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Espectáculos

Gonzalo Torres se confiesa: ¿qué guardaba Gonzalete en los bolsillos de la sotana?

En el nombre del periodismo, el curita de "Patacláun" detalla cómo fue su relación paternal, cuánto tiempo estuvo cerca del círculo del Sodalicio y qué conserva de su papel televisivo.

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De 1997 a 1999 Gonzalete, a través de "Patacláun", conquistó a la audiencia peruana. Foto: archivo de Gonzalo Torres / Latina / composición de Jazmín Ceras / La República

“De nuestros enemigos líbranos, Señor”. Antes de que Gonzalo Torres vistiera la sotana de Gonzalete, la señal de la santa cruz ya era una proclama familiar: cada noche la recibía desde su posición del benjamín de la casa de Magdalena, del agudo narrador de “Caperucita”, del habitante con venia para dibujar en la pared una versión rebuscada de Machu Picchu porque su padre, Juan Luis, el arquitecto del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, le concedía crayolas y aliento. “Él alimentaba mi creatividad”. ¡Amén!

—Eras el compinche de tu padre…

—Sí, el compinche de mi padre. Porque yo creo que tenía, me imagino, un sentimiento de culpa con sus otros hijos, porque se dedicó a trabajar enormemente, de sol a sombra, y no le dedicó tanto tiempo al crecimiento. Entonces, conmigo sí hubo más atención. Y sentí también que yo le correspondía en ciertas cosas: con esta curiosidad artística, por ejemplo, con hacer el geniograma juntos, con salir a restaurantes… Cosas de interés mutuo.

El interés mutuo convirtió a Gonzalo en el espectador vip de escenas que, aunque esqueléticas, eran robustas para la memoria: viguetas, relleno de hormigón, mallas de hierro. “Correr por los espigones era espectacular para mí, jugar sobre la arena de la construcción, ¡uf!”, relata. 

—En medio de una infancia calmada, como la has definido, ¿cuál fue tu primer evento difícil?

—Mis papás decidieron, a mis seis años, operarme estéticamente. Ahora te explico: lo que pasa es que yo nací con las orejas de Dumbo, abiertas, y decidieron operarme. Yo iba en el bus del colegio con el vendaje; entonces, sí sentí que comenzaron a burlarse. Tomé una conciencia de quién era yo o qué había en mí que hacía que la gente se burlara. Y ahí tomé conciencia también de que había otros sentimientos: frustración, ira. 

Gonzalo es el hijo menor del matrimonio conformado por Juan Luis Torres Higueras y María del Carmen Del Pino Abad. Foto: archivo de Gonzalo Torres

A los cinco años, sin embargo, se llevó un susto: era jueves, 3 de octubre de 1974, cuando su desayuno se remeció junto con su apego. “¡Mis papás, mis hermanos!”, gritaba —a salvo en las afueras de la casa— abrazado por la trabajadora del hogar. “Eso es algo que me causó bastante impresión. Bajaron todos después”. Otra agitación, pero mediática, ocurrió en 2015 tras “Mitad monjes, mitad soldados”, la investigación periodística de Pedro Salinas que expuso los abusos del Sodalicio de Vida Cristiana, un círculo al que Gonzalo, por estudiar en el Markham College, era próximo. 

—¿Cuánto tiempo estuviste vinculado con el Sodalicio? 

—No estuve metido en el Sodalicio, estuve participando de los grupos religiosos desde segundo, tercero, hasta cuarto de media. Tres años, quizá, y era una experiencia de sábado, a veces domingo. Éramos, en este grupo, guiados por gente del Sodalicio. Tuve la fortuna de no caer en ninguno de los abusos de los que ya son vox populi y que lamento mucho. Por mi lado no apareció nada de eso y, te digo, soy un afortunado de que no haya sucedido. (...) Apoyo mucho a quienes fueron víctimas de.

—Gonzalete es un sacerdote. ¿Es una especie de revancha?

—Quizás sí, o sea, de alguna forma. Pero eso es algo que no lo planeé, sino que después, haciendo esa introspección, dije: “¿Por qué salió un sacerdote ahí?”. Y, evidentemente, tiene que ver con mi pasado: queda en mi autoconocimiento, en la forma en la que después yo he pensado y conectado cosas de mí.

