Leer a Mario en Lima
Crítico. El escritor, profesor y crítico literario peruano Julio Ortega reconoce la ciudad y sus nuevos desafíos a partir de la última ficción de Vargas Llosa, Cinco esquinas. Contra los nuevos y multiplicados muros, alega en este texto.
Por: Julio Ortega
Leyendo una novela de Mario Vargas Llosa a más de un lector le ha ocurrido que reconoce Lima, incluso el Perú, y se siente parte del paisaje urbano familiar y memorioso. Uno puede estar leyendo que un personaje recorre la calle Tarata del viejo Miraflores, con sus casitas de discreta intimidad, como si le siguiera los pasos al enchompado personaje. Pero puede también reconocer una calle del centro viejo, y evitar ese “suelo chancroso”. Pero si uno se encuentra en la intersección de Cinco esquinas no podrá salir ya de la populosa ciudad que se cierne, siniestra, en la novela. Todos los lectores de Mario hemos vuelto al Jirón de la Unión para verificar que hasta los perros de la ciudad lo recorren demostrando que el Perú se ha convertido en otra novela, de perros literales en pos de un relato. Cuando uno vuelve a Lima, cree despertar en una novela de Vargas Llosa.
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Hace un año, luego de las jornadas de lectura en nuestra formidable Feria del Libro, al volver en un taxi al aeropuerto vi, con horror, que una pareja mayor de turistas chilenos lamentaba el asalto que acababan de sufrir: en cuanto bajaron del taxi el chofer partió llevándose sus maletas. Lo que más me duele, dijo la mujer, es que se llevó los regalos peruanos para los hijos y nietos. Ese taxista, me dije, hace méritos para estar en una novela de MVLl sobre el fin del mundo en Lima. Ese apocalipsis será limeño, pero será. Cualquier lector puede recordar o anticipar otra escena porque el país mismo imita, no sin énfasis, su retrato.
Una vez García Márquez me dijo que Mario tenía la capacidad narrativa de nombrar plenamente: escribe, explicó, como quien levanta una pared. Ese poder de representación comunica a su relato la presencia tangible del mundo que narra. Y cuanto más derruida está la sociedad, y más deteriorada la solidaridad, mayor es la evidencia de su apocalipsis peruano. Estas novelas nos han proveído de vecinos inciviles, y en Cinco esquinas la ciudad misma se nos impone como una metáfora del Infierno. La ciudad romana presupone cuatro esquinas: la ciudad como tablero de ajedrez, que es la lección clásica de la armonía urbana, porque la ciudad es el espacio humanizado por el diálogo. La comunicación horizontal promete ciudadanos que han vencido a la selva.
En Nueva York hubo una zona llamada “Five points” (el feroz tema de una película de Scorsese), donde las migraciones irlandesa e italiana se combatían criminalmente. José Martí dijo que esas migraciones están hechas “con levadura de tigres.” El Cercado de Lima más que una plaza pública fue una empalizada de los fundadores y, pronto, una muralla militar. La primera representa a la nación dominante, la segunda al estado militar.
Cinco esquinas de MVLl nos dice que en manos de la prensa amarilla y el poder corrupto, la ciudad de los hombres fue tragada por la selva.
Contra los nuevos y multiplicados muros, que documentan la violencia extrema contra los migrantes, la corrupción de los jueces, el feminicidio y el sexismo, la conversión de la vida cotidiana en mercado, sin olvidar la banalidad de la política, en este mundo al revés, los jóvenes de hoy tienen, otra vez, casi todo por hacer.
La ciudad. Portada de la novela en la que el nobel peruano recrea situaciones en Lima.