Redes sociales, el nuevo método de los grupos armados para reclutar menores en Colombia
En Colombia, cada doce días un menor de edad es reclutado por las guerrillas mediante publicaciones en redes sociales que se presentan como ofertas laborales y promesas de un mejor futuro. Frente a esta realidad, el Estado aún no ha implementado respuestas concretas.
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La guerra ha entrado a los colegios en Colombia. Todos los días, Juan revisa con nostalgia la última conversación que su hijo Guillermo sostuvo con un desconocido a través de TikTok. En ese intercambio, el adolescente aceptó reunirse atraído por la promesa de “cambiar su vida para siempre” y ganar el dinero que tanto faltaba en casa. Le enviaron una dirección y le pagaron la movilidad para llegar al punto acordado. Aquello que parecía una oportunidad resultó ser una trampa: el camino sin retorno de pertenecer a la organización terrorista el Clan del Golfo.
Las estrategias con que captaron a Guillermo se repiten con cientos de menores. Fiestas pagadas, supuestos trabajos con buen salario y una vida de lujos al alcance de un mensaje son la carnada ideal con la que grupos armados en Colombia atraen a adolescentes en TikTok y Facebook. Detrás de esas ofertas se esconde el objetivo real: reclutarlos y ponerlos a trabajar bajo sus órdenes, muchas veces en actividades vinculadas al narcotráfico, trata de personas o sicariato.
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Las cuentas anónimas adaptan sus videos a los gustos de la potencial víctima, desde su videojuego favorito hasta fajos de billetes. Todo sirve para alimentar el deseo de ascenso social que los hace más vulnerables. Me interesa, ¿cómo hago para trabajar?” o “¿a dónde les llego?”: son algunas de las respuestas que más se repiten entre jóvenes —generalmente de unos 16 años— en los comentarios de estas publicaciones.
Ese terreno fértil no surge de la nada. Las condiciones estructurales de miles de familias colombianas —como la ausencia de acompañamiento en el hogar y la falta de educación sobre seguridad digital— son aprovechadas por los grupos armados ilegales para captar a niños, niñas, adolescentes y jóvenes sin que sus familias lo perciban a tiempo.
Las redes sociales y el atractivo para grupos criminales
Guillermo creció en Medellín, en una familia de bajos recursos. Aunque contaba con el afecto de su padre, un hombre solitario tras el abandono de su pareja, veía en redes sociales una oportunidad y la oferta parecía perfecta: un empleo bien pagado, pasajes cubiertos y todos los gastos asumidos. Condiciones irresistibles para cualquier joven sin nociones sobre los riesgos de la inseguridad digital.
"Nos podemos encontrar y cubrimos los gastos de tu pasaje”, se leía en un mensaje interno enviado por TikTok. A través de esa conversación quedó en evidencia cómo el delincuente —oculto tras un nombre falso— buscaba convencerlo. Como él, miles de personas, según las interacciones y visualizaciones registradas en la plataforma, están expuestas al reclutamiento mediante redes sociales.
TikTok, Facebook y otras plataformas —incluidos chats de juegos como Free Fire o Roblox— se han convertido en espacios altamente atractivos para las principales bandas criminales en Colombia debido a su enorme alcance e interacción. Ese mar de posibilidades facilita no solo la captación mediante ofertas de trabajo o publicaciones que muestran dinero y lujos, sino también el contacto directo a través de mensajes privados.
Por lo menos diez territorios colombianos han registrado, al menos una vez, un caso de reclutamiento forzado a través de medios digitales. Regiones como Cauca, Norte de Santander y Antioquia encabezan un ranking del que poco se puede estar orgulloso. Según Lina Mejía, de la ONG Vivamos Humanos, cada doce días un menor de edad es reclutado por esta vía, una cifra alarmante para un problema que aún no cuenta con un método efectivo de prevención.
Según la experta, el abandono del sistema educativo es una tendencia común entre adolescentes que también experimentan una profunda sensación de descuido dentro de sus familias. En ese escenario, las redes sociales —y su rápida proliferación— se convierten en un espacio donde cualquier oferta parece al alcance de la mano. Para muchos de estos jóvenes, que buscan una opción que llegue a ellos de forma sencilla, los anuncios de trabajo o de una vida con lujos se presentan como una oportunidad real de proyecto de vida, sin importar ni verificar antes qué tan veraces sean.
El sector adolescente, el más atractivo
Aunque a primera vista pueda leerse como simple inexperiencia, para los grupos armados la adolescencia es un territorio estratégico. En ese tramo de la vida, todavía en formación y llenos de preguntas, encuentran jóvenes moldeables a los que pueden someter a procesos internos que les permitan engrosar sus filas y sostener sus objetivos criminales.
Son las disidencias de las FARC, la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Clan del Golfo, la principal banda criminal del país, quienes hoy recurren con mayor frecuencia a las redes sociales para identificar, seducir y reclutar a menores, aprovechando esa fragilidad que confunden con oportunidad.
