Los hombres y mujeres que buscan cualquier tipo de empleo inmediato en alguna de las galerías o talleres del jr. Gamarra, en La Victoria, saben dónde deben dirigirse para que los seleccionen. El punto más atractivo es la esquina de la cuadra 9 de Gamarra con el jr. San Cristóbal. En los costados de un quiosco de periódicos ubicado en ese punto, cerca de la puerta de la galería Yuyi, aparecen pegados los números telefónicos de los reclutadores. Pero también estos se presentan en el sitio y a voz en cuello preguntan quién quiere un puesto de trabajo. Los reporteros Piero Espíritu y Abel Cárdenas se dejaron enganchar.
“Fui abordado cinco veces. La primera cuando una persona me preguntó si sabía coser. Le dije que no y se fue. La segunda fue una mujer que me preguntó lo mismo y, a pesar de que le dije que podía aprender, me comentó que necesitaba a alguien con experiencia y se fue. La tercera fue una persona que me enganchó para un taller de costura de pantalones jeans. La cuarta vez fue un joven que se me acercó para preguntarme si sabía remallar y le dije que no. La quinta vez fue para un puesto en la galería Italia, donde laboré”, relató Piero Espíritu.
“El punto de captación se encuentra en la puerta de la galería Yuyi, una de las más conocidas en Gamarra. Es una de las esquinas más transitadas. En esta galería no solo hay tiendas. Recorrimos piso por piso la galería y encontramos que en cada piso hay talleres de confecciones con muchos jóvenes. A mí me captaron dos veces: la primera para cumplir labores de ayudante de almacén en un taller de lencería y la segunda para un taller de la galería Italia”, manifestó Abel Cárdenas.
Puntos de reclutamiento de trabajadores en el jirón Gamarra. Foto: Abel Cárdenas
Hay otros puntos de captación de trabajadores:
Los reclutadores buscan personas con experiencia en talleres de confección, pero también para que cumplan otro tipo de labores no especializadas.
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Piero Espíritu y Abel Cárdenas laboraron primero por separado en talleres diferentes. Luego lo hicieron juntos en otro establecimiento. El propósito de las incursiones fue verificar si en el denominado emporio Gamarra se practicaba el trabajo forzoso, una forma de esclavitud contemporánea que desde 2019 es considerado un delito en el Perú. Según el artículo 129-O del Código Penal, este se da cuando “el que somete u obliga a otra persona, a través de cualquier medio o contra su voluntad, a realizar un trabajo o prestar un servicio, sea retribuido o no”. Las penas varían, de acuerdo con las circunstancias y agravantes, hasta 16 años de cárcel y, si hay muerte, llegan a 25 años.
Abel Cárdenas fue reclutado en el jr. Gamarra para trabajar en el taller de lencería aledaño Analuz, del jr. Bélgica 1474.
“A mí me captaron en la esquina de los jirones Gamarra y San Cristóbal. En el lugar se concentran todo tipo de personas que buscan trabajo: varones y mujeres, adultos y jóvenes. En el lugar también se reúnen los captadores. Ellos miran para todos lados y cuando observan que alguna persona está mirando o apuntando los números telefónicos, se le acercan para ofrecerles trabajo. A mí uno de los captadores con rostro amable se me acercó y con voz baja me preguntó si buscaba trabajo de ayudante de almacén, así de frente. Le dije que sí. Rápidamente, casi al oído, comenzó a explicarme que era para ayudar a doblar prendas y cargar algunas telas, pero nada en exceso. Le dije que estaba bien y que si podía empezar ese mismo día. Él asintió sin problema. Se hacía llamar 'Gilbert'”, relató Abel Cárdenas.
“Fuimos hasta el jirón Huánuco y luego ingresamos por la calle Bélgica. A mitad de esa calle, hay un edificio de nueve pisos. Toda estaba en silencio, casi no pasaba gente, la mayoría de transeúntes era el personal de carga que estaba en la puerta. Ingresamos al ascensor y, mientras subíamos, la puerta del ascensor se abría en algunos pisos y pude ver que en cada uno había talleres con portones metálicos grandes, con personas trabajando adentro, enterrados”, añadió el reportero Cárdenas.
Cuando le asignaron un puesto, Cárdenas comprobaría que, efectivamente, los responsables de los talleres mantenían cerradas las puertas metálicas durante todo el tiempo de labores.
