaurante de menú que mantiene a flote con esfuerzo diario, pero cuando la cocina cierra y el humo se disipa, se convierte en vendedora virtual.
Desde su celular, sube fotos, responde mensajes, coordina entregas. “A veces vendo una blusa y me gano 10 soles. No parece mucho, pero todo suma”, dice con la convicción de quien ha aprendido a contar las monedas como si fueran migajas de tiempo.
Para el exministro, esto es reflejo de un sistema laboral roto: cifras sobre crecimiento del PBI o baja en la tasa de desempleo sirven para la tribuna, pero esconden una verdad: millones de peruanos viven normalizando el deterioro de sus derechos laborales.
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El precio oculto: salud mental al borde
Miguel Vallejos, post decano de la Escuela de Psicólogos del Perú, no duda al afirmar que el doble trabajo está afectando la salud mental de miles de peruanos. “Hay una percepción de que quien trabaja más es más responsable o exitoso. Pero lo que estamos viendo es un desgaste brutal. Estrés crónico, depresión, insomnio, burnout… Todo eso se está volviendo cotidiano”, explica.
Vallejos describe un patrón común: jornadas que empiezan antes del amanecer, descansos que se reducen a dormir lo mínimo y días libres que ya no existen. “Cuando uno trabaja en dos lugares, muchas veces lleva los pendientes a casa. La mente no se apaga. Y si encima hay tráfico, presión familiar o deudas, el agotamiento es inevitable”.
Esa fue exactamente la experiencia de Johan, un joven comunicador audiovisual que, durante casi dos años, combinó su emprendimiento con trabajos freelance mientras terminaba la universidad. “Había días que comía cualquier cosa, solo por falta de tiempo. Me sentía frustrado, cansado, sin ganas de salir. A veces solo quería desaparecer por unos días”, cuenta. Hoy continua en esa lucha constante, porque el tiempo y el dinero no esperan.
Él recuerda que la presión era constante: tareas universitarias, entregas para clientes y compromisos con su propio proyecto se acumulaban como una torre inestable. “No era solo por la plata, también por el tiempo. A veces ni almorzaba, me comía un snack y seguía. Sentía que si me detenía, todo se venía abajo”, cuenta. Esa rutina lo llevó a un punto de aislamiento voluntario, en el que prefería quedarse en casa antes que salir o socializar, por miedo a fallar en algún encargo o no cumplir con un pago.
Aun así, reconoce que el apoyo de su pareja fue el ancla que le impidió naufragar. “Ella entendía todo, incluso cuando no podía invitarla a algo o darle un gusto. Me apoyó desde el primer día, y eso me sostuvo”, cuenta. Pero ni siquiera en los días que llamaba descanso lograba desconectarse; la pausa se convertía en otra jornada, esta vez frente a la computadora donde editaba vídeos. Sabe que detenerse no es una opción.
No solo se cansa el cuerpo, también se rompe el vínculo
El impacto no es solo individual. Vallejos advierte que cuando una persona tiene dos trabajos, también hay consecuencias en su entorno. Pues se pierde la conexión con la familia, con los hijos, con la pareja. Hay menos tiempo para el juego, el diálogo. Y eso genera distancia.
Maridel lo sabe. Aunque vive con sus hijos, siente que no está presente. “A veces me duermo ayudándolos con las tareas. Ella no reclama, pero sé que me extrañan, al igual que mi esposo, quien por temas médicos se queda en casa”.
Jesica vive una escena parecida. Llega exhausta del mercado, sin energía siquiera para conversar. Lo único que desea es cerrar los ojos. Pero su pequeña la espera con la ternura desbordada: quiere jugar, quiere contarle algo, lo que sea. Y aunque Jesica intente sonreír, el peso de no poder estar ahí, entera y presente, le duele más que el cansancio.
Este tipo de testimonios se reflejan en indicadores preocupantes. Según el Ministerio de Salud, en los últimos tres años ha aumentado en un 20 % la atención por cuadros de ansiedad y fatiga laboral en adultos jóvenes. Además, el uso de energizantes y estimulantes también ha crecido, así como el consumo de alcohol como forma de “desconexión”.
“Muchos trabajadores recurren a ‘recetas caseras’: café con chocolate, energizantes, hasta pastillas para el dolor de cabeza mezcladas con azúcar”, alerta Vallejos. “Y eso, con el tiempo, genera dependencia, gastritis, insomnio o, en casos más graves, adicción”.
¿Es posible vivir bien con dos empleos?
“Es muy difícil lograr un equilibrio”, responde Vallejos determinadamente. “Un solo trabajo ya genera tensiones. Con dos, se duplican. Y si encima estudias o cuidas a alguien, el cuerpo y la mente colapsan”.
Para el psicólogo, lo ideal es que las personas puedan vivir dignamente con un solo empleo formal, con sueldos justos y condiciones laborales estables. “El problema es estructural. Si los sueldos no alcanzan y los empleos son precarios, la gente no tiene opción. Por eso el Estado y las empresas deben tomar medidas urgentes”.
En ese sentido, aseguró que se deben de crear programas de salud mental gratuitos para trabajadores, intervenciones preventivas dentro de las empresas, políticas fiscales que favorezcan la formalización de pequeños negocios y campañas que desestigmaticen la búsqueda de ayuda psicológica.
El espejismo del trabajo doble a toda costa
En un contexto donde el discurso del “emprendedor exitoso” ha calado hondo, muchos trabajadores no se reconocen como víctimas de un sistema desigual. “La gente cree que si trabaja el doble es porque quiere salir adelante. Pero en realidad lo hace porque no tiene más opción”, sostiene Vallejos.
Eso lo ha sentido Antonio, que a veces se pregunta si este ritmo de vida lo está llevando a algún lado. “Amo enseñar y hacer contenido, pero no sé cuánto más pueda sostenerlo. No tengo tiempo para mí. Ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que salí con mis amigos sin pensar en el trabajo”. Jesica, por su parte, guarda silencio un momento y dice: “Si pudiera vivir con lo que gano como profesora, dejaría el mercado mañana. Pero por ahora, toca seguir”.
Una urgencia nacional
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en 2024 que la salud mental de los trabajadores debía ser prioridad mundial. En el Perú, Indecopi ha comenzado a empujar normativas que exijan a las empresas preocuparse por este aspecto, pero la implementación es todavía mínima.
Para Vallejos, el problema ya debería ser considerado de emergencia nacional. “Estamos criando una generación de trabajadores con alto riesgo emocional. Si no invertimos en su salud mental hoy, el costo económico y social será altísimo mañana”.
Además, Adrianzén propone que “el Ministerio de Trabajo tendría que ser rediseñado mirando el siglo XXI y lo que va a pasar en el mundo laboral con fenómenos como la robótica industrial y la inteligencia artificial. Nadie está pensando seriamente en cómo adaptarse a los llamados ‘trabajos del futuro’”.
Mientras tanto, en La Libertad, Maridel ya está organizando sus cuadernos para la clase de las seis. Y en Puente Piedra, Jesica recoge las últimas cebollas que no se vendieron ese día. En Lima, Antonio revisa sus correos antes de dormir, y Pilar toma fotos a una nueva tanda de blusas. Johan, por momentos, ha querido alzar la voz y decir “basta”, soltarlo todo y descansar. Pero sabe, como lo saben muchos, que detenerse no es una opción, no cuando las cuentas esperan y el futuro se construye con desvelos en una ciudad como Lima.
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