Era la una de la madrugada cuando el patriarca de la familia Guzmán murió aislado en la Quinta Santa Rosa, del distrito de Pátapo, luego de 12 días de luchar contra la COVID-19. En medio de lágrimas, los familiares llamaron a las autoridades para informar sobre el deceso.
En la mañana llegó la Brigada de Salud para desinfectar la casa y colocar el cuerpo dentro de una bolsa impermeable negra. A las tres de la tarde, acompañados del personal de la funeraria, llevaron el ataúd hasta el cementerio temporal destinado para enterrar a los fallecidos por el nuevo coronavirus.
Pedro Guzmán Salazar (25) no imaginó que el cuerpo de su padre, con quien a los 9 años aprendió el oficio de ser carpintero, iba a ser colocado en una fosa casi al tope de agua turbia, espumosa y de color verdoso que desprendía un fétido olor solo comparable con los desagües colapsados de una ciudad.
El cementerio temporal fue instalado por el municipio de Pátapo en un terreno del sector Huaca Brava que colinda con una laguna de oxidación, donde se acumulan las aguas residuales para pasar un proceso natural de autodepuración.
“Cuando llegamos al cementerio vimos unos huecos que estaban llenos de aguas servidas, de color verde, con espuma, de donde salía un olor pestilente que no soportábamos. (...) No pusieron cal, no pusieron ningún químico, no lo envolvieron con plástico, solo lo metieron en la fosa”, declaró Pedro, al día siguiente de haber viralizado el video del entierro de su padre para reclamar por su dignidad.
El último viernes, debido al escándalo generado por esas imágenes, el alcalde Juan Guevara Torres se comprometió a construir nichos con material de ladrillo para sepultar a las víctimas del COVID-19. La autoridad sostiene que la filtración de agua no proviene de la laguna de oxidación, sino de los campos de cultivo también aledaños al cementerio.
Las despedidas cargadas de tantos recuerdos nunca fueron fáciles, pero la pandemia ha vuelto todo mucho más difícil.