Las vidas truncadas de las víctimas del fuego indiscriminado
Registro de bajas. Madres, padres, esposas y hermanos relatan las historias de sus familiares abatidos en las violentas protestas en Ayacucho. El conjunto de sus descarnados relatos son el retrato de un sector de los peruanos que poco se conoce o se ignora, pero que es el que más disparos recibe cuando se indigna y sale a las calles.
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Por: María Elena Hidalgo, enviada especial
Huamanga todavía huele a pólvora y flores muertas. Como en la época en la que los terroristas convirtieron la ciudad ayacuchana en el epicentro de sus acciones criminales. Hospitales enloquecidos, morgues atestadas, rostros enfurecidos. Solo que esta vez las víctimas fueron una decena de ciudadanos que salieron a protestar, o se encontraron con las manifestaciones, y recibieron disparos mortales de las tropas del Ejército, los que fueron filmados, fotografiados y observados cuando sus efectivos hicieron uso de sus fusiles Galil, que tiene un alcance efectivo de 300 metros con proyectiles de 5.56x45 mm, según un militar en retiro consultado, que ha disparado el arma de fabricación israelí.
Por el lado de los militares, no hay ningún herido de bala reportado. Por el lado de los civiles, 10 fallecidos y 60 heridos, en ambos casos por efecto de proyectiles de arma de fuego (PAF). Según los registros audiovisuales, solo los soldados estaban provistos de fusiles. Clemer Rojas García, de 22 años, una de las primeras víctimas, debió darse cuenta de inmediato. Clemer Rojas había sido soldado como los que salieron a matar. Sus padres, Reider Rojas y Nilda García, estaban muy orgullosos porque había vestido el uniforme de la patria. Por eso, cuando les informaron que Clemer Rojas García había sido derribado por el disparo por efectivos del Ejército, no lo pudieron creer.
Soldado de la patria
Por eso, durante el velatorio, los padres colocaron una fotografía gigante de Clemer Rojas vistiendo el uniforme del Ejército, portando un fusil Galil, uno de la mismas características con la que muy probablemente le dispararon a muerte. ¿Se entiende la rabia de los padres?
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Protestas
Dejó el Ejército porque consideró que era más provechoso estudiar en el Senati la especialidad de mecánica automotriz para luego abrir un taller. Pero a los Rojas García no les alcanzaba para pagar la mensualidad. De hecho, aprovecharon la ceremonia del 9 de diciembre por la Batalla de Ayacucho en la Pampa de la Quinua para vender chicharrón de cerdo y cuy frito. Con lo que juntaron, pudieron completar la mensualidad. Así vivía el día a día esta familia ayacuchana. ¿Se entiende la indignación?
“Mi hijo tenía muchos sueños. Quería abrir un taller de mecánica, por eso se puso a estudiar, No quería depender de otras personas, quería su propio negocio. No nos explicamos cómo llegó a la movilización”, relató Reider Rojas.
“Quiero saber quién autorizó para que lo maten porque él no era vándalo ni terrorista. Hasta ahora no creo que lo hayan matado. Miro su cuarto, sus fotos y no está mi hijo. ¡Clemer, por favor, regresa! ¡Te estoy esperando!”, reclama entre llantos Nilda García. El dolor es así, nos hace perder la noción del tiempo, el sentido de la realidad. No aceptamos la pérdida, sobre todo si ha sido inesperada, cruel, definitiva.
Justo el 15 de diciembre, el taxista Leonardo Hancco Chacca, de 27 años, cumplía 11 de compartir su vida con Ruth Bárcena Loayza. El mismo día de la celebración recibió un balazo en el estómago. Murió en el hospital de un infarto cuando lo sometían a una segunda cirugía para intentar detener una terrible hemorragia interna. Ruth Bárcena, en lugar del festejo por el aniversario, tuvo que organizar el velatorio de su esposo. Del padre de la niña Camila, que contaba con siete años, y del próximo bebé que Ruth Bárcena esperaba.
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Protestas
“Salía a las tres de la mañana y retornaba a las dos de la tarde para almorzar. Yo estaba preocupada por las movilizaciones. Me respondió que no me preocupara, y que si salía herido, que no llorara. Y, despidiéndose, me dijo: ‘Hombre de acero no muere’, y se fue. A las 11 de la mañana lo llamé y me dijo que iba unirse a una marcha pacífica en el parque Sucre. Le dije: ten cuidado. A la una de la tarde lo llamé y ya no contestaba. A las dos de la tarde vi en la televisión que había sido uno de los primeros heridos”, relató Ruth Bárcena. Luego lo encontraría en la sala de operaciones de hospital y le llegó a hablar. Los médicos ya habían usado 54 unidades de sangre y faltaba más. Su esposa su ofreció. Cuando se procedía a la transfusión, y los esposos estaban en una camilla uno al lado del otro, Leonardo Hancco perdió la vida. Y por la hondura de la tristeza, Ruth Bárcena también perdió al bebé.
