Pablo Escobar era el líder del cartel Medellín en Colombia y uno de los capos más adinerados de la historia. Además, era el mayor fabricante y distribuidor de cocaína a nivel global, responsable, en su momento, de hasta 80% del comercio internacional de ese estupefaciente.
Dentro de la historia del narcotraficante colombiano, aparece Edgar Jiménez, quien fue el fotógrafo que tuvo acceso a la vida personal de Escobar durante un turbulento período en la historia del país sudamericano.
Jiménez, apodado el ‘El Chino’, conoció al futuro capo desde muy temprana edad y años después registró con su cámara los momentos más sensibles de la vida del excéntrico personaje.
En diálogo con el programa Outlook del Servicio Mundial de la BBC, Edgar Jiménez contó sobre esos primeros años de amistad en la adolescencia y cómo de adulto reconectó con Escobar, quien lo contrató para fotografiar su asombrosa hacienda y zoológico y sus eventos internos.
Jiménez y Escobar se conocieron en 1963, cuando cursaban el primer año de secundaria en el Liceo Antioqueño, un centro educativo para la población de escasos recursos, pero considerada de muy buena calidad para la formación que brindaba en aquella época.
Tenían 13 años y construyeron una amistad de compañeros de una misma aula; había compañerismo, practicaban deportes y en los recreos conversaban sobre las dudas que aquejaban la mente de un púber. “Fuimos muy amigos”, declaró Jiménez.
“Pablo era un estudiante del montón. Ni bueno ni pésimo”, rememora Jiménez. “No significa que no fuera inteligente, que sí lo era, peros sus preocupaciones eran de otra naturaleza”, añadió.
El fotógrafo relató que al los 16 años, tanto Escobar como su primo Gustavo Gaviria, quien también llevaba clases en el liceo, “eran muy inquietos por conseguir dinero” y comenzaron a comercializar cigarrillos falsos.
“Los estudiantes éramos de bajos a medianos recursos económicos, Escobar y Gaviria también, pero ellos eran los que más solvencia tenían por cuenta de sus actividades de esa índole”, detalló.
Tras descuidar el aspecto académico, Pablo Escobar no aprobó el cuarto año de secundaria y tuvo que repetirlo en otra escuela. Al dejar de compartir el mismo salón, los amigos se distanciaron y dejaron de frecuentarse.
Jiménez se había interesado en la fotografía gracias a un laboratorio de la institución educativa y un club de fotógrafos en el liceo. Cuando se graduó y entró en la universidad para estudiar ingeniería, se puso a fotografiar eventos para costear sus estudios.
Mientras que Escobar se graduó de bachiller un año después, pero supuestamente decepcionado por no poder obtener un trabajo, le dijo a su madre que ya no seguiría intentando y juró que antes de cumplir los 30 años tendría su primer millón. “Ahí fue cuando tomó la decisión de volverse bandido y delincuente… como a los 19, 20 años”, aclaró Jiménez.
En 1980, ambos se volvieron a encontrar. Jiménez, ya un fotógrafo profesional, estaba cubriendo una celebración en el municipio de Puerto Triunfo, a tres horas de la ciudad de Medellín, cuando un amigo de él que era un funcionario, lo invitó a conocer una ostentosa finca que había en esa región.
Se trataba de la Hacienda Nápoles, famosa ahora mundialmente como el estrambótico complejo campestre de Pablo Escobar, con una avioneta en la puerta de ingreso con la que supuestamente “coronó” su primer envío de cocaína en EE. UU..
Jiménez narra que quedó atónito por la dimensión de la hacienda —que abarcaba alrededor de 3.000 hectáreas— con una área selvática por la que pasaba un afluente del río Magdalena, el mayor de Colombia. Asimismo, contaba con 30 lagos, plaza de toros, una imponente pista de aterrizaje, hangas y helipuerto.
Pero lo más impactante era el sensacional zoológico con “la fauna más representativa de todos los continentes”. Tenía casuarios, emúes y canguros, fauna de Australia; y cebras, rinocerontes, antílopes, hipopótamos, elefantes y jirafas, provenientes del continente africano.