“Al llegar al piso siete, había un portón metálico gris que estaba cerrado. Antes de ingresar, ‘Gilbert’ me dijo que el pago sería de 250 semanales. También me indicó que el trabajo era de lunes a viernes, de 8 a. m. a 7 p. m. con una hora de almuerzo, y los sábados de 8 a. m. a 1 p. m. Es decir, 10 horas de trabajo efectivo por día. Por cada hora pagaba 4,5 soles. La paga por una jornada diaria de 10 horas era 45 soles. Y por las cinco horas, los sábados, 22,5 soles”, narró Abel Cárdenas.
Imágenes del taller de lencería Analuz, captada por el reportero infiltrado. Foto: Abel Cárdenas
Si la remuneración mínima vital vigente es de 1.025 soles, para 48 horas de labor semanal, cada hora equivaldría a 4,9 soles, frente a los 4,5 soles por hora que pagan en este tipo de establecimientos de Gamarra.
“El lugar era un taller de lencería dividida en dos por una pared de madera. En un lado había jóvenes, en su mayoría varones, sentados en máquinas de coser. Y en el lado derecho, había cuatro mesas grandes en las que mujeres y varones efectuaban diversas tareas. Dos varones se dedicaban a cortar telas con máquinas enormes y un grupo de mujeres se encargaba de cortar los hilos a las prendas que llegaban del otro lado. ‘Gilbert’ me dejó a cargo de ‘Naomi’, la responsable de esa parte del taller. Ella solo me preguntó mi nombre, no me pidieron documentos, y me dijo que iba a empezar haciendo huecos a unos cuellos, para eso tendría que usar una máquina que funcionaba con presión manual. El trabajo era mecánico, como el que todos los hacían en el lugar. Me pusieron en la mesa que estaba al medio de esa parte del taller y no podía moverme mucho porque el espacio era estrecho, porque todo estaba repleto de cosas. No tenía silla, estuve todo el tiempo parado. Era un trabajo de 10 horas a pie”, narró Abel Cárdenas.
“El piso estaba repleto de telas y no había mucho espacio para caminar. En caso de un movimiento telúrico, resultaría imposible escapar, mucho menos en mi caso que estaba más metido en el taller. Además, cerca de la puerta había rumas de cajas que interrumpían el paso. También noté que había dos cámaras. Es decir, además de encerrados, y de trabajar todo el tiempo parados, estábamos vigilados todo el tiempo”, recordó.
“Los jóvenes que estaban cerca de mí se dedicaban a ordenar grandes cantidades de telas y a cortarlas con una máquina que tenía una cuchilla. Pese a eso, no contaban con ningún equipo de seguridad, ni un guante o a un mandil, lo hacían a mano limpia. Ellos también estuvieron todo el día de pie. A mí tampoco me entregaron ningún equipo de seguridad; no obstante, estaba usando una máquina a presión. La edad promedio de los trabajadores, hombres y mujeres, oscilaba entre 18 y 22 años”, añadió.
"Al regresar de almorzar, la encargada me pidió que acompañara a ‘Mónica’, una de las trabajadoras, a uno de sus almacenes que se encuentra a cuatro cuadras, aproximadamente. Me pidieron que llevara una carretilla enorme. Del taller sacamos varias cajas muy pesadas. El reclutador ‘Gilbert’ me había dicho que solo cargaría paquetes pequeños sin mayor peso. Pero no fue así. Tuve que cargar desde el almacén hasta el taller, eso me generó un dolor en los brazos y en la espalda. Al regresar al taller, me pidieron que volviera a acompañar a ‘Mónica’ a cargar telas de un local que queda a dos cuadras del lugar. ‘Mónica’ me contó que castigaban a los trabajadores que llegaban dos veces tarde descontándoles 50 soles y que también descontaban si dañabas alguna prenda. También me reveló que los jóvenes que se dedican a coser se quedan a cumplir jornadas de madrugada cuando se tenían que entregar pedidos. Y resultó que ‘Gilbert’ la reclutó, como sucedió conmigo. Ella tenía un año en el taller y aceptaba la paga porque no había otro trabajo", informó Abel Cárdenas.
Personas permanecen paradas por 10 horas. Foto: Abel Cárdenas
Otra característica de los talleres del emporio Gamarra es que a los empleados se les encarga diferentes tareas. Incluso, si no se tenía práctica en el uso de algunas herramientas, se presionaba a los jóvenes que las utilizaran si querían recibir la paga acordada.
