La historia de Jacopa de Settesoli, noble romana que fue clave en la misión de San Francisco de Asís
Acompañó a San Francisco en sus visitas y fue la única mujer presente en su lecho de muerte. Su legado perdura en la Iglesia, con un culto que se conmemora el 8 de febrero.
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Nacida hacia 1190 en Roma, Jacopa de Settesoli, también conocida como Giacoma de’ Normanni, fue una mujer laica de origen noble que desempeñó un rol determinante en la consolidación de la obra de San Francisco de Asís. Aunque su nombre ha sido opacado por figuras como Clara de Asís, la historia de esta beata romana revela una vida de influencia, caridad y profunda conexión espiritual con el fundador del movimiento franciscano.
Perteneciente a la poderosa familia Frangipane, Jacopa vivió en una época donde pocas mujeres accedían a los círculos de poder. Su vínculo con San Francisco no solo fue de amistad y apoyo espiritual, sino también estratégico: utilizó sus contactos políticos y religiosos para interceder ante el Papa Inocencio III y lograr el reconocimiento de la Regla franciscana.
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Una noble romana entre la fe y el poder
Jacopa de Settesoli nació en el barrio de Trastevere, en el corazón popular de Roma. Su matrimonio con Graziano Frangipane la llevó al centro del poder feudal romano. Tras la muerte de su esposo en 1217, Jacopa quedó a cargo de un vasto patrimonio, incluyendo tierras en Marino y Nemi, así como del cuidado de sus dos hijos, Giovanni y Giacomo.
Como viuda, adoptó un papel activo en la vida política y religiosa de Roma. Su cercanía con la Curia romana le permitió actuar como mediadora entre nobles y clérigos. Esta posición fue clave en 1209, cuando San Francisco de Asís llegó a Roma para presentar su Regla franciscana ante el pontífice. Sin influencia política, el santo encontraba dificultades para obtener una audiencia, pero Jacopa logró interceder y organizar el encuentro con Inocencio III, quien terminó aprobando verbalmente la propuesta franciscana.
Beata romana y aliada espiritual de San Francisco de Asís
Más allá de la mediación diplomática, Jacopa de Settesoli fue una de las primeras laicas en adherirse al movimiento franciscano, ingresando a la Tercera Orden. Acompañó a San Francisco durante sus visitas a Roma y le ofreció refugio en propiedades de su familia. En esos encuentros, el santo probó los mostaccioli romani, dulces elaborados con mosto de uva, higos y pasas, que ella preparaba especialmente para él.
San Francisco la llamaba “Fray Jacopa”, un apodo poco común para una mujer, que subrayaba su fuerte compromiso con la vida evangélica. Este título, reservado habitualmente a los hermanos de la orden, demostraba el profundo respeto y afecto del santo hacia la noble romana. En 1226, al presentir su muerte, Francisco le escribió pidiéndole que lo visitara en Santa Maria degli Angeli, en Asís, y que llevara consigo una mortaja blanca, cirios y los dulces que solía darle.
Según las fuentes franciscanas, Jacopa llegó antes de que la carta fuera enviada, como si una revelación interior la hubiese guiado. Estuvo presente en los últimos días del santo, siendo la única mujer admitida en su lecho de muerte el 3 de octubre de 1226.
Su legado en Asís y la Iglesia
Tras la muerte de San Francisco, Jacopa continuó apoyando a los frailes franciscanos en Roma. En 1229, facilitó la obtención del Ospedale di San Biagio, que fue transformado en el convento di San Francesco a Ripa con la aprobación del Papa Gregorio IX. Poco después, se trasladó a Asís como terciaria franciscana, donde falleció hacia 1239.
Fue enterrada cerca del altar mayor en la Basílica de San Francisco, con la inscripción: Hic requiescit Jacopa sancta nobilisque romana. En 1932, durante el VII centenario de la muerte del santo, sus restos fueron trasladados a la cripta de la basílica, frente a la tumba de Francisco y junto a sus primeros discípulos. Su urna lleva la inscripción: Fr. Jacopa de Settesoli.
El culto popular hacia esta figura fue confirmado por la Iglesia Católica, y su festividad se conmemora cada 8 de febrero. Su vida ejemplifica cómo una noble romana transformó el poder y la riqueza en instrumentos de servicio y espiritualidad, dejando una huella indeleble en la historia del cristianismo.