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Masacre en Jonestown: ¿por qué 918 personas se quitaron la vida tras oír el sermón de un pastor?

“Tenían un deseo de una vida mejor para ellos y sus hijos”, contó sobre los muertos la reverenda Norwood a Los Angeles Times.

Los credos han conducido al humano, necesitado de ficciones, a los peores crímines de la historia. Foto: History Channel
Los credos han conducido al humano, necesitado de ficciones, a los peores crímines de la historia. Foto: History Channel

Antes de creerse el mesías de la integración humana, Jim Jones fue abandonado por sus padres. Unido a la religión de infante, amenazó a su mejor amigo con un arma y experimentó con animales de corral, encerrándolos para oír sus reacciones. "Era un hombre enfermo, asustado y desconsolado”, dijo su hijo Stephan en una entrevista. De esa condición surgió la obsesión por controlar cada detalle. Nada podía escapársele.

Conforme creció, los cuadros de paranoia se manifestaron y comenzó a consumir diferentes estupefacientes. Nadie pudo darse cuenta a tiempo: ocultó con suma cautela sus conductas obsesivas. Ningún fiel que lo visitó durante la construcción de su iglesia en Indianápolis se percató de los conflictos internos del líder. Jones presidió programas alimentarios y ayudó a elegir a varios demócratas liberales a mediados de la década de 1940.

Ya en los cincuenta, fundó el Templo del Pueblo, una iniciativa gregaria que predicó la igualdad de raza y nacionalidad. Johnston Kohl recordó para un medio norteamericano que se unió porque Jones "estaba en la búsqueda de un lugar donde se luchara por la justicia y se deseara un mundo mejor".

Su prédica fue atrapante para quienes buscaban una pertenecer a una idea integradora contraria al bastante difundido macartismo occidental. Jim captó hasta 900 fieles para irse en 1975 a Guyana, excolonia británica que está al lado de Venezuela. Llamó al pueblo Jonestown.

Pronto se levantaron moradas comunes y construyeron granjas para producir insumos y abastecer necesidades básicas. Logró acordar con el mandatario de Guyana el traslado de alimentación. Todo el control lo encarnó Jones.

Jim no pudo evitar que hubiera desertores. El periodista Tim Reiterman logró conversar con unos cuantos en 1977 y, según recordó en un artículo de Los Angeles Times, el testimonio presenciado describió un "universo cerrado donde las familias estaban sistemáticamente divididas, las palizas disciplinarias eran la norma y la explotación sexual por parte de Jones era un sucio secreto compartido por demasiadas personas".

Esas primeras denuncias derivaron en un nuevo cuadro de paranoia en Jones y la inmediata reacción del entonces representante a la Cámara por el Estado de California, Leo Ryan. En su visita, el 18 de noviembre de 1978, el funcionario convenció a una docena de miembros de la comunidad. Para el mencionado reportero, Jim "sabía que le dirían al mundo la horrible verdad sobre Jonestown. Sobre el castigo en cajas de privación sensorial y pozos. Sobre la escasa comida y los barracones abarrotados. Sobre los simulacros de suicidio realizados por un tirano furioso con una pistola en la cadera".

Antes de que pudieran irse, los fieles de Jones dispararon. Cayó desplomado el representante a la Cámara y otros tres periodistas. El posterior panorama de peligro influyó en su decisión final de tomar una poción de cianuro. Los niños fueron primero. Murieron 917 personas.

El policía Wayne Dalton le contó a Vice que “una de las cosas más inquietantes era que todo estaba muerto: los loros en las perchas, el gorila que tenían, los perros. Todos muertos”.