El teléfono de la oficina de la Defensoría del Pueblo en Arequipa, durante las épocas críticas de la pandemia, no dejó de timbrar. La mayoría de instituciones públicas había cerrado por los contagios masivos.
La Defensoría a cargo de Ángel Manrique Linares mantenía un equipo retén para orientar a enfermos que necesitaban una cama UCI o a deudos desesperados con sus muertos en casa sin saber qué hacer con los cuerpos. Mientras esa tragedia asolaba a la ciudad, el gobernador de Arequipa, Elmer Cáceres Llica, entregaba sobornos y botellas de wisky etiqueta azul a sus consejeros para que lo blinden de sus presuntas corruptelas.
Manrique se indigna cuando le cito estas escenas. Es repulsivo, me dice, “mientras la gente moría en hospitales, algunas autoridades negociaban terrenos en beneficio personal o cupos en obras”. Para él, la crisis de Arequipa no se soluciona con millones de soles ni vacunas, sino con una limpieza de la dudosa moralidad y ética de gobernados y gobernantes. Le recuerdo que la descomposición social ocurre en el país.
Para el representante del Defensor del Pueblo, el caso de Arequipa es excepcional. Ha sido devastada por tragedias, pero ha contado de otros intangibles para resurgir del polvo. “En el terremoto de 2001, autoridades y ciudadanía se reunieron para reconstruir la ciudad. Hoy no tenemos un liderazgo, ni el empresarial que pudiese enrumbar este proceso. Es el momento más oscuro de la ciudad. No sé si sea el inicio del fin o si tenemos una oportunidad”, dice este abogado de 43 años que embutido en su chaleco azul recorría hospitales intentando poner una gasa a la rotura de un inmenso dique.
Arequipa soportó el embate de una primera ola. No hubo lecciones aprendidas en la segunda ola.
En médicos, enfermeros y hasta personal de limpieza aprendieron cómo atender a la población, empero la ineficiencia de gestión persiste en el ministerio de salud, gobierno regional y EsSalud. Siguen paralizados hospitales (Caravelí, Cotahuasi, Camaná). Estuve en Cotahuasi, los pobladores me decían: “mira este elefante blanco (por el hospital), y mi familiar falleció por falta de atención”. El mismo problema lo tienes en EsSalud. Aún no concluyen obras en varios nosocomios, Yanahuara colapsó. En la mayoría de casos, las obras no terminan por problemas de corrupción.
A la crisis sanitaria se ha sumado el estallido de la corrupción, el gobernador está preso y condenaron al alcalde de Arequipa.
La peor crisis de Arequipa no es la sanitaria ni económica sino la ética. En su historia republicana, esta ciudad vivió momentos críticos: desde crisis económicas hasta grandes terremotos. Se superaron por el espíritu solidario, trabajo en equipo de personajes emblemáticos. En este momento, en Arequipa, prima la envidia, buscar el interés personal y no el bien común. Lo percibido de nuestras autoridades es que atentaron contra esa identidad regional. Se perdieron vidas por actos de corrupción. Y lo peor, no tenemos una luz al final del túnel. Lamentablemente, desde el sector público, privado, empresarios ni sociedad civil hemos visto objetivos orientados al bien común. Hasta los gremios, protestan pero por sus intereses particulares.
Para Manrique predomina el déficit. Ni el sector privado que pregona eficiencia se salva. En ese ámbito, le parece inmoral la estafa de Credicoop perpetrada contra decenas de ahorristas. En las últimas semanas, jubilados llegan a su oficina llorando. Eran los ahorros de toda la vida. Son adultos mayores que no tenían otro respaldo que ese capital. Lo penoso es enterarse que detrás de esta organización criminal dos congresistas fungían de escuderos a cambio de dinero y gollerías.
No hay un líder convocante que aglutine esfuerzos.
Las autoridades no estuvieron a la altura. Por eso la rabia y encono del ciudadano. Por otro lado, esta crisis sanitaria nos deshumanizó, desde el momento de no acercarte a recoger a un cadáver por el temor al contagio. Es una imagen muy dura, no haberte acercado a tu familiar muerto. En este momento en la calle alguien cae y nadie lo auxilia por temor a que sea positivo. Por eso prima la ley de la selva, el sálvense quien pueda. La pandemia destruyó todas las acciones colectivas que se forjaron.
Dijo que no ve luz al final del túnel.
Debemos tener un nuevo concepto de política. Una de las virtudes de la democracia es que siempre nos da una oportunidad con elecciones. Ahí cada ciudadano debe reflexionar.
Pero en los últimos años Arequipa eligió pésimo.
Lamentablemente la agenda pública fue capturada por los extremos. Se debe reflexionar desde el espacio regional. La política no puede ser planteada para satisfacer el interés personal. Reconociendo diferencias que somos un grupo heterogéneo podemos plantear objetivos comunes.
Tenemos un gobernador preso y un alcalde sentenciado.
Se debe cerrar este círculo de malos antecedentes. En los últimos años, la política se concibió como organización criminal y populismo despilfarrando el dinero. Hemos visto cómo se malgasta los recursos, en plazas o monumentos, donde no hay agua ni desagüe ni un centro de salud equipado. En la parte final de la entrevista, Manrique sostiene que la corrupción es transversal. Se enraizó en la burocracia pero la tolera la sociedad, los ciudadanos votan por un regalo o por el roba pero hace. Hay una naturalización. Y como tampoco la justicia actúa o demora la conclusión es que aquí no pasa nada. “Tenemos a autoridades de gestiones anteriores que pese a graves acusaciones no terminaron con una acusación”. Cuando el gobernador Cáceres dice: “yo soy político puedo hacer promesas políticas, es decir mentiras, ese concepto no solo está interiorizado en las autoridades, también para la sociedad arequipeña. Hay carta libre para mentir en todo ámbito.