—¿Cómo te llamas?
—Miguel Ángel Yucra Mendoza.
—¿Sabes dónde estás?
—En Ayacucho.
—No, estás en Lima. Te han traído en un avión. Ibas a fallecer. No sé cómo sigues vivo.
Miguel Ángel (22 años) acaba de despertar en el hospital Rebagliati de Lima. Un médico le informa que estuvo en coma cerca de un mes. Había recibido un proyectil en la nuca durante las protestas de Ayacucho.
La noche del 15 de diciembre, su madre, Guillermina Mendoza, ingresó a Essalud de Ayacucho, donde había cuerpos de muertos y heridos. La mujer reconoció a su hijo. Se acercó y alcanzó a cerrarle los ojos. Al salir, rompió en llanto y les dijo a sus familiares: “Ya se ha ido”.
PUEDES VER: Investigación de The New York Times reafirma que manifestantes fallecieron a manos de Fuerzas Armadas
Lo habían dado por muerto. Pero Miguel Ángel estaba en coma y le salvaron la vida en Lima. Cien días después de la masacre, regresamos al parque, en los exteriores del Cementerio General de Ayacucho.
“El 15 de diciembre yo estuve aquí —recuerda—. Ya estaba regresando a mi casa y justo escucho un fuerte sonido en la cabeza y caigo al piso. Yo estaba despierto. Mi garganta estaba empozada con sangre, no podía respirar. La gente vino a auxiliarme y me llevó una ambulancia”.
“Yo vine a ayudar a los heridos —explica—. La gente escapaba y seguían disparando los militares, de frente al cuerpo. Ese día he visto más de cinco militares disparando. Luego vi gente cayendo, sangrando”.
Miguel Ángel hoy camina lento. Una doctora les dijo en Ayacucho que le había alcanzado una bala. Pero los galenos no conservaron la evidencia de los huesos destrozados de la nuca.
Edilberto Hinostroza Ramos. Recibió un disparo en la pierna izquierda. Ratifica que fueron los militares quienes dispararon. Miguel Ángel Yucra Mendoza. Recibió un disparo en la nuca y estuvo en coma durante un mes. Foto: composición LR
Edilberto Hinostroza Ramos (35 años) vive por Pampa Cangallo. Era operario de maquinaria agrícola hasta antes de la masacre. El 15 de diciembre bajó a Ayacucho para alquilar un terno para su hijastro y decidió sumarse a las protestas.
PUEDES VER: Ministro del Interior dice en el Congreso que no hubo represión pese a muertes en protestas
“A eso de las cuatro y media de la tarde estábamos observando y empezó la balacera —evoca—. Hubo ráfagas de balas de forma pareja. Eran disparos directo al cuerpo. Para mí, era como una guerra”.
Edilberto cayó en la calle que conecta al aeropuerto con el cementerio. “Diez minutos estuve tirado —relata—. Me llevaron arrastrando hacia una ambulancia. Ahí recién me sacaron el pantalón y me hicieron un torniquete en la pierna izquierda para detener la hemorragia. Estaba como un caño. La bala reventó en el muslo y dejó carne molida, como una rosa”.
Reyder Hinostroza Machaca (27 años) estuvo a tres centímetros de la muerte. Hasta antes de la masacre, trabajaba en una obra de construcción, cerca del aeropuerto. A las seis de la tarde salió por la ruta del cementerio.
“Ahí empezó el tiroteo de los militares —cuenta—. Vi a uno que le dispararon por la columna. Fui a auxiliarlo. Cuando estoy ayudando a cargarlo por un brazo, me agarra una bala en el muslo. Volteo y veo que eran militares los que me dispararon, a unos diez metros de distancia”.
Reyder fue trasladado en una ambulancia junto con el herido a quien había ayudado. En Ayacucho le hicieron tres cirugías. En Lima, otras dos. Y más de 48 puntos. “El 27 de diciembre entré a una sexta cirugía para que me hagan injerto de piel”, explica. Uno de los médicos le dijo una tarde que si la bala llegaba a unos tres centímetros más, pudo haber impactado en una arteria principal y hubiera muerto desangrado.
PUEDES VER: Alberto Otárola: ¿cómo se enteró del primer fallecido en Ayacucho y qué hizo al respecto?