Son historias que no aparecen en las actas fiscales. Son historias que no se consignan en los partes policiales. Son historias que se ocultan tras las cifras oficiales de los fallecidos. Para sus familiares, fueron padres, hijos, esposos ejemplares. Así los recuerdan. Por eso dicen que no merecían morir.
Sueños destrozados
Como el caso de Jonathan Alarcón Galindo, de 19 años, quien dejó a un niño de año y medio y a otro en gestación. Tuvo que dejar el colegio porque la pandemia del nuevo coronavirus arrasó a su familia económicamente. Había planeado continuar con los estudios, hasta que lo detuvo un balazo.
Las autoridades del Comité del río Cachi decidieron sumarse a la protesta y advirtieron que un representante de cada familia debía asistir o pagaría una multa de 50 soles. Cincuenta soles entre las familias de pocos recursos es una fortuna. Jonathan Alarcón se presentó en nombre de su familia. En lugar de llegar a casa para almorzar, una prima avisó a los padres que lo habían conducido al hospital porque había sufrido un impacto de bala. El padre, Alfredo Alarcón, lo encontró moribundo.
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Protestas
“Le salía sangre por la nariz y la boca. Su cuerpo estaba hinchado. No sabían dónde estaban las heridas internas porque el tomógrafo no servía. A mi hijo le impactó la bala por la espalda. Yo estaba consternado, era como si estuviera ebrio y frente al doctor empecé a llorar. Esperé varios días para verlo. Recién entonces me permitieron ingresar. Estaba sangrando. Yo me acerqué y le dije: ‘Hijito, no te voy a dejar, siempre vamos a estar juntos’. Lloraba y pensaba por qué nos ha pasado esto. ¿Acaso era una mala persona? No, no lo era”, explicó. Jonathan Alarcón murió el 21 de diciembre.
No era la hora
Cada uno cumplía un papel importante en el núcleo familia.
Jovana Mendoza Huarancca, hermana de John Mendoza Huarancca, de 34 años, otra de las víctimas, relató que estaba encargado de llevar a su madre a un tratamiento oncológico. Incluso trasladaba a su progenitora por avión a Lima para recibir atención especializada. Su hermana cree que fue alcanzado por el proyectil porque transitaba circunstancialmente por el aeropuerto.
La hermana de John Mendoza dijo que era el cuarto de los siete que eran y el mayor de los varones. Trabajaba en maquinaria pesada. Era soltero y desde que sus hermanos dejaron la casa para formar sus familias, se hizo cargo de su padre discapacitado y su madre enferma de cáncer en estado avanzado. También se hizo cargo de su sobrino, hijo de su hermana, quien es madre soltera. Un sobrino al que le dio educación. Fue John Mendoza quien mandó a su sobrino a estudiar en Lima diseño de interiores. No era alguien de perfil violento, de conducta cuestionable, sino todo lo contrario.

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¿En qué circunstancias recibió la herida mortal?
“Yo soy socia en una empresa de transportes y cada año nosotros como transportistas hacemos una chocolatada y entrega de canastas para los trabajadores. Nosotros teníamos una reunión, y como yo vivo en santa elena y la reunión era en pampa Quinuapata, que es un lugar lejano, le comenté a John de la reunión y me dijo: ‘Negra, no vayas tú porque hay protestas. Mejor voy yo como varón’. Y en son de broma me dice tú como mujer no vas a saber escapar, yo soy varón y voy a escapar más rápido. Tal vez la culpa es mía por dejar que él vaya, tal vez por ser mujer no me hubieran disparado”, narró Jovana Mendoza, sintiéndose culpable.
“Era el hermano que te quería y te abrazaba. Era un joven que se amaba y amaba la vida. Era tan amoroso que venía y ya te besaba en la frente. A mi madre nunca le ha faltado un abrazo o beso de su hijo, era un joven que sabía querer y se hacía querer. No tenía vergüenza de abrazar al vecino al saludarlo, siempre decía: ‘Qué me cuesta sobarle la joroba al vecino’. Ese era su saludo, sobar la espalda”, dijo Jovana Mendoza. La madre de John Mendoza ya no podrá recibir la atención de su hijo. Solo le queda el recuerdo de un abrazo infinito, definitivo, innumerable.
Continuará...