Sociedad

Jóvenes víctimas de la represión: una bala acabó con sus sueños

Vidas truncadas. Beckham Quispe, de 18 años, había fundado una academia de fútbol y jugaba para los Red Lions (Leones Rojos). Cristian Rojas, de 19 años, estudiaba Farmacia en un instituto local. Y David Atequipa, de 15 años, proyectaba incorporarse a la Policía Nacional una vez que terminara la secundaria. Hijos de familias numerosas, residentes en casas de barro, los tres fueron abatidos a balazos atribuidos a las fuerzas del orden el domingo 11 de diciembre.

Protestas en Perú
Protestas en Perú

Por: Abel Cárdenas, enviado especial

El domingo 11 de diciembre, Beckham Quispe Garfias acompañó a su hermana Raquel al trabajo y le aseguró que volvería a casa a cuidar a su sobrina. Cerca de las 2 y 30 de la tarde salió a recargar su celular. Fue la última vez que su familia lo vio con vida.

“Mi hermano recibió el disparo en la comunidad de Winchos, que pertenece a Andahuaylas, en el aeropuerto mismo. Supuestamente estuvo fuera de la pista. Justo ahí, la policía comenzó a disparar y le dieron a mi hermano”, relata Raquel Quispe Garfias, la hermana de Beckham, de tan solo 18 años, muerto de un balazo en las protestas de Andahuaylas.

A las 5 de la tarde, por las redes sociales Raquel Quispe reconoció las prendas de su hermano. Al acercarse hacia el hospital regional de Andahuaylas, confirmó la trágica muerte del muchacho que soñaba con el fútbol.

“Hemos visto el cráneo destrozado. Se podían ver sus sesos. Todo estaba reventado. Fue un trauma verlo así”, dice Raquel Quispe, todavía conmocionada.

Efectivos de la Policía Nacional con el apoyo de tropas del Ejército enfrentaron a los manifestantes en el aeropuerto. Según los videos, las fuerzas del orden dispararon.

Las autoridades han entregado a los familiares un certificado de defunción donde se indica que mataron a Beckham Quispe de un balazo en el cráneo. Pero los deudos reclaman la necropsia. Todavía no se la quieren proporcionar.

Beckham Quispe Garfias nació en la comunidad Yanayacu, a media hora del centro de Andahuaylas, en una zona sumamente humilde, triste, deprimida. Cursaba el quinto de secundaria en el colegio Juan Espinoza de Andahuaylas. Era el tercero de siete hermanos.

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Su padre Dany Quispe Rojas es campesino y su madre Rosario Garfias Alarcón se dedica a vender tubérculos en las afueras de los mercados.

No obstante la extrema pobreza, Beckham Quispe Garfias, haciendo honor a su nombre –tomado del famoso futbolista inglés–, era un amante de la pelota. Empezó en el deporte a los seis años y desde ese momento no paró hasta formar su propia academia, con solo 18 años. Pero la falta de dinero truncó su proyecto.

“Cuando mi hermano tenía 12 años iba a viajar a Brasil, pero como nosotros somos de bajos recursos económicos no pudimos conseguir plata para el pasaje. Entonces él creció así. Decía que iba a ayudar a sus hermanos menores y a otros niños, por eso creó su academia de fútbol”, recuerda Raquel Quispe con los ojos desbordados de lágrimas y la voz entrecortada por la pena infinita.

Ella reconoce que su hermano participó en las protestas, pero negó que fuera violento, que perteneciera a alguna organización política. El fútbol estaba sobre todo. “No sabíamos que había ido a las protestas. Él era una persona tranquila, no era delincuente, ni borracho, nada de eso. Su vida era el deporte”, afirma su hermana.

“¿Estaba involucrado con alguna organización política?”, le preguntamos.

“No”, contestó: “Solo era parte del equipo Red Lions, Leones Rojos”.

La promesa de la familia

Cristian Rojas Vásquez, de 19 años, es otra de las víctimas mortales de las protestas. Caminaba por la avenida Andahuaylas, cerca del parque El Reloj, cuando un proyectil le destrozó la cabeza. Igual que a Beckham Quispe Garfias. Se dirigía a su cuarto luego de comprar materiales para la clase que tendría al día siguiente. También era el domingo 11 de diciembre.

