Amanda Portales: “Yo hubiese querido ser policía de investigación”
La cantautora detalló por qué se llama Amanda, cuáles son los episodios más vergonzosos de sus 58 años en el rubro y qué obras sociales ejecuta lejos de los flashes.
Las series “El mentalista” y “La ley y el orden” conforman el catálogo de entretenimiento de Amanda Portales (61). Fuera de foco, la criminalística; frente al micrófono, la música. Y aunque en ambos espacios la folclorista peruana disfruta de la estrategia —“Yo hubiese querido ser policía de investigación”—, es en el proscenio donde ha resuelto, a lo largo de sus 58 años como artista, sus mayores contratiempos. ¿Uno de ellos? Vigilar su talante ante su audiencia: “Para mí es un examen, el público está viendo lo mínimo”.
—¿Cómo se prepara, entonces?
—El ensayo se da con un grupo de músicos, pero también ensayo sola (...). A veces estoy frente a un espejo para cantar y verme cantando.
—¿Y qué más ve en el espejo cuando ensaya?
—Veo que tengo una preocupación por dar lo mejor de mí. Veo la responsabilidad, que para mí es demasiada, de transmitir lo que realmente siento (...). Entonces, eso: para mí es ver en Amanda una responsabilidad grande.
—¿Y quién es Amanda sin los reflectores?
—¡Uy! Una señora de casa. Yo tenía que tocar la puerta —“¡Apúrense!”—, como en la película de Alcántara, como la mamá que gritaba para que vayan de una vez al desayuno. A veces a las 5.00 a. m. o 6.00 a. m. estaba llegando a la casa, pero no descansaba: de frente me metía a la cocina para preparar el desayuno. También estoy en el televisor viendo series que me gustan (...). Me ha pasado que me he amargado por algo y arranco, me voy al cine: me voy al cine, pero solita. Mutis.
Amanda, Silvia e Iraida, sus hijas, se educaron —con nuevos personajes— en un ambiente similar al de su infancia: “He tenido la suerte, Dios bendito, desde pequeña, de conocer, por ejemplo, a Víctor Alberto Gil (‘Picaflor de los Andes’), Leonor Chávez Rojas (‘Flor pucarina’), Jaime Guardia, Angélica Harada (‘La princesita de Yungay’)... Tantos grandes artistas”.
Mucho antes de convertirse en ‘La novia del Perú’ fue 'La mascotita de Huánuco'. Tenía 3 años cuando su primer apelativo simbolizó la prolongación del oficio de sus padres: don Lucio Portales, violinista huanuqueño, e Irene Sotelo, ‘La dama elegante del folclor’.
“Mis padres tenían la compañía ‘Juventud huanuqueña’, mi madre era la que bailaba y, en aquel entonces, mi padre era el director del conjunto. ¿Qué pasaba? Yo, más que cantar, quería bailar”, relata la artista. Sin embargo, la acogida para con su talento vocal superó sus propias perspectivas. “Desde los 7 hasta los 11 años o 12, más o menos, canté música de Puno. Grabé ya con la autorización de mamá, ella siempre a mi lado, en una disquera que ya no existe”.
—No es una escena común para un niño. ¿Qué más recuerda?
—Mi madre cosía los vestuarios a mano y yo estaba prendida y prendada de las cosas que hacía. Y, por ejemplo, mi papá tenía su vulcanizadora de llantas en la Avenida Riva-Agüero, llegaba ‘Picaflor de los Andes’ en su Volkswagen y, mi papá: “¿Cómo estás, ‘Picacho’?”.
Amanda junto a Lucio e Irene, sus padres. Foto: Facebook
Una vez que dependiente y cliente acordaban tiempo y precio, Amanda le avisaba a su madre acerca de la visita: “Yo iba corriendo como una flechita, como un chasqui (...). Entonces mi mamá sancochaba papas y molía su ají en batán. Conversaban de música, cantaban todos”.
—Usted es autodidacta, eso es admirable. Pero, ¿en algún momento ha reforzado académicamente su talento?
—No, todo ha sido un aprendizaje de escuchar mucha música, porque yo creo que la música es el lenguaje que nos llena a todos.
—Se subió a los escenario con solo 3 años, ¿quiso seguir otro camino cuando creció?
