El politólogo, Eduardo Dargent, analiza la crisis que atraviesa el Perú y la respuesta del gobierno de la presidenta Dina Boluarte ante las protestas. El analista advierte que en estos días se debería enmendar el rumbo o, de lo contrario, podría sobrevenir más violencia.
—¿Dina Boluarte debería renunciar? ¿La situación la ha superado?
La situación, evidentemente, ha superado al gobierno. Varios dijimos que parecía una muy mala idea entender este periodo como uno hasta el 2026, o que la caída abrupta de Castillo, por sus corruptelas o evidente incapacidad, significaba la legitimidad del otro bando. Las raíces de muchos de los problemas que estamos viendo están en ese día, en la forma en que se asume la presidencia, las fotos de los congresistas, el triunfalismo…
—Mucha banalidad, ¿no?
Mucha banalidad. Parece lo que ocurrió con Vizcarra, en la que también hubo esa suerte de masividad grandilocuente, antes de ver que se abría la puerta para que el gobierno de transición y el Congreso se conviertan en el centro de la crítica. Porque, además, Castillo tenía apoyo en varias zonas -que se han activado- y el malestar hacia el Congreso es muy grande. No se trata de ser arrogante y decir “la vimos”. No. Más bien, era evidente que si crees que tienes legitimidad o si te quedas entre tus cuatro paredes y solo escuchas a tus compañeros…
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—A tus pares.
Es probable que no veas la gravedad de la situación. Ese error lo comete la presidenta Boluarte. Lo que debió ser un inicio de gobierno anunciando elecciones en el más breve plazo, dándole señales a la población de que este era un mal necesario, se hizo lo contrario. Y luego ya se vieron actitudes de cercanía con las Fuerzas Armadas, o pegándose al Congreso. No ve uno rectificación. Es más, en el pedido de confianza, que se hace después de todos los muertos en Juliaca, se ve a este premier Otárola, conocido antes por ser una persona más razonable o de centro, lanzando arengas, con esta narrativa de los “enemigos del Perú”.
—Claro, apoyando la idea de que esto es casi un ataque terrorista.
Y es grave. Porque al decir que “esto es Sendero Luminoso” estás construyendo y dándole un poder a un enemigo que, más bien, deberíamos entender que no está en el centro de lo que pasa y determina el país. Han comprado una narrativa que sirve para decir “vale la mano dura” o están manipulados o es una gran conspiración. Entonces, veo un gobierno que no está reaccionando.
—¿Debe renunciar Boluarte?
Todavía no creo que haya que pedir una renuncia, ¿por qué? Porque no veo en el Congreso un plan. Veo estas mismas tendencias exacerbadas. Si cae la presidenta probablemente tengamos de presidente a alguien del bloque de la derecha que también ha comprado esa narrativa y que se siente seguro en Lima. Eso sí. Boluarte está en un momento en el cual, si no hay un cambio, tendría que renunciar. Son los días en los cuales puede hacer una rectificación, nombrar otro gabinete, con un cambio de actitud, pero ese espacio se está cerrando. Si se cierra, posiblemente tendríamos más violencia.
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—¿Y un escenario de renuncia inevitable?
Una renuncia ya no por decisión si no por las circunstancias. No olvidemos que este Congreso era el mismo que hace tres meses la consideraba parte de una conspiración comunista.
—Y la querían acusar constitucionalmente.
Exacto. Al final ha habido un arreglo entre los pragmáticos que han dicho “es una salida”. Es cierto, Castillo dio un golpe, exacerbó la situación, todo eso es verdad, pero ella, Boluarte, no entendió su papel en la historia, que era ser una actriz de reparto, y no intentar dar estas señas del tipo “ya tengo una coalición para gobernar”. Reitero, si la situación continúa la renuncia ya no sería una decisión si no algo que se dé por las circunstancias. Pero con el grado de cerrazón del Congreso, probablemente, eso significaría un escalamiento de todos estos problemas. Eso me asusta.
—¿Las elecciones deberían adelantarse al 2023?
La sensatez manda. Acá nos fallaron no solamente los equivocados de siempre. Los organismos electorales daban vueltas: que las primarias, que no sé qué. No hubo sentido de urgencia. No es que las elecciones vayan a solucionar problemas de fondo, sino porque se sentía al país como un polvorín. Falló el Ejecutivo, falló el Congreso y creo que fallaron los organismos electorales.
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—Como si fuese una elección en un periodo razonablemente normal.
Correcto. Había que ir rápido a unas elecciones.
—La principal razón que dieron los organismos electorales para que las elecciones sean el 2024 era que no se podría realizar las primarias. Bueno, en el Congreso hablan de cualquier cosa menos de las primarias.
