La fascinante investigación de una científica británica que colecciona cerebros para revelar los secretos de la materia gris
La científica británica Alexandra Morton-Hayward posee colección de más de 600 cerebros antiguos en su laboratorio de la Universidad de Oxford.
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La científica británica Alexandra Morton-Hayward guarda con especial cariño uno de sus objetos más valiosos: un cerebro al que decidió llamar "Rusty". Este órgano, de pequeño tamaño y color rojizo, se muestra recogido y protegido entre los guantes de la científica. "Es mi favorito. Perdón por el olor, es formol", comenta en diálogo con el medio BBC.
Alexandra, quien trabaja como antropóloga forense e investigadora postdoctoral en la Universidad de Oxford, se encarga con esmero de conservar una impresionante colección de cerebros antiguos. En sus dos neveras de laboratorio, guarda más de 600 cerebros, algunos de los cuales tienen hasta 8.000 años de antigüedad. "No conozco ninguna otra colección mayor, afirma con orgullo.
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Los misterios del cerebro que pretende descifrar Alexandra Morton-Hayward
El cerebro, por lo general, se descompone rápidamente después de la muerte. Entonces, ¿cómo es que se han encontrado cerebros bien conservados en excavaciones arqueológicas que aparentemente no pasaron por ese proceso de degeneración? Este misterio ha desconcertado a los científicos durante años, y es precisamente lo que Alexandra Morton-Hayward se propone investigar.
Según ella, descubrir la clave de este fenómeno podría ofrecer pistas valiosas para ayudar a estudiar enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer o el Parkinson. Sin embargo, la primera vez que Morton-Hayward tuvo contacto con un cerebro humano no fue en un laboratorio. En ese entonces, trabajaba en una funeraria e interrumpió sus estudios debido a una enfermedad fuerte infección que aún afecta su vida y que tiene su origen en su propio cerebro.
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La afección al cerebro que sufrió Alexandra Morton-Hayward
Mientras estudiaba arqueología en la Universidad de St. Andrews en Escocia, Morton-Hayward comenzó a experimentar dolores de cabeza extremadamente intensos. "Recuerdo que lloraba mucho, no solo por el dolor, sino por la confusión. No entendía por qué me estaba pasando algo que me estaba arruinando la vida", compartió con la BBC.
Durante años, los médicos no lograron identificar la causa de su sufrimiento, pero finalmente le diagnosticaron cefalea en racimos, un tipo de dolor de cabeza caracterizado por episodios agudos y dolorosos que suelen durar entre 30 y 60 minutos.
"Según un estudio de 2020, la cefalea en racimos es la afección más dolorosa conocida por la humanidad: se califica con un 9,7 en una escala de dolor del 0 al 10. Para contextualizar, ¡dar a luz ocupa el segundo lugar con un 7,2! ", explicó la científica a la BBC.
Esto es lo que ocurre con el cerebro después de la muerte
Cuando alguien muere, las enzimas presentes en el cerebro comienzan a descomponer las células desde el interior, un proceso conocido como autólisis. En pocos días, las membranas celulares se rompen y el cerebro se desintegra. Alexandra Morton-Hayward recuerda la primera vez que vio a un cerebro en ese estado, mientras trabajaba en la funeraria.
En ese caso, a la persona fallecida se le había realizado una autopsia, y junto al cuerpo enviaron una bolsa plástica con los órganos que se habían examinado. "Recuerdo claramente la sorpresa que me causó ver que el cerebro se había desintegrado", comentó la investigadora.
Aunque los científicos aún no tienen una explicación definitiva sobre por qué algunos cerebros logran sobrevivir por cientos o incluso miles de años, Morton-Hayward tiene una teoría. Ella sugiere que los mismos procesos moleculares que causan daño al cerebro durante la vida podrían, de alguna manera, contribuir a su conservación después de la muerte.
La realidad en común que tienen los cerebros antiguos
Un aspecto que asombra a Morton-Hayward es que muchos de los cerebros antiguos provienen de personas cuyas vidas acabaron de manera violenta o traumática: en fosas comunes, víctimas de muertes violentas o personas que vivieron en la pobreza extrema en asilos. La científica sospecha que hay una conexión profunda entre ese sufrimiento y la acumulación excesiva de hierro en el cerebro.
"El hierro se acumula en el cerebro a medida que envejecemos. Envejecemos más rápido si sufrimos privaciones, traumas, estrés, etc. Por lo tanto, se espera que haya más hierro en el cerebro de quienes han sufrido", explica. Esa misma acumulación de hierro es lo que podría explicar el color rojizo de "Rusty", su cerebro favorito.
"Se ha hallado una gran cantidad de hierro en cerebros arqueológicos que no parece ser resultado de los procesos en los que estuvieron involucrados tras su muerte, lo que sugiere que tal vez se acumuló durante la vida. Y si esa cantidad es tan alta, podría ser una señal de que esas personas realmente pasaron por sufrimientos intensos", indica Morton-Hayward. "Quizás por eso tenemos tantos cerebros provenientes de lugares donde hubo sufrimiento y privaciones".



















