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Ruth Shady: “Cultura retuvo el expediente Caral que enviamos a Unesco”

La arqueóloga recuerda que la Ciudad Sagrada de Caral cumple 10 años de reconocimiento como patrimonio mundial.

Por Pedro Escribano

La Ciudad Sagrada de Caral cumple diez años de reconocimiento por la Unesco como Patrimonio Mundial. La arqueóloga Ruth Shady, directora del Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe, cuenta la historia de cuán difícil fue hacerlo posible.

¿Cuál fue la primera noticia que usted tuvo de Caral?

La primera noticia, la primera información, yo la tuve cuando todavía se llamaba Chupacigarro. Fue el ingeniero Domingo Torero quien me pedía que estudie esta parte del Perú. En ese momento, yo trabajaba en Bagua, Chota, Pacopampas, Cutervo, pero me dijo: quiero mostrarle la importanciade este lugar. Quedé impresionada. Se habían hecho investigaciones, pero no a fondo y ofrecían visiones parciales como las de Paul Kosok en los años 40.

¿Y se volvió mirar esos lugares?

Después, en la década del 70, vinieron otros investigadores extranjeros y de parte del Instituto de Cultura hubo interés en proteger el patrimonio arqueológico. Y algo que me gusta muchísimo mencionar es que promovieron que hubiese registros catastrales en cada valle, y pagaban previo concurso.

¿Se puede saber lo que hubo antes y lo que hay ahora?

Por supuesto. En el caso de Supe lo hizo el arquitecto Carlos Williams, con el arqueólogo Manuel Merino. Si nosotros ahora en el presente acudiéramos a esos catastros, podríamos evaluar qué sitios entonces se registraron y si estos continúan, porque hay mucha destrucción. Deberíamos ahora consultar, hacer un nuevo catastro, registro, y hacer la confrontación y sancionar a los que han destruido los restos arqueológicos.

¿Hay evidencias de descuidos?

Fíjese, yo he viajado a Moquegua, porque hemos hecho una exposición en Ilo. He visto en el camino que el Ministerio de Cultura pone para señalar que allí hay patrimonio arqueológico, lo han pintado para poner publicidad. Ya no precisa la protección que debe hacerse de ese espacio arqueológico.

Es grave lo que dice...

¿Qué está pasando? Si nosotros vemos las normas existentes, hasta los alcaldes tienen responsabilidad del patrimonio de su jurisdicción, pero no tienen conocimiento de que existe un catastro. Yo vi el catastro hecho en Tumbes en los años 70, la cantidad de sitios arqueológicos que consigna. Me fui con una beca a Estados Unidos, hallé bibliografía de Robert Phelman que había hecho excavaciones en Áspero, así también opiniones de Michael Moseley sobre los recursos marinos en ese sitio.

¿Cuándo fue a Caral?

En el año 94, con estudiantes míos de la U. Nacional Mayor de San Marcos, que ya habían egresado, acordamos salir los fines de semana, pero con nuestro propio recurso. En mi carro, los llevaba los días viernes. Nos quedábamos a dormir, poníamos carpas y llevaba una pequeña cocinita, comprábamos lo que necesitábamos, caminábamos hasta donde nos daba la noche. Instalábamos nuestras carpas, no había delincuencia. Nunca tuvimos ningún problema con los pobladores.

¿Y valió el esfuerzo?

Después de dos años, nos dimos cuenta de que estábamos ante evidencias que no había en otras partes del país y que no se conocían. Encontraba que los asentamientos arqueológicos eran muy grandes. Tenían montículos que debían ser para el arqueólogo edificios monumentales, pero no había cerámicas. Entonces, la primera hipótesis que había pensado al iniciar de que era como Chavín de Huántar, empezó a no ser creíble, porque no encontrábamos ni un fragmento de cerámica. Pero sí nos guiamos mucho del catastro que habían hecho Carlos Williams y Merino. Pero me marché a una pasantía, pedí en San Marcos un año sabático para investigar, en George Town, en Washington, el mejor lugar para investigar. Me dieron un departamento. Allí me preguntaban por qué en el Perú, con tantas culturas, no se había desarrollado civilizaciones como en el Viejo Mundo.

¿Inició su trabajo?

Ya tenía experiencia con el ingeniero Domingo Torero, entonces empecé a evaluar y hacer mis hipótesis sobre los datos de que era algo diferente a otras partes. Como mi interés era entender las civilizaciones de esta parte del mundo, y por eso trabajé en Chota, Pacopampas, Bagua, siempre en las partes más antiguas. Empezamos 4 o 5 personas.

¿Y cómo lo financió?

Después de dos años, el Instituto de Cultura nos dio un dinero para trasladarnos los fines de semana. También con unos fonditos de voluntarios que teníamos. Pagábamos con el apoyo de San Marcos y National Geographic. Teníamos una choza, pero un día vino un toro y la tumbó. El alcalde nos ayudó a tener un mejor lugar. Después, el ministro de Educación de entonces, Marcial Rubio, nos apoyó y me dijo: “voy a invitar al presidente Valentín Paniagua”.

¿Y llegó el presidente?

Llegó el presidente Paniagua con todos sus ministros y a cada ministro le preguntaba, “y usted desde su sector, cómo pueden ayudar a la doctora”. Después me invitó a almorzar a Palacio, donde me dijo que habían decidido con el ministro sacar un decreto supremo para declarar a Caral de interés nacional. Y no solo eso, salí de Palacio con una camioneta que nos regaló y que hasta nos sirve.

Diez años de reconocimiento de la Unesco, gran logro.

Sí, pero fue todo una difícil travesía. Nosotros habíamos entregado al Ministerio de Cultura el expediente, pero a pocos días del cierre de recepción en París, no lo habían enviado.

¿Incompleto, negligencias?

No, por envidia. Fuimos a Relaciones Exteriores y nos dijeron que de Cultura no había salido. Entonces, tuve que armar un nuevo expediente y remitirlo al mismo ministro Pérez de Cuéllar, en ese entonces embajador. Él fue directamente a hablar a Unesco para que nos tenga en cuenta y de que había habido un percance. Y es así que tuvimos que ir a defenderla y que consideraran los valores de Caral con nuestro propio dinero, porque Cultura no nos quiso dar ni un real.

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