Hace días escuchamos a las dirigencias empresariales. Tengo que confesar indignación. Carlos Iván Degregori nos dejó un trazo del alma del país. La del corazón de piedra: los de arriba desprecian a los de abajo, los de abajo resienten y devuelven deseos de revancha, los de arriba temen entonces y aumentan su desprecio, y ese círculo de menosprecio y miedo, late en comunión.
¿Qué ofende? Que además de engañarnos y pretender tutelarnos, nos subestimen tanto. La señora de la CONFIEP defiende el derecho de los ricos a hacer publicidad en favor del mercado y sin vergüenza alguna, niega que sea parte de una campaña para intervenir en las elecciones. En la CADE, otra señora da lecciones cívicas: como líderes no han tenido a los peruanos y la ética en el centro de sus decisiones.
No señora, NUNCA han tenido a lo que llama “los peruanos” en el centro de nada. La ética no ha tenido que ver con sus actividades en siglos. No son líderes. Son una élite, un grupo de poder, gestores de sus intereses. ¿Líderes autoerigidos por naturaleza, sangre, posición? No, los peruanos queremos autoridades democráticas elegidas, no gente que se asume superior.
No quiero escribir así, quiero pensar: están reflexionando, puede ser un cambio. Pero es difícil sentirlo cuando el mensaje profundo no se modifica: digámosles cualquier cosa, son ingenuos, olvidarán. Creo que eso alimenta el resentimiento. Pero podemos ser mejores. Podemos responder desde rebeldía democrática a esa tradición de la burla.