“Luego de llevar los bultos, me encargaron ponerle botones de metal a las cuelleras, este procedimiento tenía que hacerlo con la misma herramienta con la que les hice hueco, pero esta vez tenía que hacer mayor presión, lo que me ocasionaba mayor dolor en los músculos. Era extenuante. La tela que traje con ‘Mónica’ fue colocada en el espacio donde yo trabajaba, por lo que se redujo mucho más mi capacidad movimiento. Quedé casi atrapado. Me quedé las siguientes tres horas poniendo botones de metal. El dolor del brazo y de la mano derecha era muy intenso. En las últimas horas, apareció el dolor en las piernas y en el cuello. Se hacía difícil continuar; sin embargo, no podía parar, ya que todos estaban trabajando y la encargada estaba detrás de mí. Todos estábamos vigilados”, contó Cárdenas.
Piero Espíritu fue captado en el mismo punto que Abel Cárdenas. Solo que su destino fue muy diferente. El reclutador 'Víctor' lo llevó a un lugar un poco más alejado, un taller de confección de pantalones jeans. Este tenía otras intenciones. Cuando arribaron al lugar, 'Víctor' hizo todo lo posible para convencerlo para que se quedara. Se trataba de un sitio oculto. Incluso, le ofreció un espacio para dormir si no deseaba regresar a su casa después de la jornada laboral. Este sujeto acosó sexualmente al reportero.
“Me reclutaron en el quiosco de los jirones Gamarra y San Cristóbal. Ahí me contactó ‘Víctor’. Era un hombre de unos 50 años con gorra azul. Me preguntó si sabía coser. Le dije que podía aprender. Eso aparentemente lo desanimó, pero continuó con la conversación y preguntó por el trabajo que buscaba. Le respondí que podía hacer cualquier cosa, como doblar polos o ayudar en el almacén. Mirando a los costados, como si se sintiera observado, me dijo que no me preocupara, ya que podía aprender. Además, le pregunté por el pago y me dijo que era semanal. Me ofreció 200 soles a la semana y que me aumentaría 20 soles cada vez que mejoraba en el trabajo. El horario era de 8 de la mañana a 7 de la noche. Me dijo que lo acompañara en ese mismo momento. Era en otro lado, por la avenida 28 de Julio. Tuvimos que caminar 14 cuadras. Supongo para asegurarse de que no lo siguieran. ‘Yo te enseño costura y sí te voy a pagar. En cambio, otros te enseñan y te dan propina’, me dijo”, relató Piero Espíritu.
Punto de captación en Gamarra. Foto: La República
Inmediatamente, cambió de tema y rememoró que le había mencionado que era hijo único. Posteriormente, me comentó que hace 20 años empezó a laborar y que nació en Lima. Insistió en preguntarme sobre mi vida personal y le consulté si podía dormir en la fábrica.
“'Víctor' continuó preguntándome sobre mi vida personal. Esta vez insistió en que me quedara en el taller. Quedaba en la prolongación La Mar 237. Tenía una llave con la que abrió las rejas. Era como un callejón. Fuimos hasta el fondo y abrió una enorme puerta de metal usando otra llave. Dentro, saludó a un hombre que arreglaba una moto y luego me hizo subir al segundo piso. En un cuarto observé cuatro mesas, en una se encontraba trabajando otro hombre de unos 40 años. Dentro de ese cuarto, ‘Víctor’ me hizo pasar a un pequeño pasadizo que llevaba a otro cuarto. Entramos y cerró la puerta. La música que salía de un equipo de sonido ubicado en una de las esquinas hacía suficiente ruido para que nadie escuchara nuestra conversación. En el lugar, había cuatro mesas con una máquina de coser sobre cada una. Entonces, lo que menos pensaba, sucedió”, indicó Piero Espíritu.
No había duda de que el dueño del lugar era 'Víctor' y que se dedicaba a la confección de pantalones jeans. Por la localización del taller, era obvio que lo quería mantener oculto. Por eso tomó sus precauciones desde que reclutó a Piero Espíritu en el jirón Gamarra y caminaron un largo trecho para asegurarse de que nadie los siguiera.
