Germán Loero: "Yo no soy más o menos actor porque salga en la tele o porque trabaje en la plaza"
Ante los ojos del actor, "Marcelo Soto ya murió, ya no existe"; ante los del público, es un personaje cómico eterno. ¿A qué se dedica ahora Germán Loero?
Un día Marcelo Soto, el tendero de traje azul y juicio sin malicia, se alojó en la memoria de la audiencia peruana y no se retiró más. Su protagonismo en “Así es la vida” —de 2004 a 2008— se prolongó hasta 2009, cuando en la secuela “Las locas aventuras de Jerry y Marce” el productor Efraín Aguilar perfiló las últimas líneas del personaje que Germán Loero había encarnado y robustecido con distintivos de su entorno: “Una amiga mía engolaba la voz para llamar taxis. Eso me parecía gracioso y lo probé”.
Y aunque el timbre vocal de Marce agonice —“Ya no me sale, me esfuerzo cuando me lo piden”—, el actor abrió portones que, a pesar del fin de la teleserie, continúan enérgicos hoy, a sus 43 años: un espacio en el teatro, en la impro y en las galerías digitales de los transeúntes: “¿Me puedo tomar una foto contigo”, le preguntan mientras posa para la portada de esta entrevista.
El muchacho que solía llamar ‘Patroncito’ a don Hector Altamirano (Jesús Delaveaux) volvió como el padre Xavier en 2015, en “Al fondo hay sitio”, y luego como Marce —una resurrección que esperanzó a los hijos de la televisión testimonial— en 2021, durante la transmisión de “De vuelta al barrio”. Ambos roles, aunque pasajeros, evocaron el estrellato de los 2000, el mismo que surgió entre rechazo y rechazo.
—¿En algún momento pensaste en desistir de la actuación cuando ibas de casting en casting y no te aceptaban?
—Lo que pasa es que no lo veía como un asunto de toda la vida. Creo que era muy chibolo y lo veía como una fascinación. (...) En centros culturales buscaba una cosa, buscaba otra cosa. Mi mamá llamaba a canales o casas de casting o lo que podía encontrar en la guía telefónica. No había internet entonces y nos enterábamos de boca a boca.
—¿Cuáles eran las similitudes entre Marce y tú?
—Muy pocas, creo yo, empezando por la voz. Pero supongo que es un proceso de construcción mía con la del director, con el asistente del director, con los que estaban ahí. Juntos construimos un personaje y no creo que se parezcan mucho a mí. Nunca, nunca, nunca lo vi así.
—¿Y qué enseñanzas te dejó?
—Que es bueno tratar. El héroe es el que trata, no es una cosa romántica.
—¿Y en algún momento le sugeriste algo al personaje de Jerry para que se complementara con el tuyo?
—Creo que el complemento más grande era que Michael (Finseth) no hacía nada de lo que yo hacía, y viceversa. Y creo que esa es la esencia de la dupla: hacer lo que el otro no hace. (...) El gordo y el flaco, Pinky y Cerebro. Por eso funciona.
—¿Qué puertas te abrió Marcelo?
—Todas. Todas. Sin lugar a dudas.
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La amistad de Jerry y Marcelo se tradujo en el escenario sin luces, cámara y acción. En el escenario que se empolva con el tránsito del calendario y de los productos audiovisuales. Sin embargo, lo que no caduca es la asociación de intérprete e interpretado. “Hay gente que todavía me llama Marce”, asegura Germán.
—Marce fue una marca de “Así es la vida”. ¿Cómo manejaste ese peso siendo tan joven?
—El primer año fue el que cambió todo. Es que fue el tiempo el que hizo las cosas. Yo no pensé que íbamos a durar cinco años en el aire ni tres años más en Pataclaún, haciendo una especie de bosquejo del personaje antiguo. Entonces yo no elegí eso, fue una cuestión de oportunidad. Yo saqué el mayor provecho posible del tiempo de vida que tuvo Marcelo, porque ya murió, ya no existe.
—Cuando dices que sacaste provecho del tiempo en que existió Marce, ¿te refieres tanto a nivel de aprendizaje como a nivel económico?
—Por supuesto, radicalmente. (...) No me compré un Ferrari o no fui cada tiempo a Europa, pero me divertí. Viajé, me compré mi carrito, me daba mis gustos, no mis lujos. Empecé a ahorrar pan pa’ mayo, me compré mi depa y entonces sí, sí proyecté a futuro lo que tenía.
—¿Le viste algún defecto a Marce?
—No me detenía a pensar en eso porque estaba muy feliz haciendo lo que hacía. Hay gente que dice que me brillan los ojos cuando hablo de esa época y es probable que sí.
—¿Fue tu mejor etapa?
—Una de mis mejores etapas.
—Tienes un eco en la colectividad…
—Sí, sí, claro que sí. Pero conforme yo fui creciendo en edad también, me di cuenta de muchas realidades, de que uno tiene que moverse. (...) Yo no soy más o menos actor porque salga en la tele o porque trabaje en la plaza. O porque me llame tal cual director para trabajar. No, no, para nada.
Después de la era de Marce, el actor tuvo, según lo denomina, dos estados de quiebre: primero dudó qué hacer, luego siguió el consejo de su madre y despertó su pericia de profesor. Profesor de impro. “Fue escalonado y fue emocionante también”. Ahora su agenda, cuya división comprende dos semestres, está copada: los talleres, dos viajes —uno a Argentina—, tiempo en soledad, tiempo con sus sobrinos. Y caminar —desde el Mali hasta el Puente Benavides de la Panamericana, por ejemplo, aunque a veces Lima le quede chica—; caminar a modo de terapia mientras escucha el soundtrack que ha elegido para su presente: “Free fallin’”, de Tom Petty.
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Acerca de su vida amorosa mantiene una discreción inapelable. Evidenció esta postura cuando en 2010 una denuncia de agresión hacia su expareja Natalia Salas ocupó titulares. “Yo nunca le pegué a una mujer. Los demás trataron de crear un bluf. Yo nunca hablé de eso. Eso fue un buen consejo”. Se refiere al consejo que le dio Fiorella Rodríguez, la relacionista pública del Canal 4: “No hables nada”. “Por eso no existe ninguna imagen o ninguna entrevista de la época, porque eso no me define”, recalca.
“Lo de Nato (Natalia) y yo fue una situación, pero no recuerdo lo malo, recuerdo lo bueno. Mucha gente cree que fue real, lo cual no es cierto. Y Nato lo dijo también en su momento. Hemos vuelto a trabajar juntos en teatro. Una maravilla. Una maravilla. Ahora está pasando por un momento difícil. Hablé con ella, tenemos una relación muy muy cordial”.
La primera vez que se independizó fue a los 21 años en San Francisco, California; la segunda, a los 29 en Perú. Aprendió entonces, después de descartar la posibilidad de comer chifa a diario, a preparar arroz con frijoles y seco. La pasta y la comida criolla también conforman su menú. Los sabores, la música y el arte teatral se han armonizado después de mucho rato.
—¿Cuál es tu propia definición de teatro ahora?
—Siempre ha sido vida, comunicación. Y soy actor porque tengo cosas que decir. Y entonces encuentro la manera de decirlo haciendo un personaje, desarrollando una impro o un video donde hay una necesidad personal. Eso es el teatro. Es un lenguaje, forma cuerpo, mente, mensaje, búsqueda. Es un laboratorio de emociones.