La historia de Orestes Lorenzo y su familia es digna de ser retratada en el cine. Todo empezó en el cielo de La Habana (Cuba), hace 30 años, con un vuelo de deserción, y terminó 19 meses después, con otro espectacular vuelo de rescate familiar, cerca del cento turístico de Varadero.
El 20 de marzo de 1991, el mayor de la Fuerza Aérea cubana Orestes Lorenzo cambió los planes de su rutinario vuelo de entrenamiento: giró el timón de su avión y enfiló la nariz de su MiG 23BN hacia el norte, según recogió el portal Infobae.
El experimentado aviador piloteaba el que era en ese entonces el más moderno y poderoso cazabombardero cubano, un símbolo del poder aéreo soviético y de la ayuda que la URSS daba al régimen de Fidel Castro, un apoyo que estaba cerca de concluir.
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En vuelo hacia el norte, Lorenzo apostó todo: voló a ras de las olas para no ser detectado por los radares cubanos y estadounidenses. Estados Unidos estaba a solo 150 kilómetros de distancia. En poco más de 10 minutos, el MIG y el piloto aterrizaron en la base naval de Boca Chica, en los Cayos del estado de Florida.
No hay reportes de la sorpresa que la aeronave rusa provocó en los militares norteamericanos, pero sí la hay de los pasos que realizó Lorenzo en tierra: abrió el techo de su cabina, saltó desde lo alto a tierra, se puso en posición militar de firmes y alzó las manos. Y pidió asilo político.
Días después, lo abordaron con muchas preguntas y cuando las autoridades militares de EE. UU. estuvieron convencidas de que no se trataba de un espía vestido de desertor, le otorgaron el estatus de refugiado político.
En la capital cubana no podían creerlo. Lorenzo era un héroe militar de la guerra de Angola y había regresado a Cuba, como el resto de las fuerzas cubanas que lucharon en esa nación desde 1975 hasta 1991.
Orestes Lorenzo tuvo que aprender a volar aviones norteamericanos para ir al rescate de su familia. Foto: Infobae
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El mayor Lorenzo no solo regresó a casa con el manto de héroe de guerra al hombro. También llevaba la semilla del descontento. Dos recientes viajes de entrenamiento a la URSS, además de los tres años vividos en Moscú en los 80, lo habían acercado al desengaño.
“El sistema socialista nunca funcionó como nos habían hecho creer a pesar de que el socialismo de masas se promociona como la mejor forma de gobierno. El nivel de vida era muy pobre. Las condiciones sanitarias y de vida de los ciudadanos de a pie eran atroces. El alcoholismo y la prostitución eran epidemia, y el racismo era sistémico”, contó ya en Estados Unidos.
En Cuba pasó a ser un enemigo, un indeseable. No solo era un desertor, no solo había puesto en poder estadounidense un MIG soviético, sino que, además, renegaba del socialismo en general y del cubano en específico. El héroe de Angola estaba irreconocible.
Lorenzo comenzó una campaña fervorosa por rescatar a su esposa, María Victoria “Vicky” Rojas, que entonces tenía 34 años, y a sus dos hijos, Reyneil, de 11 y Alejandro, de 6. Eran los parientes de un traidor que había dejado en ridículo al régimen y, por tanto, eran tan condenados en Cuba como el mismo desertor. No les permitieron salir pese a que les habían concedido las visas de ingreso a Washington.
El piloto empezó entonces un plan internacional, sostenido y financiado por la anticastrista Fundación Valladares, de Miami, en el que contaba con la amistad y el apoyo de su lideresa, Cristina Arriaga.
Ante las acciones de Orestes, Raúl Castro, a través de un coronel de la Contrainteligencia cubana, le señaló a Vicky lo siguiente: “El ministro dice que si Lorenzo tuvo los cojones para llevarse un avión, que los tenga también para venirte a buscar”.
En 1992, Lorenzo se presentó ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con sede en Ginebra, sin conseguir resultados. En julio de ese mismo año, cuando Fidel Castro viajó a Madrid para participar de la II Cumbre Iberoamericana, Lorenzo se encadenó a las rejas del Parque del Retiro y comenzó una huelga de hambre que duró ocho días.
Además, intentó una última estrategia: publicó una carta abierta a Fidel Castro en el Wall Street Journal y se ofreció a viajar a Cuba y someterse a juicio que determinara si se permitía a su mujer y a sus hijos viajar a Estados Unidos, pero no consiguió respuesta de Cuba.
Tras ello, Lorenzo decidió ir a buscar a su familia. Primero estudió para piloto, si bien conocía todo sobre los aviones rusos, no dominaba los estadounidenses. No es que le costara mucho trabajo aprender, pero tuvo que rendir examen para conseguir su licencia.
