El lunes 1 de septiembre, la Municipalidad de Lurín informó que constató, en conjunto con la OEFA (Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental), el retiro de decenas de puertas de congeladoras y exhibidoras con logos de Coca Cola y Lindley, la empresa a cargo del embotellado y comercialización, que habían sido arrojadas en el estuario formado por el río Lurín y la playa San Pedro, al sur de Lima, Perú. Sin embargo, La República verificó que aún permanecen algunos fragmentos de vidrio y marcos metálicos.
El subgerente de Fiscalización Administrativa, Daniel Chumpitaz Chacón, declaró que la comuna no sabe quién arrojó las puertas ni quién hizo el retiro parcial. Incluso, deslizó que “quizás” fue el mismo infractor el que decidió limpiar para evadir responsabilidades.
Tampoco se detalló cuándo se arrojaron los desechos ni qué medidas concretas se implementarían para prevenir nuevos atentados ambientales. Solo anunció “vigilancia constante”.
Un equipo de este diario acudió al municipio. “Ya nos pronunciamos en redes sociales”, nos respondieron. Igualmente, como señalaron en una transmisión en vivo, anunciaron que seguirán investigando para dar con los responsables.
Mientras tanto, una visita al lugar con el biólogo marino Daniel Cáceres Bartra y la artista y activista Zoe Massey permitió verificar lo que el anuncio edil omitió: aún hay vidrios rotos en la arena del estuario y varios marcos de las puertas permanecen entre la basura.
Posterior a la limpieza, aún se observan algunos marcos de puertas de las refrigeradoras. Créditos: Marco Cotrina / La República.
El hallazgo fue difundido el sábado 30 de agosto en TikTok por Daniel Cáceres Bartra, representante en Latinoamérica de la Sustainable Ocean Alliance. En el video mostró cómo un cerro de puertas metálicas con vidrios rotos había sido arrojado en pleno estuario del río Lurín. Todas llevan un mensaje: “Propiedad y uso exclusivo de productos Coca Cola - Lindley”.
La publicación desató una oleada de indignación. Usuarios en redes sociales etiquetaron y emplazaron a la OEFA y a la propia Coca Cola, exigiendo acciones inmediatas.
“Eran puertas bastante pesadas, con vidrios rotos y fragmentados por todos lados. Lo preocupante era que estamos en los meses previos a la llegada de aves migratorias. Estos materiales podrían convertirse en trampas mortales para ellas”, relató Cáceres a La República.
La presión en redes obligó a una respuesta inmediata. La OEFA respondió en TikTok y otras redes: “Nuestro equipo ya se encuentra verificando la zona de la desembocadura del río Lurín, en playa San Pedro. Esta verificación permitirá identificar a los responsables y disponer las acciones necesarias para el retiro de los residuos sólidos acumulados”.
La tarde del lunes 1 de septiembre dicho trabajo debía continuar. Sin embargo, cuando la municipalidad y la OEFA llegaron, los desechos, en su mayoría, ya habían desaparecido. Por ello, no supieron precisar quién ejecutó la limpieza ni bajo qué condiciones.
Para el biólogo denunciante, la rapidez de la reacción fue positiva, pero insuficiente: “Se olvidan de lo pequeño. Hoy vemos que aún quedan fragmentos de vidrio y partículas que terminarán en el agua y en el fango. Las aves caminan descalzas y los trozos se filtran en agua y alimento. Ese material puede terminar dañándolas de forma irreversible”, explicó Cáceres.
“Con el viento, todo este vidrio termina en el agua. Las aves que llegarán en octubre caminarán sobre esto. Es un riesgo real para la fauna”, sostuvo.
La República se contactó con Arca Continental Lindley, encargada de la comercialización de Coca Cola en el Perú, para solicitar sus descargos.
En un comunicado, señalan que “un proveedor externo dispuso indebidamente partes de equipos de refrigeración en las inmediaciones de la playa San Pedro, en Lurín”. Igualmente, que “enviamos una cuadrilla al lugar indicado y se procedió a la limpieza total de la zona”.
“Asimismo, hemos dispuesto una exhaustiva investigación para determinar las responsabilidades correspondientes y venimos colaborando con las autoridades para esclarecer los hechos. Como empresa comprometida con la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente, lamentamos este incidente y reiteramos que continuaremos revisando a detalle los procesos con nuestros proveedores externos, buscando que situaciones como la descrita no se repitan”, concluye el texto.
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La escena no sorprendió a Zoé Massey, quien dirige el colectivo Zamba Canuta, parte del LOOP – Life Out Of Plastic, una organización internacional dedicada al reciclaje. Massey trabaja, desde hace más de una década, arte medioambiental en la zona del estuario. Ya en 2015 habían alertado sobre la contaminación de la desembocadura del río Lurín.
