La exquisitez del cine británico para abordar su propia historia vuelve a quedar patente en "The King's Speech", película con la que el Oscar al mejor actor tiene ya el nombre de Colin Firth pero que es todo un ejemplo de la diferencia entre lo intachable y lo genial. James Ivory fue durante años un fiel retratista de todo ese sentimiento que respira bajo los corsés del cine de época de las islas británicas. Pero con su decadencia, los sustitutos -quizá con la excepción del taiwanés Ang Lee- no consiguieron recuperar ese hálito romántico, esa hermosa manera de protocolizar las pasiones sin que por ello se queden frías. "The King's Speech", dirigida por Todd Hooper tras demostrar su rigor en la mini serie "John Addams", aborda la vida de Jorge VI, antes conocido por su familia como Bertie. Un monarca que tuvo que bregar en la gran política con la Segunda Guerra Mundial pero que en su intimidad batalló casi con el mismo ahínco con su condición de tartamudo. Con estas bases y jugando con el contrapunto que ofrece a la azorada y magnífica interpretación de Colin Firth el personaje del logopeda (al que da vida con su justo histrionismo Geoffrey Rush), "The King's Speech" remolonea a la hora de profundizar y se limita, con mucha elegancia eso sí, al discurso dialéctico y a lo que es, pese a la falta de humor explícito, una comedia de situación. "The King's Speech", con su impecable academicismo, con su matemática de la evolución de personajes y su apoyo sólido en la actuación de su reparto -completado con Helena Bonham Carter y Guy Pierce-, se encarrila en la historia convencional de superación, sólo decorada con alguna anécdota, con algún gag de humanización de ese rey abochornado por sí mismo. (EFE)