Orestes Lorenzo con su esposa Victoria y sus hijos Reyniel y Alejandro tras el arriesgado rescate que el piloto cubano hizo de su familia. Foto: Dirck Halstead
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Después, obtuvo por 30.000 dólares un Cessna 31, un antiguo bimotor de seis plazas construido en 1961: un buen avión, pero menos que un MIG 23N. Luego trazó un plan militar de escape minuto a minuto, en lo que nada o todo podía fallar.
Aprovechó el viaje de dos amigas a Cuba, las cuales iban a menudo para hacerle llegar a su mujer un mensaje en clave que consistía en las coordenadas de un sitio en las playas de Varadero, una fecha y una hora exacta para que lo esperaran.
El sábado 19 de diciembre de 1992, cerca de las 5.00 p. m., Lorenzo subió a su Cessna en un pequeño aeroclub de Cayo Marathon, al sur de Florida y en medio del océano, para reducir distancias. El héroe de Angola le dijo a su amiga Arriaga, de la Fundación Valladares, que si no regresaba en una hora y cuarenta minutos, dos horas a lo mucho, lo considerara por muerto. Prendió los motores, desconectó la radio y puso proa al sur, a la isla.
Planeó a tres metros del mar para evitar de nuevo los radares (esta vez, los cubanos) y sin saber si sus antiguos camaradas de la Fuerza Aérea no hacían justo a esa hora y ese sábado alguna práctica de entrenamiento, misión de rutina o algún monitoreo.
Al atardecer de aquel día, Lorenzo observó su tierra natal y la angosta y recta carretera frente a la playa El Mamey, muy cerca del balneario de Varadero, a unos 150 kilómetros al este de La Habana. Esa estrecha carretera era su pista de aterrizaje.
En tierra, su mujer y sus hijos hacían que caminaban por la playa, hasta que escucharon el ruido de los motores del Cessna. Como era de esperarse, algo tenía que salir mal: en la carretera había un vehículo estacionado, un autobús con turistas, una típica “rastra” cubana (un camión con acoplado), y algunas piedras a evitar.
Con un balanceo de las alas, Lorenzo colocó la aeronave casi sobre el techo del auto, tocó tierra y detuvo la nave a unos ocho metros del autobús, con los turistas anonadados. Sin detenerse, Lorenzo giró el Cessna en U y lo alistó para el escape de su vida. Su mujer y sus hijos corrían mientras la puerta estaba abierta.
“Cuando Vicky apareció en la puerta —recordaría después Lorenzo— traía una cara entre el terror y la felicidad de verme. Quería tocarme, abrazarme y yo le rogaba ‘No me toques, no me hables’. Los niños también me llamaban ‘¡Papito!’ Concentrado en la operación, yo solo atinaba a decirles: ‘¡Pa’ trás! ¡Pa’ trás’ para que fueran a sentarse”, rememoró el piloto.
Desde hace 30 años, Orestes Lorenzo vive en Florida, donde tiene una empresa de construcción. Foto: Infobae
El tiempo para huir había sido fijado por Lorenzo en un minuto. Pero algo volvió a salir mal. La puerta no cerraba. Si estas cosas no ocurrieran en la realidad, habría que imaginarlas para cuando se plasme en una película. Lorenzo pegó tres portazos, cuatro, cinco, para anclar la puerta a su cerradura. Y no lo lograba.
Se tomó el tiempo, frente al alborotado momento que estaba viviendo, y atrajo hacia sí la puerta con una sutil delicadeza. Y por fin cerró.
Instantes después, el Cessna recorrió la carretera, alzó el vuelo exigiendo a los motores y encauzó su dirección hacia el norte, el territorio norteamericano. En la cabina todo era llanto y pura emoción.
El avión volvía a volar a tres metros del mar. Luego pasó el paralelo 24, el límite del espacio aéreo cubano-estadounidense y Lorenzo solo pensaba: “¡Me los llevé…! ¡Me los llevé!”.
Descendieron a salvo cerca del anochecer, en Cayo Marathon. La repercusión que tuvo el vuelo de rescate fue enorme. En la primera conferencia de prensa que otorgó, Lorenzo expresó: “Díganle a Raúl Castro que le he tomado la palabra y he ido personalmente a recoger a mi familia”.
A teinta años de ese heorico, Orestes y Vicky Lorenzo son comerciantes inmobiliarios en EE. UU. En 1994 tuvieron a su tercer hijo, John que hoy tiene 27 años. El aviador pilotea aviones cada que puede y realiza acrobacias. No pierde alguna oportunidad para recordar su proeza y a su querida isla caribeña.