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Sociedad

Crematorios, la última línea en la guerra contra la pandemia

Labor esencial. Sepultureros del cementerio El Ángel trabajan de 8 a.m. a 5 p.m. para brindar un servicio funerario distinto en estos días de pandemia. Acatan estrictas medidas de bioseguridad.

El hombre de seguridad se acerca a la puerta. Son las 10 de la mañana y ha llegado la primera carroza fúnebre del día. Tras revisar los documentos, el hombre permite el ingreso del vehículo al recinto. La jornada en el cementerio El Ángel ha comenzado, eso sí, bajo estrictas medidas de bioseguridad.

En tiempos de pandemia por coronavirus, ser sepulturero o cremador en un cementerio público o privado es uno de los trabajos menos atractivos. Pero, para alivio de todos, existen personas que llevan a cabo esta labor esencial, muchas veces poco valorada, y que hoy resulta clave por ser el último eslabón en la cadena de la lucha contra la pandemia.

“Por día se están realizando un promedio de cinco a seis cremaciones, muy a parte de las tres a cinco inhumaciones (entierros). Para el caso de las cremaciones permitimos el ingreso de únicamente tres familiares, y para los sepelios en nichos se permite el acceso a diez de ellos”, detalla Daniel Cáceda, subgerente de Negocios y Cooperación de la Beneficencia de Lima, entidad a cargo del cementerio.

A los deudos se les facilita artículos de protección y se les pide mantener un metro de distancia entre sí. Los rezos que antes estaban permitidos como parte del ritual de despedida a los difuntos han quedado prohibidos. No hay abrazos de consuelo, el último adiós es doblemente doloroso.

Las cremaciones

El Ángel es uno de los pocos cementerios públicos de Lima que cuenta con un horno crematorio y cuatro cámaras de refrigeración, conforme lo establece la norma. Cuando un difunto es traído para ser cremado, el personal administrativo se encarga de corroborar el acta de defunción y de certificación médica. Con la documentación completa, un equipo de hombres se acerca para trasladar el cuerpo hacia la sala crematoria, ataviados con ropa que los cubre de pies a cabeza. La protección del personal se mantiene así, incluso si el cuerpo a incinerar no ha fallecido por COVID-19. Los familiares esperan afuera hasta que concluya el proceso.

El tiempo para la cremación es de una hora y media en promedio, dependiendo del volumen del cuerpo. Posteriormente, las cenizas son colocadas en una urna que traen especialmente los familiares.

“Hay que tener en cuenta que, al margen de los decesos por el coronavirus, siguen habiendo otros fallecimientos por muerte natural o por otras enfermedades. La labor de los responsables de sepultura hoy más que nunca es de suma importancia. El personal está siendo rotado cada 15 días para evitar riesgos en su salud y saturación emocional en los trabajadores. El directorio de la Beneficencia de Lima evalúa otorgar un bono adicional para los trabajadores”, señala el funcionario.

Sobre los costos

El servicio de cremación en este camposanto tiene un costo de 1.900 soles, una de las cifras más bajas del mercado si la comparamos con el servicio que brindan los cementerios privados en Lima. Cuando el deceso es a consecuencia del COVID-19, el gasto es asumido por el Seguro Integral de Salud (SIS).

Según la Defensoría del Pueblo, debido a la demanda, los costos de cremación han aumentado. Así, da cuenta de que hay cuatro crematorios privados en Lima, cuyos precios oscilan entre los S/ 1.800 y S/ 3.900.

“Esta última tarifa representa cuatro veces la remuneración mínima vital”, ha advertido la institución.

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