“¡Carajo! ¿Alguien me puede decir qué pasó con la mamá de Bambi?”, gritó una Virna Flores irritada ante el mutismo de Gisela y de Sandro —hermana y cuñado—. En el cine, las carcajadas; en la casa, 42 años después —entonces tenía 4—, una crónica familiar. “Es una anécdota que no me deja bien parada”, ríe la actriz cuyo sentido del humor la lleva a afirmar que sus peluches sentirían celos si escogiera solo uno de su colección: “Pero en mi escritorio tengo un Genio de la lámpara que me encanta. No solamente por el color, porque yo soy muy de azules, sino por lo que representa”.
Y representa, en su panorama, una correspondencia. “Es como el universo: le pides lo que tú quieres y te lo concede”, explica la artista cuyo papel estelar en la televisión peruana de los 90 llegó, bajo sus propios términos, por casualidad. Había pasado una temporada en Boston para practicar inglés y regresó decidida a vincularse con el arte, a alejarse de un puesto ya rotulado en la sociedad corredora de valores de la familia Flores Di Liberto.
“Él me llevó a la fiesta donde vi al ‘Gato’ Bañuelos, que fue quien me descubrió para ‘La rica Vicky’. Y, entonces, ahí creo que todo cambió”. Él —y de quien prefiere guardar la identidad— es un exnovio modelo que permaneció en su vida durante casi seis años; rompieron cuando arrancaron las grabaciones de la novela producida por Michel Gómez.
—¿Con quién festejaste la noticia de tu ingreso a “La rica Vicky”?
—Con la mamá de mis sobrinos, Tatiana. Era mi mejor amiga. Le dije: “Tati, me están llamando para una novela. No le he dicho a nadie, solamente a mi mamá y a ti”. Yo me acuerdo de que tenía la sinopsis del personaje: Vicky era una chica alegre, dulce, a quien le encantaba bailar, que comía un montón. Ella me miró y me dijo: “Pero si eres tú”.
—¿Y quién era Virna Flores antes de ser Victoria Carranza?
—Era una chica jovencita como cualquier otra que estaba un poco confundida en cuanto a qué quería hacer, porque en mi familia nadie se dedicaba al tema del arte, y a mí siempre me gustó. O sea, era algo que nació en mí y que Dios puso en mi corazón. Yo no sé de dónde ni por qué, pero eso era lo que yo quería.
Virna había estudiado, además, un ciclo de Marketing en la Universidad San Ignacio de Loyola y la carrera completa de Hotelería y Turismo en la Universidad de Los Andes. “Pero no me llenaba”, confiesa.
—No tenías dibujado el camino para llegar a ser actriz, pero tú querías ser actriz. ¿Habías interpretado antes un papel?
—En el teatro, sí, del colegio (Antonio Raimondi), pero muy poco. Tampoco es que en todas las obras. O sea, lo normal. En diferentes años yo participaba y me encantaba.
—¿Recuerdas alguno en especial?
—Una vez hice de gato y mi mejor amiga era la dueña del gato (...). Entonces, como yo tenía uno, yo sabía cómo era el comportamiento (...). Mientras mi amiga hablaba, yo me paraba al costado, le ponía la cabeza, la rodeaba, después me le acercaba. Eran cosas que yo veía en mi gato. Punto. A mí nadie me había dicho: ‘Haz esto’. Si me pongo a recordar, siempre me gustó.
—¿Te felicitaron?
—Nos felicitaron a todos. Además, en esa edad (6 años), no es que puedas hacer una diferencia entre los niños: todos están bien.
—¿En algún punto te ha costado aceptar la felicitación de tu entorno?
—No, no me ha costado aceptar una felicitación externa, pero sí me ha costado felicitarme yo (...). Y es tan importante esa felicitación como la de los demás, el reconocimiento de uno mismo hacia uno mismo.
—¿Y te felicitaste cuando obtuviste el papel de “La rica Vicky”?
—No, ahí no me felicité, ahí solo di gracias. Porque yo lo sentí como un premio. No necesariamente yo había hecho algo para —aparte de desearlo con mucha fuerza y decirlo— que eso suceda.
Agradeció, asimismo, la compañía de Ismael La Rosa en la novela. Del coprotagonista que, en la piel de Gonzalo Villarán de las Casas, encontró en Virna una filiación primero profesional y luego sentimental: “Nunca en nuestra vida habíamos hecho nada, no nos habíamos parado frente a una cámara ni nada; entonces, había mucho trabajo (...). Lo bonito es que finalmente los dos fuimos aprendiendo todo juntos”.