Heder Pretel Ramírez también estaba en una obra de construcción, cerca del aeropuerto: “A las cinco de la tarde, nos cambiamos y salimos. Cuando avanzamos por el borde del aeropuerto, faltando media cuadra para llegar al cementerio, comenzaron a disparar los soldados. Salieron del aeropuerto”.
Fue en ese momento que un proyectil le alcanzó en la rodilla. Heder Pretel no participaba en las protestas. Tras el impacto, cayó al suelo. Fue entonces que aparecieron más personas para ayudarlo. Uno de ellos era Carlos Tineo, quien, por ayudarlo, recibió una bala en la pierna.
Carlos Tineo Gómez camina lento por los exteriores del aeropuerto, donde un disparo le alcanzó en una pierna mientras socorría a Heder Pretel.
“Acá había bastante gente y vi a un herido —recuerda—. Traté de ayudarlo para subirlo a la ambulancia porque había una doctora sola que no podía. Acá afuera, en la pista, había militares. Ni siquiera adentro. Estaban afuera, disparando. Había cualquier cantidad de heridos y fallecidos. Entonces a un herido le he ayudado. Lo subí a la ambulancia y justo volteo y me agarra la balacera”. Carlos Tineo Gómez tampoco participaba en la protesta.
Carlos Tineo Gómez. Recibió un proyectil en la pierna mientras ayudaba a un herido. Álex Ávila Marapi. Estudiante de la UNSCH. Una bala le atravesó el hombro. Foto: composición LR
Álex Ávila Marapi (20) estudia Educación Física en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. El 15 de diciembre vio desde el techo de su casa que estaban disparando a la gente y acudió al cementerio.
“Los militares salieron del aeropuerto a la pista y agarraron a muchas personas —recuerda—. Los patearon en el suelo. Les ponían la rodilla en la cabeza. A algunos heridos los arrastraban porque no podían caminar. Yo me acerqué a una chica que estaba en la canaleta. Ahí recibo el disparo”.
Una bala le reventó parte del hombro izquierdo. Así consta en las fotografías que los ciudadanos registraron el mismo día.
Muchos heridos aún procesan el daño. Ocurre con un estudiante superior que prefiere mantener en reserva su identidad. Una bala le alcanzó por la cadera y salió por el vientre.
“Pasé por el parque del cementerio —relata, postrado en su cama —. Después de dar veinte pasos, escuché disparos. Decidí esconderme detrás de un árbol. Los militares me estaban apuntando con láser. Cuando saqué mi mirada, los militares empezaron a correr disparando como locos. Yo también comencé a correr y ahí ya me había agarrado un disparo en la pierna. Vinieron a salvarnos las personas, pero los militares no dejaban. Seguían disparando, poniéndose de rodillas, como francotiradores, apuntando. A quemarropa disparaban, sin piedad”.
Los disparos no se produjeron solo el 15 de diciembre. Al día siguiente, un grupo de personas se desplazó desde el hospital hacia el parque Sucre, cargando dos ataúdes de las primeras víctimas. A la altura del aeropuerto, lanzaron arengas y los militares respondieron con balas. Fue entonces que Adrián Ochoa Castillo recibió una bala que hasta hoy permanece alojada en su pecho, cerca del pulmón.
Adrián Ochoa Castillo. Recibió disparo de un militar el 16 de diciembre y la bala sigue alojada en su cuerpo. Heder Pretel Ramírez. No estuvo en las protestas. Acudió a su trabajo y al salir recibió un proyectil en la rodilla. Foto: composición LR
Anderson Lapa Rojas (28) es uno de los más graves. Participó en la protesta temprano y luego se fue a jugar fútbol. Pero al escuchar los disparos por la tarde decidió regresar: “Vi a un herido. La gente decía: ¡Cúbranse porque los militares empezaron a disparar! Eran proyectiles de largo alcance. Yo me puse detrás de un poste y me llegó un proyectil en el brazo derecho y uno en la mandíbula. La gente me empezó a tapar el cuello porque salía sangre como una manguera. Me dijeron: Aguanta, no te mueras. De ahí empecé a perder el conocimiento y me desmayé. Al día siguiente, el doctor me hizo preguntas y me dijo: Te hemos salvado la vida, te hemos reanimado con las máquinas”.