Edwar Quispe
¿Y tú mamá? Era la pregunta recurrente que le hacían sus compañeritos de clase en un colegio de la ciudad de Mollendo, región Arequipa. Carmen tenía ocho años, solo atinaba a agachar la cabeza y callar. A veces lloraba.
Su madre fue asesinada por su padrastro. El crimen ocurrió en noviembre de 2015. El pescador José Luis Chávez Mamani la mató de varios disparos. Carmen presenció el terrible feminicidio. El criminal escapó en una embarcación y recién fue capturado el 9 de junio de 2017. Ahora purga prisión.
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Los días después del feminicidio fueron terribles. La custodia de Carmen y sus otras dos hermanas (niñas de 6 y 2 años) la asumieron su abuela y la hermana de la víctima. El Centro de Emergencia Mujer (CEM) y la Unidad Distrital de Asistencia a Víctimas y Testigos (Udavit) dieron acompañamiento a los menores y sus familias.
Carmen quedó traumada por los impactos de bala que mataron a su madre. Cualquier estruendo la hacía saltar. En los primeros meses, las visitas al psicólogo eran frecuentes. La ayudaban a superar el trauma.
La tía y abuela de 73 años asumieron la responsabilidad de la crianza de las tres huérfanas. Sobre todo de la última que padece síndrome de Down, la cual necesitaba cuidados especiales. Pero con el tiempo dejaron de asistir a las terapias.
“Era un horario muy exigente, había que estar desde tempranito haciendo cola y todos estudiaban. No teníamos tiempo para ir, yo empezaba a trabajar”, dijo su tía.
El dinero tampoco alcanzaba. Con el sueldo de maestra de la tía y la pensión de la abuela, se cubrían los útiles escolares, ropa, alimentación y salud; además de los gastos que demandaba el proceso judicial contra Chávez.
No ha faltado apoyo de la familia y el Estado. Ahora su familia pide asesoramiento para las pequeñas a punto de convertirse en adolescentes.
No es el único caso. Una joven de 17 años enterró a su progenitora y a su hermanito, victimados por su propio padre en enero de 2019. Fredy Ramos Gínez los mató y metió sus cuerpos dentro de dos costales; los dejó a un costado de la vía Arequipa-La Joya, en Cerro Colorado.
La huérfana fue internada en una casa refugio, donde le dieron asistencia psicológica, pero los profesionales solo le hacían recordar lo vivido. No sentía que le ayudaran mucho. Ella hizo una promesa por la memoria de su madre: seguir estudiando.
Ahora tiene 18 años y vive junto a su tía, no ha dejado los estudios y sigue luchando porque se haga justicia y que su padre, quien se encuentra en la cárcel, pague por lo que hizo. Solo espera que la fiscalía cumpla su trabajo y la apoye hasta el final del proceso.
María Yato López, encargada de la Unidad Distrital de Asistencia a Víctimas y Testigos del Ministerio Público, indicó que la joven aún recibe seguimiento por teléfono y también visita la entidad para ver si surge alguna complicación.
Refiere que hay decenas de casos donde un menor fue testigo de un feminicidio. El trauma puede derivar en casos clínicos: menores que en su vida adulta repiten el patrón violento o son extremadamente inseguros (ver análisis).
No en todos los casos la familia permite la intervención de especialistas. Prefieren hacerlo en forma particular si tienen recursos para hacerlo.
Sin embargo, el 90% de los procesos involucra a familias de condición humilde. Entonces, interviene el equipo multidisciplinario de Udavit. En 2019, una madre de tres menores fue asesinada en febrero en el distrito de Cerro Colorado. Los pequeños presenciaron el crimen y hasta ahora reciben asistencia psicológica. Ellos quedaron a cargo de sus abuelos.
“Más se trabaja con los psicólogos. Las víctimas han presenciado los hechos. Necesitan contención emocional, ya sean menores o mayores de edad”, explica Yato López.
Sin embargo, cuando el cuadro se agrava, la víctima es derivada a un centro especializado en salud mental: Moisés Heresi o el hospital Honorio Delgado. Se necesita un psiquiatra.
En el aspecto social, se encargan de hacer conexiones, para que sigan estudiando y tengan lo necesario para llevar una vida normal. En algunos casos, el apoyo se da hasta que se emita la sentencia por el crimen, pero si la persona está muy afectada, Yato indica que las víctimas pueden regresar y pedir ayuda.
Es una huella casi imborrable
Óscar Cabrera - Psiquiatra
Que un menor presencie un feminicidio causa varias secuelas. Primero, altera completamente su conducta, porque es un ser íntimamente relacionado con su mamá en el aspecto emotivo. Los modelos emocionales se copian de la mamá, los de formación se copian del papá. La parte emotiva se altera si ve sufrir a la mamá, esta es una huella que le va a quedar eternamente. Será difícil de borrar si el niño es sensible, con toda seguridad tendrá una molestia emocional que puede conducir a un problema psiquiátrico.
Las conductas no se heredan, se aprenden y se corrigen. Si una conducta está alterada, lo primero que debe hacerse es darle un ambiente no hostil, cálido y adecuado. A esa edad necesita amor y relacionarse bien emotivamente, eso evitará que se convierta en una víctima de agresión en el futuro o en un agresor.
Además del acompañamiento psicológico, el niño debe tener una persona que pueda protegerlo y hacer de mamá. Si es un niño de cuatro, seis u ocho años, eso va a marcar su vida y se corre el riesgo de que sea un niño sumiso y fácil de agredir o, por lo contrario, un agresor.