Abdul Miranda Mifflin es un exoficial de la Policía que enfrentó al peligro tantas veces en su carrera con el uniforme. Pero pese a su experiencia, hay un momento en nuestro diálogo en el que no puede más y se quiebra. Hoy tiene 57 años. La voz se le resquebraja cuando piensa en esa explosión que lo sorprendió estando por La Victoria. Esa noche del 16 de julio de 1992 oyó el estruendo y pensó que era a solo dos o tres cuadras. Tan fuerte fue el sonido que no creyó cuando por radio le indicaron que vaya urgente hacia Miraflores. En moto llegó en 10 minutos.
“Tarata era una zona de guerra, no había luz, todo era un terral, con gente ensangrentada, gritando, uno de mi promoción cargaba a una persona... Empezamos a evacuar a los heridos”.
Está seguro de que ese crimen en Tarata “no puedes olvidarlo jamás”. Va a perdurar en la mente de los que vivieron esa época de barbarie. “No fue lucha armada, eran cobardes simplemente; no peleaban por una ideología, mataban por matar. Murieron inocentes, no hicieron nada contra ellos”.
Mientras el actual jefe de la seguridad ciudadana en Miraflores nos habla, Tarata transcurre en una tarde de cielo gris, sin bullicios. Algunos buscan un plato exquisito en La Terraza. Otros una tacita contra el frío en Peruvian Coffee o en el Café de la Paz. O ingresan a Artídoro Rodríguez Café o al Café 265.
Son muy recomendables aquí los frutos secos de Las Almendras D’Ti o ir por un buen corte de jamón en Selectos Ibéricos.
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Esa cuadra dos de Tarata es una vía tranquila y a la vez de intensa vida comercial. Aquí mismo, hace 30 años, la noche se llenó de escombros. Ese 16 de julio, a las 9:15 p.m., terroristas de Sendero Luminoso hicieron estallar dos coches bomba, con 500 kilos de anfo y dinamita.
25 muertos. 150 heridos. 183 casas y departamentos destruidos. Negocios y autos destrozados. Locales en llamas. Todo eso quedó de la noche atroz.
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Gisela Alfaro Sánchez, coordinadora distrital de las juntas vecinales, a quien el Covid-19 y el infortunio han castigado muchísimo (su padre falleció en la primera ola, la funeraria estafó a la familia y perdió las cenizas de su progenitor en casa de su hermana por un incendio), señala hacia el pasaje Schell.
“Allí pusieron petardos y ocurrió la primera explosión. Luego apareció el vehículo con la pareja de terroristas y ante eso un vecino discutió con ellos porque ingresaron de pronto, y yo también le grito: ‘Oye, idiota, cuadra tu carro en otro lado’. Luego ocurre la segunda explosión, la más fuerte. El coche terminó empotrado al frente. Ahí murió el hijo del guardián del edificio... Yo entonces tenía 18 años, hace poco cumplí los 50″.
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Esa noche tenebrosa, el primer policía en llegar fue Segundo Guillén Yparraguirre (61), quien es ahora un abuelo orgulloso de su única nieta. Era suboficial PNP aquella vez. Y en sus días de franco trabajaba en el serenazgo del distrito. Se hallaba a una cuadra cuando toda Miraflores se estremeció.
Al llegar vio una escenografía del dolor. Sintió indignación e impotencia. “Fue la experiencia más dolorosa como ser humano y como policía en mis 30 años de actividad. No podemos pasar por alto ese día sangriento. Los padres y profesores debemos hacerle recordar a las nuevas generaciones”. Hasta hoy padece un fuerte zumbido en la oreja derecha.
Tarata
Mientras Guillén nos narra lo vivido, empleados se dirigen a Tarata Restobar o al punto de comida asiática, el Mantra Garden. Empleados de la Caja Trujillo, de las casas de cambio, de los bancos cercanos, de los edificios... La mayoría de los negocios no son de los años de la explosión. “Antes había dos o tres joyerías, peluquerías, más casas, soportamos la destrucción, incluso algunos recibieron préstamos para rehabilitar sus locales y lograron resurgir. Fue la pandemia la que venció a muchos”, reflexiona Gisela Alfaro.
Sobre este tema dialogamos con el propietario de Café de la Paz, Javier Hudnskopf. El nombre es, dice, un tributo a la paz en el lugar. El local se ubica en el 227. Exactamente al frente en donde el coche bomba explotó llevando muerte. Muy cerca está el monumento con la placa que dice: “Aquí nació un Perú unido y solidario por la paz”.