—No. No quisiera que esto se tome como algo yoísta, pero Amanda Portales es artista al 100%. Muchos compañeros del arte tienen su profesión o tienen sus negocios, y el arte, la música, está en un segundo o tercer lugar porque el arte, lamentablemente, no te va a dar todo. Pero yo no me siento menos por no tener una carrera con la cual se diga: “Amanda es ingeniera” o “Amanda es doctora” (...). Por mi arte he podido conocer, por ejemplo, Hungría, Suiza, Suecia, Corea del Norte, España, Italia, Chile, Bolivia, Argentina, Ecuador, Estados Unidos, Canadá…
Y Rusia. El Teatro Bolshoi, propiedad del país más extenso del mundo, fue el estrado donde, en los 90, los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial se acercaron al canto de Amanda gracias a un intérprete y a un grado superior de emotividad. “El señor alcalde de Lima, en aquel entonces, Alberto Andrade, me puso como embajadora (...) Yo decía: ‘Este vestuario es de la parte del centro del Perú, del departamento de Junín’. Hablaba de su lugar, de cuál era su comida, de cómo era su gente (...). Ellos (los sobrevivientes) estaban con la familia, otros estaban sin brazos, era triste, pero por lo menos la música, bien claro se dice, la música es el lenguaje universal”.
—¿Cuál ha sido el peor episodio sobre el escenario?
—Tantas cosas que me han pasado… Cuando yo era jovencita (13 años) mi papá me cortó el cabello porque no quería que yo fuera artista.
—¿Su papá no quería que usted fuera artista?
—No, porque decía que era muy sacrificado, y sí, es cierto. Pero después ya tuvo que convencerse y ayudarme.
La persuasión no fue tan ardua como el bochorno que, después, acumuló en sus mejillas y en su memorial personal: las trenzas de lana que reemplazaron la melena volaron hacia el caldo de rachi de un espectador. “Me fui corriendo y me paré pegada a la pared. No sabía qué hacer y, de vergüenza, me oriné”.
Con los años, las tragedias tenían que ver con celos y atracos. Ya María Alvarado Trujillo, ‘La pastorita huaracina’, le había advertido. “Ella apostó por mí y me dijo: ‘Amanda, hay mucha envidia, hay muchos buitres. Van a querer comerte. ¡No sabes! Debes tener cuidado’ (...). Se convirtió en mi madrina”, recuerda.
Una vez, en Tarma, soltaron un toro en campo abierto. “Estaba yo en la Plaza de Toros y había un escenario en el centro. Pero yo soy el roble que no se cae porque tiene buen cimiento, ¿no? (...). Se me acercó un joven agarrado y me cargó”. Otro día, camino a Huamachuco, hizo una pausa forzosa —con armas apuntando— en el camino: “Abrieron la puerta del carro, yo estaba con mi mamá (...). Entonces, dijeron: ‘¿Amanda Portales?’. Sorprendidos: ‘¿Tienes cassette?’. Y, por el Señor de los Milagros, mi mamá dio uno aquí, otro acá, otro allá. Golpearon el carro. ‘Pasen nomás’. Sacaron los troncos”.
Invoca con frecuencia a Dios y a los santos, y admite que realiza obras en favor del bien social: canta en albergues y asilos de ancianos. “Me gusta hacer trabajo social, pero hacerlo de la buena manera. No me gusta ir con un fotógrafo (...). ¿Por qué? No hay necesidad”.
—En la canción “Papito corazón” usted entona: “Alegre vamos a bailar, papito corazón”. ¿Qué canción recuerda haber bailado con él?
—¡Muchas! Porque mi papá era un bailarín número uno, desde huaynos hasta cumbia. No recordaría qué temas, pero sí que era tan bailarín que cuando estaba en la casa hacía bailar a sus nietas. Yo le decía: “Papá, a veces bailas como Cantinflas”.
Celebré mis 45 años como artista e hice que mi papá tocara el violín y yo le cantaba: “Es mi padre un buen padre, / cariñoso y muy bueno. / Es el guía de mi vida”.
Amanda Portales y Lucio, su padre. Foto: Facebook
—“Amanda soy, amando voy ofreciendo el alma”, dice usted en la canción “Amanda amando”. Además de la música, ¿a qué otras cosas les pone alma?
—A todo. A todo tienes que ponerle amor, sentido a lo que estás haciendo mientras estás en esta vida.
—Su nombre proviene del latín amandus, que es el gerundio de amar. ¿Qué es lo que más ama en su vida?
—Amo la vida, pero también amo la tranquilidad (...). Mi tío Honorato me puso el nombre de Amanda. Fue por una actriz mexicana, decía, llamada Amanda del Llano. “Su nombre suena bonito y ella va a ser bonita”. Y si supiera que soy bonita con mis pestañas postizas. (Risas).