Ricardo Valdés, exministro peruano, advierte que la adolescencia reúne rasgos que resultan especialmente atractivos para las organizaciones armadas: la impulsividad, la necesidad de reconocimiento y la búsqueda de pertenencia se convierten en puertas abiertas para estructuras que necesitan reclutar personas funcionales a sus operaciones.
Esa vulnerabilidad tiene consecuencias concretas: según la Defensora del Pueblo en Colombia, al menos 123 niños, niñas y adolescentes fueron reclutados por grupos armados, una cifra que da cuenta de la magnitud de un fenómeno que sigue avanzando.
Entre quienes más caen en estas redes están jóvenes de entre que empiezan a asomarse al mundo adulto con la urgencia de trabajar y "ser alguien". Todavía están moldeando su personalidad, probando límites, buscando un lugar propio fuera de casa, en una etapa en la que todo pesa más: la mirada del otro, la presión del entorno, la promesa de pertenecer.
Son, como describe Valdés, "jóvenes aislados, muy permeables al impacto", muchachos que avanzan a tientas en su primer contacto con el mundo y que, por esa misma fragilidad, se vuelven terreno fértil para quienes saben cómo seducirlos.
El escenario se ha intensificado con el uso de las redes sociales. En Colombia, los reclutadores de grupos armados las emplean de forma sistemática para contactar a jóvenes y captarlos con fines de explotación laboral. El resultado es una combinación explosiva.
A la vulnerabilidad propia de la edad se suma la necesidad de muchos adolescentes de salir al mundo, de aportar económicamente a sus familias y de construir un futuro propio. Esa presión termina generando una captación cada vez mayor, sobre todo entre jóvenes de 13, 14, 15 y 16 años, el grupo etario más expuesto a estas estrategias.
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Soluciones lejanas al problema
El seguimiento de las interacciones digitales podría parecer, en el papel, una puerta de salida frente al reclutamiento forzado que se gesta en redes sociales. Rastrear mensajes, identificar patrones y cerrar cuentas suena a una estrategia capaz de contener, poco a poco, el avance de estas redes de captación.
Pero esa expectativa se desdibuja cuando se observa el problema desde el terreno. Para Hilda Moreno, representante de la ONG Coalico, la lucha es profundamente desigual. Aunque desde el Ministerio de las Comunicaciones en Colombia y la Fiscalía General se realizan labores constantes de reporte y eliminación de perfiles vinculados al reclutamiento, el esfuerzo nunca alcanza. “Por cada diez cuentas que se eliminan, aparecen quince nuevas”, resume.
La lógica es implacable: mientras una cuenta desaparece, otra ya está lista para ocupar su lugar, con un nombre distinto y el mismo objetivo. Así, el control digital se convierte en una carrera sin línea de meta clara, una misión que —al menos en el corto plazo— resulta casi imposible de ganar.
Desde las instituciones educativas y los municipios en Colombia, advierte Hilda, la prevención sigue siendo una deuda pendiente. No existen medidas sostenidas que permitan a los jóvenes reconocer las formas tradicionales del reclutamiento, esas que no empiezan con un arma, sino con gestos aparentemente inofensivos.
La seducción, la persuasión y el trato cara a cara siguen siendo los primeros eslabones de una cadena que muchas veces pasa desapercibida. Sin herramientas para identificarlos, los adolescentes quedan expuestos a un riesgo que no siempre se presenta como violencia, sino como oportunidad.
Más allá del trabajo de entidades independientes, empieza a abrirse paso una discusión de alcance nacional como una alternativa a largo plazo. La idea apunta a una responsabilidad compartida, en la que escuelas, familias y organizaciones sociales actúen de manera articulada frente a un problema que las desborda por separado.
En ese escenario, incluso se ha planteado la posibilidad de establecer negociaciones directas con los grupos armados, con el objetivo de alcanzar acuerdos especiales que reduzcan el impacto del reclutamiento forzado y protejan a niños, niñas y adolescentes. Se trata de un debate complejo, marcado por dilemas éticos y políticos, pero que ha ganado espacio ante la magnitud del fenómeno.
El alcance del problema ha sido tal que trascendió las fronteras colombianas y llegó hasta las Naciones Unidas, que elaboró un informe específico sobre el reclutamiento de menores y el uso de redes sociales por parte de actores armados. Un reconocimiento internacional que confirma que no se trata de hechos aislados, sino de una crisis estructural que exige respuestas urgentes y coordinadas.
Como Guillermo, decenas de jóvenes en Colombia han sido atrapados en redes sociales por un fenómeno que, aunque adopta formas nuevas, se sostiene sobre una raíz conocida. Detrás de los mensajes, las promesas y los perfiles anónimos persiste la misma lógica de siempre: el reclutamiento ilegal por parte de grupos armados.
Las plataformas digitales solo han cambiado el escenario, no el fondo del problema. La captación continúa avanzando, ahora con mayor rapidez y menor control, en medio de un vacío que ni el gobierno colombiano ni las autoridades internacionales han logrado cerrar hasta hoy.