Minutos antes le había dicho a su hermano Silverio Rojas Vásquez que lo espere para encontrarse en un paradero. Silverio aguardaba la llamada, pero lo que llegó fue el aviso de su tío que le informó que habían matado a su hermano en la calle.

“Nos ha dejado con el corazón vacío”, dice, sin aliento, el hermano mayor.

Cristian Rojas Vásquez nació en el centro poblado Ancatira, distrito de San Jerónimo, a cuarenta minutos de la ciudad de Andahuaylas. Cursaba su primer año de Farmacia en el Instituto Apu-Rímac. Era el último de seis hermanos.

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Sus padres Teodoro Rojas Huamán y Gregoria Vásquez Maucallese son quechuahablantes y se dedican a la agricultura junto a todos sus hijos. Ancatira es una zona pobrísima, perdida en el mapa, borrada en la memoria de las autoridades. Los residentes solo se dedican a la cosecha de papa y olluco, pero son malos tiempos. No llueve. No hay cosecha. No hay plata.

“Ahora no hay siembra porque no llueve. Estamos preocupados porque mi hermano ha fallecido, no tenemos ni para un abogado”, afirma Silverio.

Su casa es de ladrillo y barro, pequeña, con un patio central en la que se ubica una cocina a leña. Cristian Rojas era el único que estudiaba y había prometido sacar a su madre de la pobreza.

En lugar de alcanzar su propósito de aliviar de la miseria a sus padres, Cristian Rojas recibió un proyectil en la cabeza. Según Silverio, no había acudido a la movilización, sino a comprar materiales. Al ser alcanzado por la bala, fue conducido hacia el hospital regional de Andahuaylas, pero al requerir una operación urgente fue derivado al hospital de Abancay. Su pronóstico era reservado. El miércoles 14 de diciembre, a las 5 y 30 de la mañana, perdió la vida. A la pobreza que afronta la familia, su muerte ha añadido un dolor inconmensurable. Era la esperanza de los Rojas Vásquez de sacarlos de la casa de barro.

Menor de edad

David Atequipa Quispe, de 15 años, también vivía con sus padres y 8 hermanos en una vivienda de barro en la que hay espacio solo para la mitad. Silia Victoria Quispe, la madre de David Atequipa, rememora que el plan de su hijo al terminar la secundaria era estudiar maquinaria pesada y luego postular a la Policía Nacional.

Es la víctima mortal más joven de las seis que se registraron en las protestas en Andahuaylas.

Nacido en el anexo Huaytayoc, distrito de Chipao, provincia de Lucanas, Ayacucho, en el 2007, David Atequipa se mudó con sus padres y hermanos a Andahuaylas hace cuatro años. Se asentaron cerca del mirador de la ciudad, en la parte más alta del cerro Huayhuaca. Ahí alquilaron una casita con tres cuartos, por la que pagan 240 soles mensuales.

David Atequipa se encontraba en el tercer año de secundaria en el colegio Libertador Simón Bolívar de Andahuaylas. Era un chico estudioso y responsable, así lo describe Esther Atequipa, su hermana.

El domingo 11 de diciembre, al escuchar la convocatoria de movilización de sus vecinos, David Atequipa acudió a la protesta en los alrededores del aeropuerto de Andahuaylas junto con su cuñado Michael.

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Su madre Silia Quispe no sabía que su hijo había asistido a la movilización y horas más tarde se enteró de su muerte por sus vecinos que habían acudido a las protestas.

“Él había ido con mi yerno. Mi yerno llamó a mi hija para decir que David se había desmayado. No quiso decir más porque sabe que yo estoy mal del corazón. Pero otros vecinos me dijeron que ya había fallecido. A las 6 p.m. fui al hospital y ya estaba muerto. Ya no respiraba”, relata la madre de David Atequipa.

Según el certificado de defunción, el único documento que ha recibido la familia, un balazo le partió el pecho a David.

Continuará...