Además, creer que en estas condiciones debemos tener primarias es absurdo. Pero ya pasó. Hay que salir de eso, porque esos organismos electorales tienen que conducir una elección respetable y hay que defenderlos de los ataques de la derecha. Sin embargo, no se estuvo a la altura de la urgencia del momento. Y ojo, el fujimorismo proponía el 2023 y sale la izquierda a decir que hay que incluir la demanda de la Asamblea Constituyente. Por supuesto que la AC es una demanda fuerte en muchas zonas, pero no es general. Ese era el momento para buscar una salida de mínimos. De verdad ese momento fue bien triste, ya había muertos, había la posibilidad de canalizar esto de mejor manera, y se perdió esa posibilidad.
Dina Boluarte
—¿Cómo explica las movilizaciones? ¿Reclamos históricos ni siquiera atendidos? ¿La vacancia a Pedro Castillo, más allá de que, no hay duda, fue una decisión justificada?
En parte sí hay duda. Quiero decir, la caída de un golpe tan torpe promovido por un presidente inexperto, asustado y corrupto fue tan rápida que no hubo tiempo, siquiera, para una reacción popular. No hubo tiempo pasa sacarlo del poder de manera clara y contundente. En dos horas ya no había golpe. De nuevo, en vez del triunfalismo se tuvo que decir “miren lo que ha pasado”, explicar que Castillo intentó dar un golpe no solo contra el Congreso sino contra otras instituciones del Estado. Yendo al fondo de la pregunta, por supuesto que hay reclamos históricos, pero lo que vemos ahora se activa, creo, por la salida de Castillo y la perspectiva de un Congreso que se va a quedar buen tiempo sin un Ejecutivo que responda a los votantes que eligieron a Castillo. No valen las equidistancias. El malestar está vinculado a la situación política y a la perspectiva de lo que se venía en esos días: una Dina Boluarte y un Congreso que parecía se iban a quedar. Luego viene la represión que termina llevando a más gente a salir a protestar. Hay esta fantasía en un sector que cree que la represión haría que la gente se vaya a su casa y se calme.
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—Eso ya está demostrado que no funciona.
No solo no funciona, si no que logras más…
—¿Violencia?
Sí. No había que ser mago para darse cuenta de lo que podía pasar si se tomaba la ruta de…
—La bala.
De la bala y además de la idea de una conspiración y manipulación. Le quitas agencia a mucha gente que está molesta. Y de nuevo, gente que sabe mucho más de Cusco y Puno -Javier Torres, Paulo Vilca- te dicen que lo que hay es un gran malestar que se ha acrecentado con las muertes. Por ahí va el tema. Ahora, también es importante ver que este fenómeno está radicalizando una dimensión del conflicto político en el Perú, que es el conflicto regional. En las elecciones veíamos una disputa Lima-centro contra el sur, con una segunda vuelta con “terruqueo”, con denuncias de fraude, el plan comunista. Y con mucho menos poder mediático, también tienes esos discursos sobre lo que hace Lima contra el resto del Perú. Pero ahora estamos llevando este enfrentamiento a otro nivel, dentro de un contexto de polarización en el que los candidatos que aparezcan en Lima o en el sur van a apelar a estos sentimientos, posiciones, que te llevan a otro tipo de disputa, una que trasciende lo electoral y se queda en el día a día. Se hace mucho énfasis en que el Congreso está obnubilado, que no ve al país, que Lima no es el Perú. Correcto. Sin embargo, Lima es buena parte del Perú. Hay un sector del Congreso que le está hablando no solamente a la élite, al empresariado, al gobierno, a los militares, si no también a un votante que se ha ido acercando a ese tipo de ideas. No es gratuito que tengas un discurso duro en la capital que se suma al que tienes en el sur. También creo que es importante no minimizar lo que se ve dentro de esas protestas.
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—¿A qué se refiere?
No es solo malestar, o uno que se ejerce por canales pacíficos. Somos un país en el que, los últimos años, ha crecido un montón la minería ilegal, el contrabando, el narcotráfico. Hay una suerte de pacto: no me meto contigo para que no haya muertos…
Tras enterarse del primer fallecido en Juliaca, la presidenta Dina Boluarte dijo desconocer el motivo de las protestas. Foto: John Reyes/La República
—Es una convivencia de facto.
Y cuando has querido chocar, ha terminado habiendo violencia que asusta. En los momentos en los que se ha querido intervenir la minería ilegal, o hacer controles tributarios en los aeropuertos o en las fronteras, vemos reacciones, sicariato. Es un dejar hacer y dejar pasar, que es una forma de hacer política. Parte de lo que puede darles el Estado a esos grupos es no meterse con ellos, que no haya políticas de intervención. Hay una tolerancia que, me parece, se exacerba con el gobierno de Castillo, quien entendió que tenía que hacer vínculos con estos sectores. En cualquier gobierno -de izquierda, derecha, centro-, cuando se deja crecer a estos grupos obviamente van a chocar contra el Estado. Evidencia de ello es la quema de locales judiciales. Ha habido varios casos, en los que se busca destruir investigaciones o expedientes. El rechazo en las protestas se mezcla con muchas cosas, que hay que investigar y controlar.