“Me pidió que me sentara en una de las máquinas. Colocó un hilo y trajo un trozo de tela jean. Nunca había estado en una remalladora, por lo que cada vez que apretaba el pie para hacerla funcionar, cosía mucho y muy rápido. Me explicó que debía hacerlo despacio y, como ejemplo, colocó su mano sobre la mía. Me pareció raro, pero continué pensando que solo intentaba enseñarme. Entonces pidió que me levantara y él se sentó en el lugar, y yo quedé de pie. Indicó que debía ser despacio y me tocó el abdomen para hacer el ejemplo. Me sentí incómodo y molesto. Me alejé un poco, pero no dije nada para mantenerme en el papel de quien necesita un trabajo y hace todo para conseguirlo. Volví a sentarme y me volvió a tocar la mano. Mi molestia aumentó. Se sentó nuevamente y esta vez me tocó el muslo y dio ligeras palmadas para supuestamente demostrarme cómo debía pisar la remalladora. Ya estaba convencido de que el tipo estaba acosándome sexualmente”, explicó el periodista.
“Me volvió a sentar. Preguntó qué talla de pantalón era. Le dije que 30. Me respondió que no me creía y que tenía unos pantalones que me podían quedar. Eran unas bermudas algo gastadas. Le dije que no me podían quedar e insistió. Me pidió que me parase y tomó una cinta métrica que pasó por mi cintura para medirme. Su intención claramente era tocarme. Esto me causó ira y apreté uno de los puños. Le pedí el baño y, cuando retorné, le dije que había recibido una llamada urgente de un amigo y que tenía que ir a mi casa porque se estaba inundando. Le prometí que retornaría el lunes para comenzar a trabajar. A ‘Víctor’ le molestó porque planeaba que me quedara más tiempo. Antes de irme, corrió una cortina dentro del cuarto. Era un espacio donde se encontraba un camarote. Me dijo que yo dormiría arriba y él abajo. ¡Tenía que salir de allí! Apurado le dije que está bien, que el lunes lo veríamos y que debía irme. Me acompañó hasta la avenida y durante el recorrido continuó insistiéndome que me quedara. Pero ni bien llegué a la calle, tomé un taxi”, manifestó Espíritu.
Abel Cárdenas y Piero Espíritu fueron captados en el mismo sitio, el cruce de los jirones Gamarra y San Cristóbal. Los llevaron al taller de confecciones Melanie, en el jr. Italia 1644, en la galería del mismo nombre. Un reclutador se les acercó y les propuso empleo. Les preguntó cuánto querían ganar y contestaron que 250 soles semanales. Entonces, llamó por teléfono y le mencionó a su contacto lo que pedían, pero no aceptó. Entonces, les comunicó que serían 220 soles. Ambos accedieron y el sujeto de inmediato los condujo al establecimiento.
“Nos dijo que solo tenía unos puestos para llevar mercadería, un planchador y un botonero, pero que para este último se necesitaba experiencia. Explicó que en el taller se confeccionaban polos, pantalones y blusas. Nos dijo que iba a llamar para saber si podíamos trabajar y, mientras lo hacía, nos recomendó que debemos tratar de aprender. Insistió en preguntar de dónde somos y si teníamos DNI. Le respondimos a todo que sí. Ingresamos al ascensor de la galería con otras ocho personas. El ascensor estaba lleno y todos iban a los pisos superiores. Nosotros fuimos al piso 11. Solo bajamos los tres. El ascensor daba a un pequeño pasadizo que era como el descanso de las escaleras de emergencia. A un lado estaban las escaleras y al otro un portón negro. Luego descubrimos que a partir del piso ocho hacia arriba se repetía este tipo de estructura. El reclutador tocó el portón y, tras dos minutos, abrieron la puerta. Era un venezolano”, rememoró Espíritu.
“Al entrar pasamos por un improvisado pasadizo de rollos de tela. Unos cuantos pasos más, el lugar se hizo más amplio. Divisamos una mesa larga, pegada al centro en un lado de una pared y otras dos más al fondo, donde estaban dos jóvenes doblando la ropa, todas tenían muchas prendas de vestir de material sintético. Entre la intersección de la mesa del centro y las otras dos mesas del fondo, se encontraba la entrada a un cuarto mediano, donde estaban tres mujeres, dos de ellas venezolanas, colocando botones y un hombre a su lado, planchando rápidamente varios pantalones. En la mitad de este cuarto había un estante grande repleto de prendas de vestir. La marca era Melanie”, añadió Cárdenas.
