En 1991 faltaban 22 años para que Raúl Romero, vocalista principal de los Nosequién y los Nosecuántos, decidiera emanciparse del grupo. La esfera política de aquel naciente decenio se caracterizó por ser binaria —como persiste— y represora de disidencia alguna.
Los jóvenes de entonces, hartos del extremismo doctrinal, encontraron en el rock peruano, precisamente en el tema “Las torres”, el concentrado de emociones que contenían.
Pese a que poco más de tres décadas después se supo que Romero no cantó el tema general por ausentarse en la prueba de sonido, sus cabellos trinchudos y amplio cráneo caracterizaban al principal rostro de la banda.
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Quien ahora felicita a programas de ‘entretenimiento’ que estigmatizan la diversidad humana, alzó su popularidad en 1994. Fue conductor “De dos a cuatro”, un programa concurso emitido por Andina televisión. Ahí fue reconocido todavía más por las masas.
En 1998, Raúl pasó a América en tiempos en los que José Enrique y José Francisco Crousillat presidían el directorio. Su nuevo programa “Feliz domingo” solo duró dos meses, pero bastó para que frecuentase la cofradía del populismo autoritario.
La frecuencia televisiva de los Crousillat —que ahora funge como valuarte del periodismo opositor— fue cercana al Gobierno de Fujimori padre y el abogado de narcotraficantes Vladimiro Montesinos.
El descendiente de la dinastía a cargo de asuntos empresariales, José Francisco, llevó a Raúl Romero a “conocer a alguien muy importante”, como recuerda José Alejandro Godoy en “El último dictador”.
La cita fue en una salita de muebles de falso cuero, paredes claras y una cámara escondida: el centro de reuniones del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).
Romero, Crousillat hijo y Vladimiro Montesinos hablaron sobre los problemas del país durante aproximadamente 5 horas.
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En la segunda conversación, el exagente de la americana Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) fue frontal. Montesinos quería que NSQ y NSC hiciera campaña para Fujimori con miras al tercer mandato. Las interpretaciones auténticas a la carta magna se habían agotado como herramienta constitucional en la cúpula naranja, así que la estrategia se pensó para afuera. Vladimiro propuso 14 conciertos.
Raúl le mostró la novedosa canción “Lechuza gorda” antes de que fuera lanzada. Montesinos quiso incluir en las estrofas a su jefe Fujimori, pero el artista le dijo que había que discutir ciertos límites, narró el texto.
Para el tercer encuentro que Romero contó a la revista Caretas en 2001, Vladimiro siguió enfático en su oferta. Frente a ‘Cara de haba’ y un compañero de la banda, prometió “control total sobre los contenidos y sin presencia de ningún político”, como recuerda Godoy.
El pago iba a ser de un millón y medio de dólares al cabo de esa reunión, pero José Francisco Crousillat le comentó a Romero que al otrora asesor presidencial el monto le parecía excesivo, así que debía rebajarse.
La cuarta reunión fue tensa. Al salir, Raúl le dijo a su jefe que no aceptaría la recortada propuesta del Gobierno. Eso no le impidió asistir una vez más a la salita del SIN con su esposa, que tenía las intenciones de conocer a Vladimiro.
En la citada entrevista a Caretas, Romero dijo: “Carolina (su esposa) y yo consideramos a Montesinos un tipo que se sacrifica por el país. Y si se hablaba de La Cantuta, de Barrios Altos y de cierto control del Poder Judicial, a muchos de nosotros, desgraciadamente, nos parecía tolerable. Que me perdonen las víctimas, pero desde el punto de vista macropolítico, nos parecía que era un precio a pagar”.
Tres días después, en febrero de 2001, camino a una entrevista con Mónica Delta para “Panorama”, Raúl fue confrontado. Un grupo de manifestantes lanzó huevos a su auto recriminándolo por sus encantadísimas referencias sobre Montesinos.