—El estrellato vino en pareja, en plural siempre. ¿Tuviste el deseo de querer ser solo tú por un rato?
—Recién que lo mencionas, me pongo a pensar, y no: nunca he sentido que eso nos quite individualidad (...). Y ha habido momentos en los que, por ejemplo, Ismael ha tenido mucho más trabajo que yo; yo, después de la maternidad, paré un montón de tiempo de trabajar, y te puedo decir con toda franqueza que los celos profesionales entre nosotros no existen. Todos los logros de Ismael me los tomo como propios, y estoy totalmente segura de que a Ismael le pasa lo mismo.
Para asumir este compromiso, ambos artistas han agudizado una conexión inmaterial con la creación. De Lima a Miami; de Miami a Lima. Cada mudanza, relata Virna, ha tenido un propósito tanto para aceptar el ahora como para aliviar heridas antiguas. Una de ellas es el duelo con el que nació: su mellizo solo habitó tres meses el cuerpo materno.
—¿Sueles orarle a tu mellizo?
—No es que le rece: converso. Tampoco es todos los días, pero a veces lo siento presente y, entonces, le agradezco o le pido que nos cuide, que nos acompañe.
—¿En qué momento notas su presencia?
—Ni siquiera es cuando yo quiero.
—¿Cómo conseguiste este lazo con la espiritualidad?
—Siento que, de una manera muy innata, la espiritualidad ha estado en mí (...). Creo que Ismael ha aportado mucho. Por ejemplo, en Miami íbamos a meditar a un centro budista —yo sí creo en la reencarnación—; pero Ismael, que sí es mucho más estudioso que yo, ha ido explorando más libros y formas de pensar.
—Además de la actuación, ¿qué mueve tu alma?
—El baile. Me siento muy feliz bailando. Hace poco estuve en unas clases con Arthur Murray. Cada que iba, tenía la sonrisa de oreja a oreja y, cuando salía, estaba supercontenta (...). ¡Me gusta comer! Eso es algo que me inculcó mucho mi papá (Manuel Flores). De chiquita, él me recogía del colegio y me preguntaba: “¿Qué quieres comer?”... Yo a los 4 o 5 años comía musciame (carne seca de delfín). Un día me llevó a comer ceviche de erizo y me encantó.
Virna Flores y su papá, Manuel Flores. Foto: composición LR/Instagram
Y así como su padre cuidó sus salidas escolares, ella vigila los movimientos de Ishana (10) y de Varek (12), quien en 2022 grabó en República Dominicana su debut cinematográfico. “A Varek le ha pasado un poco lo que a mí”, detalla la figura que, de artista a artista, le extiende un recordatorio a su hijo: “De la misma manera como todo llega, todo se puede ir (...). El hecho de que tengas un papel superexitoso puede ser ahorita, y después, de repente, no te vuelven a llamar nunca más”.
—¿Qué ha significado ser mánager de Varek?
—Creo que si yo no hubiese tenido tanta confusión de joven sobre lo que quería ser, hubiese sido extraordinaria como abogada. A todo el mundo le he dicho que los mejores mánager siempre van a ser mamá o papá (...). Entonces, ahora que pasó lo de Varek, yo le dije a Ismael: “Bueno, se va a volver realidad una de las cosas que yo tenía como bichito”. Además, soy alguien que sabe por lo que va a tener que pasar (Varek) y que le va a decir: “Esto te lo bancas y esto no”.
Yo le decía a Varek: “A nosotros, los actores, nos encanta actuar, ¿no? Pero muchas veces te pagan por esperar, porque la cantidad de horas que tú estás esperando son mucho mayores que la cantidad de horas que estás actuando”.
—¿Cuáles son tus planes profesionales?
—Quiero seguir creciendo como actriz. Ahorita en lo que estamos recontraenfocados es en seguir sacando adelante nuestros proyectos, que son Kontenedores y Académika.pe. Ambos son proyectos hermosos (...). Entonces, seguir con eso definitivamente, pero no dejo de lado la actuación. Si bien a veces como mamá y como empresaria no me queda mucho tiempo, si surge la posibilidad, definitivamente se va a tomar.
“Estamos”. Habla en conjunto porque tanto ella como Ismael mueven hilos para que los dos espacios sirvan como soporte social: el primero agrupa obras teatrales de 15 minutos que se desarrollan en simultáneo en contenedores de barcos; el segundo presta servicios gratuitos (y de patrocinio) para preuniversitarios.