El presidente Jair Bolsonaro dedicó la mayor parte de su primer año de gobierno a “liberar” a Brasil de la izquierda y el “globalismo”, discurso con el cual pretende ser reelecto en 2022 para construir un país “respetuoso de la religión” y del derecho a portar armas.
“Siempre soñé con liberar a Brasil de la nefasta ideología de izquierda (...). Tenemos que deconstruir muchas cosas, deshacer muchas cosas, antes de empezar a hacer (otras)”, dijo Jair Bolsonaro durante una visita a Washington en marzo.
Cuando los incendios en la Amazonía causaban alarma mundial en septiembre, Bolsonaro, un escéptico del cambio climático, le advirtió a la ONU que no tenía nada que hacer en Brasil. “No estamos aquí para borrar nacionalidades y soberanías en nombre de un ‘interés global’ abstracto”, proclamó ante la Asamblea General.
Jair Bolsonaro, de 64 años, asumió el cargo el 1 de enero de 2019 y desde entonces fueron pocos los meses sin renuncias o destituciones por ajustes de cuentas o causas ideológicas en los ministerios o las agencias estatales de Brasil.
Los sectores más pragmáticos de su entorno -mercado financiero, lobby del agronegocio y jerarcas militares- tratan de limitar la influencia de las iglesias neopentecostales, del gurú de la ultraderecha Olavo de Carvalho y de los tres hijos mayores de mandatario, que agitan al país vía Twitter.
El exministro de Hacienda, Antonio Delfim Neto, declaró a la revista Exame que hay en el gobierno brasileño “un lado luminoso y un lado sombrío”, elogiando en particular al ultraliberal ministro de Economía, Paulo Guedes.
Este es "un gobierno liberal en economía y antiliberal en política", define con menos lirismo Marcos Nobre, profesor de filosofía de la Universidad de Campinas.
Bolsonaro, un admirador de la dictadura militar (1964-85), había prometido no buscar la reelección, pero en junio declaró que “si el pueblo lo quiere, estaremos cuatro años más”. Esta campaña prematura mantiene a su base movilizada, frente a una izquierda debilitada y dividida.
La estrategia parece eficaz: después de una pérdida inicial de popularidad, el electorado se divide en tres partes iguales entre quienes juzgan su gobierno bueno, malo o regular.
Una reciente encuesta FSB/Veja mostró este mes que Bolsonaro solo sería derrotado en las próximas elecciones por... su ministro de Justicia, Sergio Moro, el juez anticorrupción que envió a la cárcel al expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva.
Bolsonaro actúa “como un presidente antisistema y cuando fracasa puede decir que está tratando de cambiar las cosas democráticamente, pero que el sistema no lo deja”, apunta Nobre.
Para el académico, Bolsonaro pretende “instaurar un régimen autoritario, aunque no esté (por ahora) en condiciones de hacerlo”.El excapitán del Ejército “fue electo por una confluencia de factores accidental. Si fuera reelecto, ya no sería accidental y tendríamos un proyecto en vías de implementación”, advierte.
El diputado Eduardo Bolsonaro afirmó en octubre que “si la izquierda se radicaliza, habrá que dar una respuesta” como la del decreto que en 1968 cerró el Congreso y suspendió las garantías individuales.
En noviembre, Bolsonaro fundó su propio partido, Alianza Por Brasil (APB), que pregona el “respeto a Dios y la religión”, la “defensa de la vida desde la concepción” y la legalización del porte de armas.
Si concluye a tiempo su registro ante la justicia electoral, APB tendrá su bautizo en las municipales de octubre de 2020.
Otros analistas ven la agitación permanente como una confesión de impotencia. Paulo Guedes logró la aprobación por el Congreso de la reforma clave de las jubilaciones, pero la economía tarda en despegar y la desocupación en bajar.
Otras promesas de campaña -como el porte de armas o la inmunidad para policías en operaciones- fueron desechadas por el Congreso o frenadas por la corte suprema.
La presión del sector agropecuario por temer perder mercados en Asia y Medio Oriente obligó a Bolsonaro a bajar el tono frente a China y a aplazar la mudanza a Jerusalén de la embajada brasileña en Israel.
Y su voluntad de alineamiento con Donald Trump recibió en noviembre una bofetada, cuando el mandatario estadounidense anunció aranceles para las importaciones de acero y aluminio de Brasil y Argentina.
El mandatario derechista consiguió en cambio colocar a gente radical al frente de la educación y la cultura, a fin de combatir la “ideología de género” y promover obras “patrióticas”.
“Bolsonaro se encontró con la realidad. Todo lo que queda de su discurso extremista es el ataque contra los intelectuales, contra un enemigo que no tiene poder económico para enfrentarlo”, afirma Jean-Jacques Kourliandsky, director del Observatorio América Latina de la Fundación Jean Jaurès, de Francia.
(Con información de AFP)