—El problema es que el gobierno se concentra solo en esos aspectos.
Y que se ha comprado esa narrativa que le da un enorme poder al Movadef o a Pedro Castillo.
—A estas alturas Castillo es el menor de nuestros problemas.
Quedan los señores del Ágora que levantan sus banderas, pero (Castillo) ya no está. Es hacerle un favor a sectores ilegales, que están ahí. Si el Movadef pudiera levantar el sur de esa manera, el problema sería otro.
—¿Cree que la democracia peruana podría recuperarse de este momento crítico?
Creo que vamos hacia una elección muy polarizada en la que ante la ausencia de partidos y programas habrá rápidos mensajes ideológicos con estas disputas territoriales. De un lado, los que prometen orden, mano dura, conspiración. Ese tipo de candidatos va a recoger votos. Dependerá mucho de si van juntos o se fragmentan. El papel político-pedagógico que ha hecho el fujimorismo en estos años es nulo. Más que ser un partido que reflexiona sobre su pasado…
—Insiste en su pasado, más bien.
Jugó al macartismo en las elecciones, jugó al fujimorismo nuevamente, con una alianza macartista hacia arriba y clientelismo hacia abajo. No sé qué pase con ese sector, pero alguien estará representándolo. Y en el sur, no olvidemos, hay un discurso radical fuerte que termina atrapando el corazón del votante y que se unifica detrás de un candidato. Hay que repetirlo: el gobierno de Castillo reforzó -no tanto por lo que hizo, porque al final casi que dejó las cosas más o menos igual, salvo una destrucción estatal- con su discurso la idea de que el problema es una bolsa mal distribuida y que ahora que han llegado los que nunca han estado en el poder se va a distribuir mejor. Todo el rollo de la izquierda más responsable que estuvo con Mendoza, que decía que había que tener un balance entre crecimiento y redistribución o que hay cosas del Estado que hay que manejar técnicamente, terminó desapareciendo. Los grupos de izquierda que se sumaron al proyecto (de Castillo) nunca fueron contrapeso. A esto hay que sumar al mundo informal que ha entrado con mucha fuerza a la representación parlamentaria y que también se metió con Castillo en el Ejecutivo, lo que nos lleva a una situación muy complicada. Me preguntas, ¿hay salida para la democracia peruana? Yo veo una salida lenta. De verdad creo que se necesita construir bancadas representativas más programáticas en la izquierda o en la derecha, y que tengan una mirada crítica sobre las corruptelas y la polarización. Es muy difícil.
—Además, el centro se ha licuado.
El centro no existe. Lo que queda claro es que tienes dos polos con mensajes y votantes claros. La izquierda más democrática y técnica no tiene una base electoral como la que tiene el sur en estos momentos. Termina quedando subordinada a intentar construir algo nuevo con los otros. Y la centroderecha se ha pegado un montón a la derecha. Avanza País -que podía ser un voto del tipo no voy a votar por López Aliaga o Fujimori- ha terminado en el Congreso pareciéndose a ellos, sin construir un espacio propio, y luego hay un centro sin contenido, pragmático, de Alianza Para Progreso, Acción Popular…
—Que se mueve de acuerdo a las circunstancias.
Si queremos jugar el juego ideológico, pero en el fondo sabemos que lo que hay es mucho pragmatismo. No hay un centro programático, con contenido. Suele decirse: este Congreso no es representativo. Sí, lo es de algunos extremos. Otra cosa es que se desprestigie. Pero si vuelves a elegir a un Congreso, la derecha dura estará ahí y la izquierda tipo Perú Libre estará, posiblemente con otra agrupación.
Protestas en Juliaca. Foto: Luis Javier M.
—Y los sectores ilegales estarán también representados.
Ahí hay una discusión sobre representación. Mucha gente vota por el candidato presidencial, pero te meten de contrabando todo este mundo ilegal e informal que, desde luego, tiene un correlato social, pero no está en lo que te venden al momento de lanzar el partido. Tú compras un candidato presidencial y te termina llegando una bancada llena del que hace negocios, el que corrompe, etc.
—¿Cuál considera que ha sido el papel de los medios de comunicación en esta coyuntura?
Creo que hemos destruido la idea de medios de comunicación nacionales. Lo que vimos en la campaña fueron medios nacionales muy parcializados. Haría salvedades, no todo es así. Pero a la forma en que se jugó esa segunda vuelta, especialmente tras el crecimiento de Castillo, se sumó la inexistencia de medios que hagan trabajo periodístico de discusión a nivel nacional. Y las forma en que lo enfrentó el gobierno de Castillo muestra otro peligro, con estos medios alternativos financiados por el Estado, clientelares, con el mismo grado de “conspiranoia”. Estamos en el peor de los mundos: medios nacionales desprestigiados, vistos como muy limeños, y lo que sale como alternativa termina siendo otra suma de parcializades conspirativas que atacan y denigran. Hay medios que ya es imposible pensar que van a cambiar. Al revés, perseveran en el error.