Interior del taller de confecciones Melanie de la galería Italia. Foto: La República
“El reclutador nos llevó al cuarto donde se encontraba un joven planchador y nos recomendó que, al igual que él, debíamos trabajar rápido. En un momento, el joven contestó su celular y lo sostuvo con su cabeza pegada a su hombro sin dejar de planchar de forma rápida. El reclutador dijo que ese era un ejemplo. ‘Esos chicos que están pensando, si te llaman estás contestando el teléfono, no lo queremos. De acuerdo a la forma cómo se trabaja vamos subiendo el precio. Ves ese chico que está planchando, lo llamaron de emergencia y trata de acomodarse. A eso me refiero’, dijo. Nos dimos cuenta de que todos en el taller trabajaban de pie. '¿Tenemos que hacerlo todo parados?', le preguntamos. ‘¡Claro!’, contestó el reclutador. ‘Para que el trabajo sea más rápido’. Luego nos presentó a la jefa del lugar”, recordó Abel Cárdenas.
La mujer se llamaba 'Ana', quien les detalló que el horario era de lunes a viernes, de 9 de la mañana a 7 de la noche, y sábado de 9 de la mañana a 5 de la tarde. Además, les señaló que empezarían con 220 soles semanales. Es decir, 10 horas al día de lunes a viernes y ocho los sábados. En total, 58 horas a la semana. Es decir, 3,79 soles por hora. Muy por debajo del sueldo mínimo vital. Piero Espíritu y Abel Cárdenas manifestaron que necesitaban el empleo y aceptaron las condiciones, como miles de jóvenes que buscan un ingreso en el jirón Gamarra.
“La jefa ‘Ana’ nos pidió los DNI e indicó que era necesario que se quedara con los documentos porque éramos desconocidos y eso iba a hacer como una especie de garantía. Me exigió que saque de inmediato otro DNI y que me devolvería el que le di cuando le lleve el nuevo documento. Protestamos y le dijimos que solo teníamos ese documento para movilizarnos. Finalmente, ‘Ana’ dijo que devolvería los DNI por la tarde”, apuntó Cárdenas.
“'Ana' encargó a un empleado llamado ‘Luis’ a que nos enseñara a planchar. Encendió la plancha a vapor y explicó que primero se plancha la parte de arriba del pantalón y luego la parte inferior. La tarea parece sencilla, pero no lo es. ‘Luis’ plancha rapidísimo. Es un ejercicio muy agotador. A mí tocó planchar. En las horas que trabajé nunca me senté, no había sillas. Por eso, comencé a sentir dolores musculares en la espalda y en el brazo debido al esfuerzo. No me imaginó el resultado después de haber trabajado con la plancha durante 52 horas en una semana”, mencionó Piero Espíritu.
Más fotos de la entrada al taller textil. Foto: La República
"En mi caso, ‘Ana’ llamó a ‘Carlos’, un joven colombiano que se encontraba doblando pantalones, para que me enseñe el trabajo que iba a realizar. ‘Carlos’ se acercó y me explicó que debía ordenar las blusas que estaban en una mesa grande. Había blusas de color fucsia, verde y anaranjado. Mi trabajo en ese momento iba a ser ordenar las blusas por tallas, luego tendría que ponerle el cartón de la marca y finalmente pegar los stickers de los códigos de barras", narró Cárdenas.
"Inicié el trabajo tratando de seguir el ritmo de ‘Carlos’ que se encontraba en la otra mesa. No paraba de moverse, todo el tiempo estaba en modo mecánico. Luego me di cuenta de que el lugar contaba con cámaras en el techo, una de ellas estaba encima de la mesa en la que estaba trabajando. Éramos observados, vigilados todo el tiempo. Mientras estuve haciendo mi tarea entre las 9 y 30 de la mañana y la 1 de la tarde, no había una sola silla para sentarse. No era que todas estaban ocupadas. Era porque todos debían trabajar parados. Tampoco había ningún tipo de protección", continuó Abel Cárdenas.
Imágenes del taller Melanie en la galería Italia. Foto: La República
La forma de laborar en el piso 11 no era exclusivo de confecciones Melanie. Los dos reporteros, a la hora del almuerzo, decidieron bajar por las escaleras y no por el ascensor para observar lo que sucedía en los otras plantas. Todos eran idénticas. Los empleados estaban encerrados con puertas metálicas y cámaras de seguridad. Había un solo acceso vigilado. Es el lado oscuro del emporio de Gamarra que solo conocen los que están ahí dentro. Los que se someten al trabajo forzoso a cambio de menos de 4 soles la hora, aceptando paupérrimas condiciones, como cumplir toda la jornada estando de pie o sufrir descuentos si se llega tarde o se arruga una prenda.
El reportaje contó con la asesoría y apoyo de CHS Alternativo.