“Hace diez años OEFA vino con nosotros y se les advirtió de la situación. No hicieron nada. Hoy la situación es peor. El sábado encontramos cerca de dos toneladas de desechos entre puertas metálicas, vidrios rotos, espuma y piezas de refrigeradoras. Se trata de material que pudo haber sido reciclado, pero que terminó aquí como basura. Es un doble crimen: por la contaminación y por el descarte de recursos que pudieron tener otro uso”, afirmó Massey.
La activista recuerda que en aquel momento encontraron una bolsa de leche Enci, un producto descontinuado en 1992. “Eso demuestra la antigüedad de los desechos y la falta de remediación real. Hoy el olor es el mismo, la basura es la misma. Lo único que cambia es la indiferencia con que se trata este espacio”, dijo.
En 2015 se halló una bolsa de leche Enci, un producto descontinuado en 1992. Créditos: difusión.
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El estuario del río Lurín es uno de los pocos humedales costeros que sobreviven en Lima. Al desembocar en el mar, el río mezcla agua dulce y salada, formando un ecosistema único donde habitan crustáceos, insectos y plantas que cumplen un rol de fitorremediación: absorben contaminantes y los procesan.
En condiciones óptimas, sería un refugio ideal para aves migratorias. Cada año, especies como los playeritos (Calidris) llegan entre septiembre y marzo. La gaviota de Franklin, en tanto, aparece desde octubre tras el largo viaje que emprende desde Canadá y Estados Unidos. En total, el Perú recibe más de 79 especies provenientes del hemisferio norte, en lo que se denomina migración boreal, con bandadas de hasta 70.000 individuos.
Estas aves recorren miles de kilómetros en busca de alimento y descanso. Encuentran en los estuarios espacios de agua dulce, lodo con crustáceos y tranquilidad para reponer fuerzas. “Si no hallan alimento suficiente, se enferman, pierden peso, bajan sus tasas de reproducción y muchas mueren en el camino”, explica Cáceres.
Biólogos y activistas reconocen la alta contaminación en el estuario de Lurín desde varios años atrás. Créditos: Marco Cotrina / La República.
El problema no se limita a Lurín. El Perú atraviesa una de las peores crisis de aves marinas en dos décadas. Según el especialista, la población de pelícanos, piqueros y cormoranes se redujo drásticamente por el Fenómeno del Niño, la gripe aviar y la sobrepesca de anchoveta.
“Hoy tenemos menos de un millón de aves marinas en nuestras costas, cuando antes había entre dos y cinco millones. El impacto acumulado es devastador. A eso se suma que los espacios de descanso, como este estuario, están contaminados y abandonados”, advirtió.
El biólogo señala que el estuario de Lurín debería ser considerado zona Ramsar, es decir, un sitio declarado de importancia internacional bajo la Convención sobre los Humedales, tratado que busca la protección de este tipo de ecosistemas.
El colectivo Zamba Canuta busca denunciar y sensibilizar a través del arte. “A veces la gente no lee informes técnicos, pero sí se impacta con una obra o un video. El arte es una herramienta para incomodar, para visibilizar lo que pasa aquí”, señala Massey.
Su trabajo en la zona ha servido de registro y denuncia. “La gente piensa que el arte medioambiental es hacer esculturas con botellas de plástico. No. Se trata de confrontar a la sociedad con lo que hemos hecho de nuestro entorno. Y este estuario es el mejor ejemplo de abandono e indiferencia”, sostiene.
La situación deja en evidencia una cadena de omisiones. La Municipalidad de Lurín no tiene un plan de sostenibilidad para el estuario ni un programa de vigilancia. La OEFA se limita a verificar, pero no sanciona directamente. La ANA (Autoridad Nacional del Agua) no mide de forma sistemática la calidad del agua en la desembocadura.
“Este es uno de los pocos ríos de Lima que no ha sido represado ni desviado. Es parte de nuestra identidad y debería estar protegido. Pero aquí todo sigue funcionando como si fuera un basural clandestino”, advierte Cáceres.
¿Quién cuida este lugar? En la práctica, nadie. El hallazgo de las puertas de refrigeradoras lo demuestra: un atentado ambiental pudo ocurrir sin que nadie lo detectara. La limpieza se hizo sin que nadie supiera quién la ejecutó. Y hoy, lo que queda en el estuario son fragmentos de vidrio, basura, aguas contaminadas y aves que llegarán en pocas semanas.
La República halló varios trozos de vidrio en el estuario. Créditos: Marco Cotrina / La República.

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