Escobar reconoció a su antiguo compañero de salón y lo saludó con un fuerte abrazo. Cuando se enteró de que se tenía experiencia en fotografía, decidió contratarlo para que le tomara fotos a todos sus animales, pues quería crear un inventario con las imágenes de todos, que eran más de 1.500 ejemplares.
“Ahí empezó mi nueva relación con Pablo. Desde el año 80 hasta su muerte”, manifestó Jiménez a la BBC.
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Entre 1980 y 1984, además de compilar imágenes de las especies, Jiménez captó los eventos sociales y familiares de Pablo Escobar y sus amistades más cercanas. Pudo presenciar reuniones con sus más despiadados sicarios.
También tuvo la oportunidad de registrar las actividades cívicas, la repartición de dinero entre las personas más necesitadas y la construcción de casas, actos por las que la clase popular veneró al terrorista colombiano, haciendo caso omiso de sus movimientos ilícitos.
“Había una connivencia con los narcos. Ellos generaban empleo, negocios, ayudaban a mucha gente”, expresó. “Y los políticos a quienes Pablo les financió la campaña tampoco jamás se preguntaron de dónde venían esos dineros”, alegó Jiménez.
“El narcotraficante no era yo. Yo estaba haciendo una actividad legal que era la fotografía”, aseveró, haciendo hincapié en que solo se dedicaba a realizar su trabajo.
En 1984, el detonante del período más convulsivo de la historia de Colombia fue el asesinato ordenado por Escobar del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, que anunciaba una guerra contra los carteles del narcotráfico.
Edgar Jiménez describe que ese evento fue el “corte en la vida de Escobar, el antes y el después”. El antes lo denominó la “época dorada” del capo, en torno a sus actividades que no estaban vinculadas con violencia, sino con “beneficio social”.
Lo que llegó luego fueron años de atentados con explosiones, asesinato de periodistas, funcionarios, militares y agentes del orden. “Con esa violencia desmedida, con esos asesinatos y crímenes no podía estar de acuerdo. Jamás”, enfatizó. “Pero tampoco podía hacer nada, porque yo no era parte del Cartel de Medellín, yo no pertenecía a esa estructura”.
Reconoció que tampoco podía atreverse a presentar una denuncia contra él porque de seguro hubiera terminado muerto.
Perseguido por el Ejército y Policía de Colombia y el llamado Bloque de Búsqueda, requerido en extradición por las agencias DEA y CIA de EE. UU., Pablo Escobar decidió entregarse a las autoridades colombianas tras conseguir un acuerdo mediante el cual pagaría unos años de prisión mientras el gobierno le garantizaría su seguridad y no lo extraditaría.
Para conveniencia del narcotraficante, la instalación presidiaria fue construida sobre una montaña, de acuerdo a su pedido, llena de lujos. Desde ese lugar continuó delinquiendo, congregando a sus secuaces.
Bajo presión de la Fiscalía, el Estado colombiano mandó trasladar a Escobar y sus compañeros reos a una “cárcel verdadera”, pero estos pudieron fugar fácilmente por un muro de yeso levantado para ese fin, el 22 de julio de 1992.
Desde ese momento, comienza la cacería del cabecilla del Cartel de Medellín, que finaliza con su muerte a tiros en un tejado de Medellín, el 2 de diciembre de 1993.
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Jiménez estaba en su laboratorio de fotografía en el centro de Medellín, cuando se enteró por la radio de la noticia que se difundió en los medios de todo el mundo.
Confesó que tuvo sentimientos encontrados. Por una parte, hubo tristeza por alguien que, a pesar de ser un delincuente que causó tanto dolor, no dejaba de conservar el afecto que en su niñez tuvo por Escobar y Escobar por él.
“Pablo conmigo siempre se portó muy bien, en lo personal y como amigo”, afirmó. “Me dolió que alguien con su capacidad e inteligencia, que hubiera sido muy útil para la sociedad, hubiera tomado un rumbo diferente”, lamentó.
Pero, por otro parte, admite que sintió alivio “por la sociedad colombiana, porque el país se encontraba en una zozobra” por los reiterados atentados con bomba en los que fallecieron policías y mucha población inocente. “Por lo menos toda esa violencia se acababa. Eso lo vi como positivo”, concluyó.