Parte de su pasado es, además, su puesto como bajista en el grupo de rock-ska Nosequien y los Nosecuantos y en La Liga del Sueño. Después de la música, el teatro y la televisión: en 1992 se encariñó con los telones y, en 1997, con las pantallas junto a Wendy Ramos, Carlos Alcántara, Johanna San Miguel, Carlos Carlín y Monserrat Brugué. “Patacláun”, un programa sello de la producción nacional, fue su casa. Una casa donde, envuelto en su rol de cura fantasma, mascullaba: “¡Eres maaalo!”.  

¿En qué momentos de tu vida has extrañado a Gonzalete? 

Creo que no, que a Gonzalete nunca lo he extrañado en el sentido de querer volver a ser Gonzalete o de querer hacer algo como Gonzalete. Yo creo que lo he dejado ahí, como dejar en el armario una casaca que fue tu compañera durante mucho tiempo y que la usaste, la amaste pero ya pasaste a otra etapa, y ahora esa casaca guarda toda la memoria (...). Más que extrañar a Gonzalete, me trae mucha nostalgia y aceptación de mi historia también. 

—¿Qué conservas de Gonzalete?

—Tengo una pequeña iglesia que era parte de la decoración (...). Y emocionalmente guardo las risas, que eso es lo más bonito, en verdad: el cariño de la gente. Me da mucho placer saber que Gonzalete ha sido parte de la historia de muchos y de la nostalgia también de muchos. 

—Y, a propósito de risas, ¿cuál es tu mejor recuerdo en “Patacláun”?

—Extraño las risas entre nosotros y la complicidad para tener un resultado bacán. 

—Una cosa es la complicidad en el escenario y otra, fuera de él. Tengo entendido que no son tan cercanos ahora. 

—Yo creo que lo que dimos, lo dimos ahí y, aunque no tengamos esa amistad, tenemos un chat, por ejemplo. Siempre hay cariño y es una felicidad volvernos a encontrar. 

—¿En los chats grupales utilizas el meme de “Aea”? 

—(Carcajadas) Por supuesto. Sí, todo el mundo tiene sus memes. Y a veces intercambiamos los stickers que cada uno ha recolectado de “Patacláun”.

El meme de "aea" se origina de un capítulo de "Patacláun". Foto: difusión

Almacena, fuera de “Patacláun”, un libro en su trayectoria: “El jirón de Abraham”. “Es un libro hecho para la EMILIMA. Algo que me interesa mucho es sembrar la semillita de la curiosidad por el patrimonio del centro Histórico”, asegura el visitante, al menos dos veces por mes, de esta parte de la ciudad. Por el momento, permanece más tiempo en el teatro Marsano, en Miraflores, porque interpreta a Paul en “La verdad”, una obra dirigida por Giovanni Ciccia y cuyos otros protagonistas son Sergio Galliani, Magdyel Ugaz y Milene Vásquez

—¿Qué planes profesionales tienes?

—Hacer una gran temporada de “La verdad” y prepararme para otra obra también, que viene a partir de julio. O sea que estoy con full teatro este año. 

—¿Y volverías a ser bajista? 

—Volvería. Sí, totalmente. Es más, me junto con mis amigos a tocar (...). Somos todos de la misma promoción del colegio. Entonces, a veces sí sigue la banda.

—Si tu vida tuviera un fondo musical, ¿cuál elegirías? 

—Wow, ahí sí me agarras, porque yo soy súper melómano y no puedo escoger una sola canción.

—Una para cada día…

—Sí, podría ser una para cada día; pero, en realidad, soy divertido con mi vida, tan divertido como cuando uno se sube en una montaña rusa, me encantan las montañas rusas. ¿Y qué música acompaña a una montaña rusa? No lo sé. Inserte usted su canción.

A sus 53 años, lo que Gonzalo Torres sí inserta en su rutina es el sabor: disfruta de lo que él denomina “el buen comer”. “Siempre regreso al ají de gallina, me encantan también las pastas, pero cada vez hay que comerlas menos”. ¿Qué diría el ´Cristóbal Colón de Navarrete’ sobre la mesura?

¿Qué guardaba Gonzalete en los bolsillos de la sotana?

—(Carcajadas) No guardaba absolutamente nada; pero, si quieres, me invento. Supongo que tenía fotos autografiadas por las monjitas.