Hudnskopf, también presidente de la Cámara de Comercio de Miraflores, cuenta que los dos primeros años luego del atentado “Tarata fue una zona de reflexión y adoración, porque así se declaró en una ordenanza y ya con los años se incorporaron establecimientos comerciales. Yo instalé mi café primero en el Parque Kennedy y luego en pleno Tarata”.
También el alcalde miraflorino, Luis Molina, destaca lo logrado por su comuna. Y opina que Tarata y el monumento nos recuerdan a los peruanos que ahí murieron. Y son un símbolo de una comunidad “que se levantó con valentía y dijo: ‘Terrorismo nunca más’”. Agrega que lo que ocurrió en Tarata nos sirve de reflexión para sumar esfuerzos por un Perú mejor.
Infografía de Tarata. Foto: La República
Sobre la calle Tarata, el candidato a alcalde de Somos Perú, Ernesto Mendoza, refiere que en dos encuentros con vecinos de la zona le dijeron que les molesta “los decibeles permitidos por parte de algunos restaurantes y la falta de serenazgo para controlar a uno que otro visitante de los restobares de la zona”.
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Tarata no solo se debe tocar por el lado dramático, afirma muy crítica Sandra Cassinelli, quien tenía 17 años la vez del atentado. Le interesa más las lecciones que quedan. “No veo una reflexión de educarnos de lo que significa vivir en comunidad, tener empatía con los semejantes, respetar las normas y ver el beneficio de todos por igual”.
Cree que la historia puede terminar repitiéndose si no se aprende nada. “Nos urge cuestionarnos en un plano individual y comunitario qué somos, qué hacemos... Porque esta sociedad no va a ser mejor para nuestros hijos si no trabajamos para eso”. Sandra hizo el pódcast ‘Tú, yo y mi cáncer’, con su sentir como paciente.
También el historiador y director del LUM, Manuel Burga, analiza lo que fue, en sus palabras, una de las expresiones más letales del terror utilizado por Sendero, que ya vivía la dificultad de su desconexión entre el campo y sus refugiados en la ciudad. “En febrero ocurrió el asesinato de María Elena Moyano y SL mostraba su estrategia de escarmientos y terrorismo”.
“Diría que todo 1992 es el año de la caída de SL, por la descomposición de su conducción, el fortalecimiento de los comités de autodefensa y otros factores. Tarata no le dio resultados, pues la sociedad civil comenzó a fortalecerse y luchar por la paz”.
Otra lección a recoger nos brinda Vanessa Quiroga. En el atentado, a los 5 años, perdió una pierna. Su lucha es la mejor enseñanza que podamos tener.
“Conté con una mamá que pese a ser muy pobre sacó adelante a la familia. Fue mi doctora, psicóloga, terapista, terapeuta emocional, físicamente, fue todo... Todo lo que tenía era su carretilla en la calle y voló por el atentado, se queda con su niña sin una de sus piernas, ¿de dónde iba a salir plata para terapia, operaciones? Trabajó duro y todo se iba en medicinas, prótesis, terapias... Cuando terminé el colegio trabajé, al instituto, administradora, a la universidad, ingeniera economista... Así, todos los peruanos podemos salir a buscarla. Nadie nos tocará la puerta para salir adelante”.
REPRODUCCION PORTADA LA REPUBLICA ATENTADO EL JUEVES 16 DE JULIO 1992, POR SENDERO LUMINOSO ATAQUE CONTRA EL CORAZON DE MIRAFLORES CALLE TARATA.
5-6-1992
Sendero Luminoso ataca con coche bomba sede de Frecuencia Latina, Jesús María. Murió el periodista Alejandro Pérez y dos vigilantes, Javier Requis y Teddy Hidalgo.
Tarata
16-7-1992
Sendero ataca Tarata, en el corazón comercial de Miraflores. 25 muertos y más de 150 heridos. Usó dos coches bomba con 500 kilos de anfo mezclada con dinamita.
18-7-1992
Nueve estudiantes y un profesor de la Universidad Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, son secuestrados y luego asesinados por el llamado “Grupo Colina”.
12-9-1992
Captura de Abimael Guzmán Reinoso y otros integrantes de la cúpula de SL, en Surquillo, gracias al trabajo silencioso del Grupo Especial de Inteligencia.
Tarata